lunes, 7 de junio de 2010

Las bases ideológicas: La expresión política de la arquitectua

Las bases ideológicas: La expresión política de la arquitectua

El mito de la unificación no era más que uno de los aspectos de lo que, cuando surge la dinastía I, concentra casi todos los esfuerzos intelectuales y de organización: la proyección de la monarquía como el supremo símbolo de poder. En las paletas de pizarra de finales del Predinástico, aparecen figuras vencedoras con la apariencia de animales (un león, un toro, un escorpión, un halcón; véase la figura 16, p. 64), a las que podemos considerar símbolos de poder humano, tal vez de un rey. Pero únicamente en la paleta de Narmer (y en la maza del Escorpión), encontramos las representaciones humanas de los monarcas que, a fin de transmitir algunos de sus atributos simbólicos, han recibido un esmerado tratamiento. Cuando nos volvemos hacia la arquitectura, hallamos un proceso similar, sólo que a una escala mucho mayor. Las tumbas reales se convirtieron en la principal expresión pública de la naturaleza de la monarquía. Así pues, los cambios en su arquitectura constituyen la mejor guía que tenemos para seguir la evolución de la manera de percibir la monarquía en la antigüedad.
Nagada y Hieracómpolis nos han proporcionado tumbas que, a causa del tamaño, los revestimientos de ladrillos y, en el caso de la tumba 100 de Hieracómpolis, las pinturas murales que tienen, dan a entender que los propietarios pertenecían a la reaJeza. A pesar de todo, son construcciones muy modestas y, seguramente, jamás poseyeron una superestructura muy complicada. La dinastía I introdujo un cambio radical. En una atmósfera generalizada en la que aumenta notablemente el tamaño de las tumbas por todo el país, lo que refleja el gran incremento de las riquezas y de la organización del Estado en el Dinástico Antiguo, nos encontramos a tos constructores de las tumbas reales dando los primeros pasos hacia la escala monumental y un simbolismo arquitectónico característico.
Ahora hemos de fijar nuestra atención en otro yacimiento: Abydos, una necrópolis en el desierto perteneciente al distrito donde estaba la ciudad (Ti-nis, probablemente la actual Girga) que, más tarde, la tradición convertiría en la morada de los reyes de la dinastía I. Los faraones de dicha dinastía y los dos últimos de la dinastía II fueron enterrados en un paraje aislado, al que ahora se conoce como Umm el-Kaat. Sus tumbas eran cámaras construidas con ladrillos, en unos grandes fosos excavados en el desierto, y cubiertas por una sencilla superestructura con la forma de un simple túmulo cuadrado, que se rellenaba hasta arriba de arena y gravilla. Supone una clara evolución desde las tumbas «reales» de adobe en Nagada y Hieracómpolis. La pertenencia a la realeza quedaba proclamada por un par de estelas de piedra verticales, con el nombre de Horus del faraón en cuestión. Cada tumba poseía asimismo un segundo elemento, un edificio aparte situado cerca del límite con la llanura de inundación, y justo detrás del emplazamiento de la antigua ciudad de Abydos. Los mejor conservados son un par de finales de la dinastía II y, en especial, el último, el Shunet el-Zebib, que perteneció al faraón Khasekhemui.
El Shunet el-Zebib es un recinto que mide 54 por 113 metros en su interior y 122 por 65 metros por fuera, y que está rodeado por una doble muralla de ladrillos de adobe en la que se abren las entradas. La muralla interior, que en algunas partes todavía tiene 11 metros de altura, es un sólido muro de 5,5 metros de espesor. Las paredes exteriores estaban decoradas con entrantes y salientes, para dar la impresión de paneles. En el lado más largo, orientado a los cultivos, se acentuó esta fachada panelada mediante la inserción, a intervalos regulares, de un entrante más hondo. En cuanto al interior del recinto, parece ser que estaba vacío a excepción del edificio que se levanta junto a la esquina este. Contenía varias habitaciones, en algunas de las cuales se habían guardado las vasijas de cerámica para almacenamiento. Las paredes exteriores de este edificio fueron decoradas con el mismo estilo panelado que la gran muralla de circunvalación.




