TEMA 3.
DESARTICULACIÓN DEL ANTIGUO RÉGIMEN Y RESISTENCIA CARLISTA
Desde finales
del siglo XVIII la monarquía sufría una grave crisis financiera y un importante
endeudamiento, por lo que la burguesía liberal fue consolidando su posición de
clase como prestamista de la monarquía y beneficiaria de las pequeñas
desamortizaciones. Ello hizo que durante la Década Ominosa
Fernando VII protagonizara un acercamiento progresivo al llamado liberalismo
respetable (moderado), en una suerte de reformismo absolutista en términos
económicos, que se dio a partir de 1825. Uno de los ministros partidarios de
ese reformismo fue López Ballesteros, que ofreció diversas concesiones a la
burguesía, como un nuevo Código de Comercio o la creación en 1829 del Banco
Español de San Fernando. Así, no se pudo volver al absolutismo sin reformas.
En el ámbito
internacional, Luis Felipe de Orleáns destronó a Carlos X, y con ello Fernando
VII perdió a su principal aliado. Luis Felipe permitió a los exiliados
españoles acercarse a los Pirineos para conspirar junto con los
antiabsolutistas del interior, lo que produjo un mayor acercamiento entre los
liberales moderados en el exilio y los absolutistas reformistas.
Fue el caso de
la representación de Vicente Bertrán de Lis, desde París, a Fernando VII, que era
un intento de acercamiento y petición de amnistía para los liberales.
Finalmente no hubo amnistía hasta la muerte de Fernando VII, pero en lo
económico sí hubo reformas, lo que disgustó ampliamente a los absolutistas
realistas.
Surgieron así corrientes
ultrarrealistas que desearon acabar con el reformismo económico. Estaban en
contra del aperturismo, deseando una vuelta completa al Antiguo Régimen. En 1826
se convirtieron en un elemento de presión, puesto que con el Manifiesto de la Federación de Realistas
Puros postularon a Carlos María Isidro como rey.
En 1826 se
produjo la insurrección de los Malcontents o Agraviats, que surgió en Cataluña
y llegó a extenderse por el norte de Castellón. Fue un alzamiento carlista que
no se consolidó en Valencia por la contundente actuación del capitán general
Longa. A pesar de ello, en 1827 los conspiradores realistas aprovecharon el
viaje de Fernando VII a Cataluña, que le obligaba a pasar por Valencia, para
intentar secuestrarlo. De nuevo su plan fue frustrado. Estos fueron los últimos
focos carlistas antes del inicio de la guerra.
1. El comienzo de la guerra
carlista. La guerra de Cabrera (1833-1840)
En marzo de
1830 Fernando VII dictó la Pragmática Sanción, por la cual se anuló la Ley Sálica, establecida
por Felipe V, que impedía reinar a las mujeres. Esto significaba que Carlos
María Isidro quedaba apartado del trono, lo que supuso una afrenta para los
carlistas y les llevó a la conspiración carlista de La Granja, en septiembre de
1832. Así se fueron delineando dos facciones, los ultrarrealistas o carlistas
por un lado, y los realistas moderados y los liberales conservadores por otro.
La muerte de Fernando VII supuso el inicio de la transición hacia el
liberalismo, y de 1833 a
1840 se dio la regencia de María Cristina de Borbón, seguida de 1840 a 1843 por la de
Espartero.
Esa década
estuvo marcada por la I
Guerra Carlista, que duró desde 1833 hasta 1840, conocida en
las tierras valencianas como la
Guerra de Cabrera. Desde 1833 la actividad carlista en tierras
valencianas fue muy activa, sobre todo en el norte de Castellón, en las comarcas
del Maestrazgo, Ponts y Serranos. A los partidos carlistas se adhirieron muchos
voluntarios realistas, dirigidos por el barón Hervés, proclamando a Carlos
María Isidro como rey. En noviembre de 1833 tomaron la ciudad de Morella, lo
que se considera el inicio simbólico de la guerra carlista en el País Valenciano.