El estilo regio de la arquitectura en el período Dinástico Antiguo. (A) Sector sureste de Shunet el-Zebib en Abydos (lámina 2, p, 70; reinado de Khasekhemui, finales de la dinastía II, c. 2640 a.C.). La situación de los montículos territoriales de piedra es hipotética. Tomado de E. R. Ayrton, C. T. Currelly y A. E. P. Weigall, Abydos, vol. III, Londres, 1904, lámina VI. Adviértase el estilo a base de entrantes, «fachada de palacio» simplificado, de la manipostería de ía> superficies cxicrmoi Para vi;r
Podemos averiguar el significado de este edificio y de lo que le acompaña por dos vías. Una atañe al efecto panelado de los muros exteriores. Los ejemplos más notorios aparecen en las fachadas de las grandes tumbas del período Dinástico Antiguo (figura 18B), la mayoría de las cuales se encuentran en el área de Menfis (pese a que uno de los ejemplos más famosos está en Nagada)." En algunos casos, se conserva la parte inferior de una primorosa decoración pintada, que reproduce con gran detalle otra manera más de adornar ios muros: se cubrían los espacios estrechos que quedaban entre los entrantes con largas colgaduras de estera, tejidas con brillantes colores, y que pendían de unos postes horizontales. Una característica habitual es que las superficies paneíadas estaban interrumpidas por huecos profundos, cuyos lados también habían sido modelados de la misma manera. Al fondo de cada hueco había un entrante mayor, pintado de rojo, que por lo visto representaba el batiente de madera de una puerta. Todo este diseño de paneles, huecos y aplicaciones de motivos que reproducían las esteras, pasó a ser el procedimiento habitual de decorar los sarcófagos y los lugares de ofrendas de las capillas funerarias más tardíos, los cuales nos proporcionan los deíalles que nos faltan de la parte superior de las tumbas del Dinástico Antiguo.

Este diseño también aparece en otro extremo. Un trozo reducido de aquél constituía la base del emblema heráldico donde estaba escrito el nombre de Horus (el nombre principal) de los faraones del Dinástico Antiguo. Hace ya tiempo que, gracias a ello, se dedujo que este estilo arquitectónico correspondía en concreto al palacio real y los expertos acuñaron el término <>. Sin embargo, hasta 1969 no se encontró un tramo de un muro decorado con este esitlo y que no formase parte de una tumba. Se hallaba en el centro de la ciudad del Dinástico Antiguo de Hieracómpolis, y rodeaba una entrada. Aunque no se ha descubierto nada del edificio interior, y se desconoce el tamaño del recinto entero, parece inevitable identificar este muro como parte de la muralla de un verdadero palacio del Dinástico Antiguo.
El muro de Hieracómpolis, el Shunet el-Zebib y el ribete que enmarca el nombre de Horus del faraón, ponen de manifiesto que los reyes del Dinástico Antiguo adoptaron la fachada con entrantes y salientes y decorada como símbolo de poder. Por sí misma denotaba la idea de «palacio» como institución de gobierno, y a los que formaban parte de la corte —la élite palatina que rodeaba al monarca y administraba el poder de éste— se les permitió utilizar una versión a menor escala para decorar sus propias tumbas. A causa de su estilo característico y majestuoso, la arquitectura monumental inicial de Egipto levantó una barrera entre el faraón y el pueblo.
Por lo que respecta a la segunda vía, nos hemos de dirigir a un monumento que, en lo referente al tiempo, sólo es de una generación posterior al Shunet el-Zebib, pero que pertenece a otro plano de los logros arquitectónicos: la Pirámide Escalonada de Saqqara, la tumba de Zoser (Dyoser), el primer (o el segundo) faraón de la dinastía III (c. 2696 a.C.). Es la primera construcción de Egipto a verdadera escala monumental y realizada totalmente en piedra. En sus detalles contiene también muchos de los motivos decorativos fundamentales de la arquitectura faraónica. Representa un importante acto de codificación de las formas dentro de la arquitectura, equivalente al que había tenido lugar en el arte a inicios de la dinastía I.