En cuanto a
los sectores sociales que apoyaron al carlismo, podría hablarse de la alta
nobleza, que pretendía mejorar su status y patrimonio mediante el mantenimiento
de ciertos resortes del Antiguo Régimen. La Iglesia también fue una de las principales
promotoras del carlismo, como muestra la figura del obispo de Orihuela, Herrero
Valverde, y los famosos curas guerrilleros. Pero también hubo un gran apoyo al
carlismo por parte del campesinado más empobrecido. Concretamente, el carlismo
encontró un gran apoyo en el norte de Castellón y el Bajo Segura, como han
estudiado Evarist Olcina, Jesús Millán y Jordi Canal.
El instrumento
bélico principal del carlismo fue la guerra de guerrillas. A partir de 1835
Ramón Cabrera tomó el mando de las fuerzas carlistas en territorio valenciano,
tras la muerte de su anterior líder, Carnicer, llegando a contar con unos 4.000
hombres. Ramón Cabrera, el tigre del Maestrazgo, nació en Tortosa, y después de
estar en el seminario, que abandonó, protagonizó un ascenso muy rápido dentro
del ejército real. Destacó como líder militar carlista, llevando a cabo ataques
contra Villareal, Utiel y por sus intentos de sitiar las ciudades de Valencia y
Castellón.
En 1837 llegó
a la provincia de Alicante la expedición carlista de Forcadell, lugarteniente
de Cabrera. Ocupó Orihuela a finales de marzo de 1837, encontrando grandes
adhesiones. Entonces se organizaron milicias liberales desde Alicante para
acabar con los carlistas, que tuvieron que huir hacia Elche y posteriormente en
dirección a Almansa, donde consiguieron hacerse fuertes. En 1837 Cabrera ocupó
Burjassot, llevando a cabo una violenta represión contra los isabelinos, que se
saldó con más de 700 ejecutados, en represalia por el asesinato de su madre por
fuerzas liberales.
En 1838 la
guerra se centró en las comarcas del Maestrazgo y los Puertos. La ciudad de Morella
se convirtió en un fortín inexpugnable de las fuerzas carlistas,
constituyéndose en sede de la estructura administrativa de la facción. Finalmente,
en 1839 Espartero y Maroto firmaron el Convenio de Vergara, que ponía fin a la guerra
en el norte de España, ya que en el País Valenciano Cabrera no reconoció el
convenio y prosiguió las operaciones militares, fortificándose en Morella.
Libre del frente norte, todo el ejército isabelino, dirigido por Espartero y
O’Donnell marchó hacia el País Valenciano, y en mayo de 1840 consiguieron la
caída de Morella, con lo que se produjo el fin de la guerra carlista en tierras
valencianas y en toda España. Cabrera hubo de exiliarse.
2. Liberalismo moderado y
progresista.
I. La Regencia de María Cristina (1833-1840).
Durante la Regencia de María
Cristina (1833-1840) se intentó crear un régimen nuevo, para lo que se hubo de
buscar la conciliación entre los liberales moderados y los absolutistas reformistas.
En 1834 se aprobó el Estatuto Real, una carta otorgada que pretendía configurar
un régimen liberal oligárquico y moderado, con reformas mínimas en base a un
sufragio censitario muy restringido, que afectaba a menos del 1% de la
población.
A la burguesía
se le concedió una mayor libertad de expresión, en base a la prensa liberal moderada.
Además, en 1834 se institucionalizó la Milicia Nacional,
que hasta entonces había sido creada siempre de forma espontánea. Se la llamó
Guardia Nacional y quedó controlada, al ser una parte más del Ejército.
Pero el modelo del Estatuto Real
fracasó por la violencia de la guerra carlista y por la presión ejercida por
los liberales más progresistas, excluidos del cuerpo electoral y del poder. Por
ello en 1836 se produjo el Motín de la Granja o Sargentada, que supuso el fin del
régimen oligárquico y moderado. A partir de 1836 tomó fuerza de esta manera el
liberalismo progresista, lo que llevó a que en 1837 se aprobara una nueva
Constitución, que era un claro pacto entre liberales moderados y progresistas,
lo que consolidó el régimen liberal.
II. La Regencia de Espartero (1840-1843) y la reacción
progresista contra la
Década Moderada.
En 1840, al
terminar la guerra carlista, la
Reina y los moderados intentaron obstaculizar el avance de
los progresistas, que había estado condicionado en parte por el devenir de la guerra,
y para ello aprobaron la Ley
de Ayuntamientos, por la que la
Reina elegía directamente a los alcaldes de los municipios. Esa
ley fue la chispa para encender una insurrección liberal progresista dirigida
por Espartero. Ello forzó a que la
Reina se entrevistara con Espartero en Valencia para buscar
un acuerdo.
Espartero le puso como
condiciones para el acuerdo la anulación de la Ley de Ayuntamientos, la disolución de las Cortes
de dominio moderado y la creación de una corregencia entre ella y él.
Ante tantas
presiones, María Cristina abdicó y se marchó a Francia. Espartero se hizo cargo
entonces de la regencia de España, de 1840 a 1843. Durante esos años se pudo percibir
claramente que el progresismo no era ya un bloque homogéneo, sino que estaba
dividiéndose, a la par que surgían los primeros elementos republicanos.
Y es que algunos republicanos
valencianos protagonizaron diversas revueltas, que estuvieron dirigidas por
Vicente Agramunt. Espartero nombró como capitán general a Camacho, también progresista,
que llevó a cabo una política represiva de gran dureza. Así, en 1842 una insurrección
republicana contra Camacho acabó con la ejecución de Agramunt.
La ciudad de
Valencia mostró un importante apoyo al golpe posterior del general Narváez, en 1843,
que puso fin a la regencia de Espartero, que hubo de exiliarse en Inglaterra.
Isabel II, con sólo 13 años, era declarada mayor de edad, y por tanto, Reina de
España.
Se iniciaba
así la Década Moderada,
en la que los liberales moderados tomaron nuevamente el poder en claro
monopolio. Los liberales progresistas quedaron marginados del poder, y recurrieron
a la conspiración y la insurrección. Así, en 1844 se produjo una reacción
contra los moderados, que habían vuelto a aprobar la polémica Ley de
Ayuntamientos, en la ciudad de Alicante. En enero de 1844 estalló en Alicante
un movimiento de carácter revolucionario dirigido por los militares
progresistas Manuel Carreras y Pantaleón Boné.
Una vez tomado
el poder en Alicante, encarcelaron en el castillo de Santa Bárbara a las autoridades
y crearon una Junta Revolucionaria de Gobierno, denunciando la política conservadora
de los moderados y la Ley
de Ayuntamientos. Además, ordenaron la movilización de la Milicia Nacional
clásica, como en otras coyunturas revolucionarias, y crearon una Junta de
Armamentos y Defensa. Ante esta situación, el Gobierno central se dirigió
rápidamente a sofocar la rebelión alicantina, que podía servir de ejemplo en un
momento de fuerte crítica progresista al dominio moderado. Para ello enviaron a
los generales Fernández de Córdoba y José de la Concha, junto con el capitán
general de Valencia, Roncali, para sofocar la rebelión. La ciudad de Alicante
quedó bloqueada por mar y tierra. La capital de la provincia se situó en Alcoy
de forma provisional, por estar esta ciudad de lado del Gobierno, sirviendo
como base de operaciones. Alicante y Cartagena quedaron finalmente como los
únicos focos revolucionarios en la provincia.
En febrero,
tropas enviadas desde Murcia derrotaron a Boné y sus hombres en los alrededores
de Elda. Aquellos hechos presos fueron ejecutados en Villafranqueza. Aquellos
que escaparon hubieron de refugiarse en Alicante, que ya sufría graves
problemas de abastecimiento, lo que provocó que la moral cayera.
En marzo de
1844 Roncali entró en Alicante con 5.000 hombres, y los progresistas fueron hechos
prisioneros. El 8 de marzo se ordenó que fueran fusilados en el malecón del
puerto 24 líderes progresistas, incluido Boné. Los fusilamientos tuvieron una
finalidad ejemplarizante clara. Pero la insurrección dejó una huella imborrable
en la memoria colectiva de los alicantinos, convirtiéndose ese día, el 8 de
marzo, en una fiesta popular, la de los Mártires de la Libertad. Y es que en
1845 ciudadanos desconocidos dejaron 24 coronas de laurel en el lugar donde habían
sido ejecutados los liberales, e incluso se llevaron a cabo procesiones
cívicas.