La Pirámide Escalonada nos plantea un gran problema de interpretación. Consta de varias partes distintas, cada una de las cuales debía encerrar un significado concreto. Sin embargo, en ella apenas hay decoraciones figurativas o escritas que manifiesten de manera explícita dicho significado. En gran parte, nos hemos de fundamentar en las interpretaciones sacadas de fuentes mucho más tardías, principalmente de los Textos de las Pirámides. Pero, por aquel entonces, el trazado de las pirámides había experimentado un cambio radical y, por tanto, también debió hacerlo el significado de sus distintas partes. Así pues, por ejemplo, no existe una respuesta clara y con la que todos estén de acuerdo a la pregunta básica de por qué se construyó una pirámide escalonada. En la época de los Textos de las Pirámides, hacía ya tiempo que la había reemplazado la verdadera pirámide por lo que, cabe presumir, habría tenido un simbolismo muy diferente del que establecía un fuerte vínculo con el culto, centrado en Heliópolis, al Sol. Otra pregunta que, sinceramente, queda sin respuesta es por qué se construyó una segunda tumba, de tamaño más reducido, en la muralla sur de la Pirámide Escalonada, la llamada Tumba Sur.
Afortunadamente, no todo en este increíble monumento resulta un misterio. La Pirámide Escalonada de Zoser se halla en medio de un recinto rectangular que mide 278 por 545 metros. Estaba rodeado por una espesa muralla de piedra con torreones en el exterior y la fachada estaba esculpida con una versión, nueva y más sencilla, del estilo de fachada de palacio. La entrada auténtica se encuentra en la esquina sureste, y en el diseño general de todo el complejo aún podemos reconocer la planta básica del Shu-net el-Zebib de Abydos. En el centro del recinto se extiende un vasto espacio descubierto, un rectángulo que mide 108 por 187 metros, y los muros que dan a él están panelados. Originalmente, había un par de montículos de piedra, con la forma de una pezuña de caballo, a cada extremo e, inmediatamente enfrente de la pirámide, una plataforma, también de piedra, a la que se accedía subiendo unos peldaños y que estaba orientada siguiendo el eje de los montículos. Esta disposición de los montículos y la plataforma con escalones se conoce gracias a las escenas del Dinástico Antiguo. En una de ellas, sobre una maza del reinado de Narmer (figura 20), podemos ver que en este marco era donde se pasaba revista a los animales y los prisioneros capturados en una batalla. En otra, un letrero del reinado del faraón Udimu de la dinastía I, el rey aparece dos veces: una, sentado en el trono con peldaños bajo un dosel, y la otra en el patio ceremonial, corriendo o caminando a grandes zancadas entre los grupos de montículos de piedra. Este último elemento es uno de los dos temas representados en los bajorrelieves que hay esculpidos en el mismo complejo de la Pirámide Escalonada. Al fondo de unas entradas falsas, en los corredores subterráneos debajo de la Tumba Sur y la misma Pirámide Escalonada, se encuentran dos grupos con tres paneles esculpidos. Algunos de ellos muestran a Zoser mientras lleva a cabo esta misma ceremonia de caminar a grandes pasos o correr entre los montículos, acompañado de otros símbolos. La silueta de los montículos se puede clarificar mediante ias referencias posteriores, igual que uno de los grupos más destacados de símbolos, Son indicadores de los límites territoriales. Las fuentes más tardías nos informan también de que al patio ceremonial simplemente se le llamaba «el campo», y que la ceremonia se denominaba «abarcar el campo» o «presentar el campo» con lo que, entonces, se hacía énfasis en la dedicación del patio a un dios, aunque este elemento no es evidente en las representaciones más antiguas.
Una de las necesidades generales que tiene la monarquía (y cualquiera de las otras formas de gobierno de un Estado) es la de disponer de un marco oficial donde el líder en persona pueda mostrarse ante el gran público o ante los representantes escogidos que componen la corte. En los períodos posteriores, las fuentes egipcias dieron mucha importancia a la «aparición del monarca» y deberíamos avanzar que cada época buscó un escenario teatral para este gran momento, construido alrededor de cienos elementos básicos: un amplio espacio descubierto, un lugar elevado donde se pudiera ver al rey dentro de un marco oficial, y un pabellón en el que podía vestirse y descansar cómodamente y en privado. En los capítulos V y VII, describiremos tos complejos procedimientos que adoptaron los faraones del Imperio Nuevo en sus presentaciones en público y descubriremos escenarios de esta misma índole. Las primeras fuentes, tanto pictóricas como arquitectónicas, se combinan también para satisfacer esta necesidad con precisión. Hemos de imaginarnos que una parte importante del palacio de un rey del Dinástico Antiguo era un inmenso patio ceremonial cerrado, o plaza, provisto de unos montículos que simbolizaban los límites territoriales y, en un extemo, un estrado elevado con el trono, al que daba sombra un dosel con una forma característica (este último elemento ya estaba presente en una de las barcas de la tumba 100 de Hieracómpolis ), mientras que en el otro habría un pabellón. Era el escenario de las grandes ocasiones reales, como la recepción del tributo, o en maba sus derechos sobre el territorio mientras paseaba, dando grandes zancadas, alrededor de sus límites. El Shunet el-Zebib y la gran plaza frente a la Pirámide Escalonada son las réplicas a tamaño natural, con las que se le proporcionaba al faraón el marco necesario para mostrar su magnificencia en la eternidad de la muerte.