Más tarde,
cuando se urbanizó la zona costera pasó a denominarse Paseo de los Mártires, la
actual Explanada de España, nombre dado por el franquismo. En 1907 además se
creó un monumento en memoria de los Mártires de la Libertad, en el paseo del
Malecón, siendo trasladado en 1914
a la
Plaza de España. Durante la dictadura franquista fue
eliminado el monumento, no sabiéndose a día de hoy donde está, aunque
probablemente fuera destruido.
Sobre esta
cuestión se escribió una novela, Refugio de libertad. También destaca el
estudio de Díaz Marín y Fernández Cabello, una monografía titulada Los mártires
de la libertad. La revolución de 1844 en Alicante, del año 1992. Además, en el
buscador google tenemos completamente digitalizada la obra Historia de Alicante
y su castillo, que hace detallada referencia a estos acontecimientos.
III. La Década Moderada
(1843-1853).
Tras la
sublevación de los progresistas, el gobierno moderado se instauró en el poder.
Narváez monopolizó el poder en un gobierno muy autoritario, casi dictatorial.
Los liberales moderados configuraron rápidamente un sistema político
oligárquico, por lo que el sufragio fue censitario y muy restrictivo, de forma
que sólo el 0,8% de la población tenía derecho a voto.
Se aprobó una
nueva Constitución, la de 1845, en la que la Corona tenía amplias atribuciones políticas, como
la elección de los senadores. En 1844 se había creado un nuevo cuerpo de seguridad,
la Guardia Civil,
con la que se sustituyó a la Milicia Nacional. Era un cuerpo de seguridad
centralizado y controlado por el Gobierno para atajar el bandolerismo y
controlar la delincuencia en las zonas rurales particularmente.
En 1849 se
creó la figura del gobernador civil, el delegado directo del poder central en
cada una de las provincias, que velaba por el cumplimiento de las órdenes del
gobierno central. Además, se coartó de forma importante la libertad de prensa
mediante la censura. Por otra parte, se volvió a poner en vigor la Ley de Ayuntamientos en 1844,
permitiendo así un férreo control del poder municipal, donde los progresistas
iban ganando cada vez más terreno. El gobernador civil comenzó a elegir los
alcaldes de los pequeños pueblos.
IV. Revolución de 1854 (Vicalvarada).
El monopolio
del poder por parte de los moderados llevó a diversos alzamientos. En 1848 se
produjeron levantamientos republicanos en el País Valenciano, como la
conspiración en Alicante de Manuel Carreras Amérigo, el único dirigente
que escapó a la represión de 1844. Tras el fracaso de la insurrección
fue deportado a Filipinas.
Los
acontecimientos europeos determinaron en buena medida esta dinámica, y es que
en Francia se acababa de instaurar la II República. También se dio una pequeña
sublevación republicana en Guadalest, donde una treintena de sublevados tomó el
castillo. Posteriormente fueron fusilados. El exclusivismo del partido moderado
acabó agotando el sistema político y generando camarillas y divisiones dentro
del propio partido. Así, a la división interna moderada se unió la oposición de
los sectores apartados del poder, como eran los progresistas, los demócratas y algunos
elementos republicanos.
Todo ello
llevó a la revolución de 1854, que dio lugar al Bienio Progresista, que volvió
a colocar a los sectores progresistas en el poder. Fue un periodo muy intenso a
nivel legislativo, afianzándose el sistema capitalista. Destacaron las leyes
bancarias y de ferrocarriles, que favorecieron la creación de un nuevo marco económico.
Junto a ellas estuvo la desamortización de Madoz, que afectó a los bienes
municipales, llevando a la ruina a muchos municipios. Esta legislación
pretendía potenciar el crecimiento capitalista en función de los intereses de
la burguesía, con lo que se amplió de forma importante el mercado de tierras y
se pretendió mejorar las comunicaciones para articular un mercado nacional que
potenciaría el desarrollo económico.
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