De todas maneras, aquí no acaba la historia. Existe otro elemento del ritual esencial de comienzos de la monarquía, una celebración periódica que los egipcios llamaron la fiesta Sed. Ya desde tiempos antiguos, las fuentes presentan Ja fiesta Sed como la gran conmemoración o jubileo dei período de, idealmente, treinta años de mandato de un faraón en la Tierra, aunque posteriormente podían tener lugar una segunda y una tercera celebración a intervalos más breves. La manera en que se realizaba el festival cambió con el tiempo y, probablemente, también lo hizo su significado. Cuando se estudia la religión egipcia, y dado que las formas pictóricas tendían a ser siempre las mismas, resulta tentador combinar las fuentes de todos los períodos para generar así una explicación más global de un ritual o de una creencia en particular. Pero la continuidad de formas disfraza los cambios en el significado y la práctica. La invención de tradiciones era algo en lo que los egipcios despuntaban. Habría que interpretar las fuentes de cada período dentro del espíritu y a la luz sólo de aquella época." Hay dos aspectos que parece ser que caracterizaron la fiesta Sed más que cualquier otro. El rey, a menudo ataviado con unas ropas distintivas, está sentado en un estrado especial, con un doble sitial, para su aparición como faraón del Alto y el Bajo Egipto. Normalmente, los tronos se representaban espalda contra espalda, pero debe tratarse más bien de un recurso artístico para que se vean los dos y, en realidad, estaban colocados uno al lado del otro." Otras escenas más trabajadas, posteriores al período Dinástico Antiguo, muestran, como telón de fondo de esta ceremonia, una serie de santuarios que están dibujados como si fueran construcciones de madera y esteras. En el próximo capítulo, examinaremos el origen y el significado de este estilo arquitectónico: fundamentalmente, esta clase de santuario tuvo su origen en un tipo de estructura de carácter temporal y, en este contexto, representaba otro par de símbolos duales, teniendo un estilo para el Bajo Egipto y otro distinto para el Alto Egipto. A veces estaban consagrados, de manera concreta, a la diosa cobra Uadyet. de la ciudad de Bulo en el delta, y a la diosa buitre Nekhbet, de El-Kab. Pero otras veces también lo estaban a otras deidades. Esta reunión, en una serie de santuarios temporales junto al doble trono del monarca, de las imágenes de las divinidades de las provincias era un gesto del homenaje que aquéllas rendían a la persona del faraón. El otro elemento que, a partir de la dinastía III, está específicamente asociado con la fiesta es la ceremonia de reivindicar unos derechos sobre el <>, caminando a grandes zancadas alrededor de los montículos. En consecuencia, esta ceremonia distinta y que, probablemente, se realizaba con mayor asiduidad quedó absorbida, en algún momento, por la pompa que rodeaba a la fiesta Sed.
Una vez más, la Pirámide Escalonada clarifica la imagen. Al lado del gran patio ceremonial con los montículos se encuentra, aunque bien diferenciada, otra parte del complejo. Corre a lo largo del lado este del recinto principal y está formada por una serie de edificios, en su mayoría de construcción sólida por más que son ficticios, colocados en hilera a ambos lados de un patio. Tiene una apariencia muy característica: un grupo de pequeñas estructuras rectangulares cuyos detalles externos recrean, mediante una arquitectura sólida, a escala y tridimensional, las formas de los santuarios temporales, los cuales estaban concebidos como construcciones de madera y esteras. En realidad, son los representantes del tipo de edificios que, en escenas más tardías, aparecen juntos durante la fiesta Sed. Parece que este era también el significado que tenían en la Pirámide Escalonada, pues en uno de los extremos del patio hay el estrado cuadrado de un trono, con dos tramos de escaleras, y que originalmente estaba cubierto por una pequeña construcción de piedra. Es difícil evitar la conclusión de que esto era la traducción en piedra y para la eternidad del estrado con el doble trono cubierto por un dosel especial, y que esta parte del complejo de la Pirámide Escalonada le ofrecía al faraón Zoser un emplazamiento eterno para las periódicas fiestas Sed. Escenas del rey visitando los diversos santuarios constituyen el otro motivo de los paneles esculpidos en las galerías subterráneas.
Ahora podemos apreciar mejor el significado de la arquitectura de las primeras tumbas reales, de entre las cuales ¡a Pirámide Escalonada es la más completa y compleja. Ofrecían un emplazamiento para la celebración eterna de la monarquía tal cual se experimentaba en la tierra. El rey era el supremo, reivindicador del territorio; protegido dentro de su palacio característico, se convertía en el punto de mira de unos rituales centrados sobre su persona en vida.
En la dinastía IV, la forma de las tumbas reales cambió de una manera radical. La pirámide escalonada se transformó en una verdadera pirámide y, en vez de encontrarse en medio de un gran complejo con más edificios, se alzaba al final de una secuencia arquitectónica lineal que se extendía desde el límite de la llanura aluvial (figura 21). Desaparecieron el gran patio ceremonial cerrado para la aparición del rey y la arquitectura especial de la fiesta Sed. En su lugar, surgió un templo pensado principalmente para la veneración del espíritu del monarca, que se realizaba mediante un lugar de ofrendas situado en la cara este de la pirámide y por medio de un grupo de estatuas. Estos elementos estaban presentes en el complejo de Zoser, pero ahora eran los dominantes. En las paredes aparecen escenas de la fiesta Sed, aunque junto con otros temas. La verdadera pirámide era un símbolo del Sol (otra vertiente de la gran codificación de la que hablaremos en el capítulo siguiente) y, a partir de la dinastía IV y sobre todo de la V, hay otro indicio que prueba que las consideraciones intelectuales más serias, la teología, estaban prestando una mayor atención al poder del Sol en cuanto fuerza suprema. El principal título de los faraones, «Hijo de Re», aparece por primera vez en esta época.
Las pirámides de la dinastía IV y posteriores transmiten una nueva imagen de la monarquía. Ya no existe el poder puro de un gobernante supremo del territorio. Ahora el monarca está sublimado como la manifestación del dios Sol. La arquitectura transmitía esta nueva conceptualización básica con el mayor efectismo posible.
Todavía se conserva una documentación fragmentaria del clima social y económico en que surgió el primer Estado egipcio. Podemos reconocer como antecedentes generales una sociedad agrícola relativamente igualitaria, que habitaba en aldeas con una baja densidad de población y en áreas de asentamiento más grandes, desperdigadas por todo el valle y el delta del Nilo durante el cuarto milenio a.C. Asomaron las identidades locales y los líderes de las comunidades, pero con un ritmo y a una escala que variaban de un lugar a otro. El hecho de que las variaciones locales, que al principio eran bastante reducidas, fueran aumentando cada vez más era inherente a la naturaleza del proceso. En el caso de las más exitosas, adoptó un ritmo de crecimiento exponencial que, a finales del período Predinástico, culminó con la aparición de un Estado único. Los que participaban en esta última fase de crecimiento dinámico y competencia extrema percibieron las consecuencias de un poder a gran escala y codificaron su expresión con una forma intelectual característica. Ésta fusionaba con habilidad un concepto generalizado —la superioridad de un orden de origen loca! frente a un caos universal— y la posición de un solo monarca, cuyo poder como gobernante de ios territorios cobraba expresión en la arquitectura monumental, el ritual y el arte simbólico. Este conjunto de ideas e ideales para legitimar la autoridad de un rey sobre sus subditos iba a sobrevivir a los altibajos de la historia política durante 3.000 años. También consiguió que los mismos egipcios fueran incapaces de visualizar el modelo con múltiples centros de origen de su propio desarrollo político inicial. Siempre que reaparecía la desunión política, se la consideraba una huida de la situación ideal del principio, por más que (como ahora podemos ver) aquélla era bastante mítica. Y, como mostraremos en el próximo capítulo, la construcción paralela de un mundo mítico alejó a los egipcios de sus orígenes culturales.


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