martes, 1 de junio de 2010

Análisis de la herejía en la novela de Umberto Eco

El Nombre de la Rosa
Análisis de la herejía en la novela de Umberto Eco

Introducción
Son muchos los temas que Umberto Eco nos plantea en su novela. Temas que nos sirven para realizar un análisis de los acontecimientos que se desarrollaron durante el siglo XIV en Europa y que él toma y mezcla hábilmente, haciendo que tomen parte de la trama de su libro. Por una parte tenemos el enfrentamiento entre el Imperio y el papado, con Ludovico y Juan XXII al frente respectivamente, donde ambos bandos harán uso de la religión como arma política. El Imperio y sus teólogos se adherirán a los franciscano en su ideal de pobreza como forma de atacar al corrupto papado de Aviñón. Mientras, el papa intentará declarar condenar a los franciscanos, ya que considera que su ideal de pobreza no sólo ataca a la Iglesia sino que es cuna de herejías. En este marco se producirá un concilio en una abadía sin nombre de Italia en el 1327. Allí, con el abad como mediador, se realizará un debate entre representante de las dos facciones para decidir si Cristo era pobre y si la Iglesia debe serlo y, de una forma más concreta, si la orden franciscana debe seguir existiendo. Para completar el cuadro, la abadía, en los días previos al concilio, está siendo teñida por unas inexplicables muertes.

Entre los miembros de la legación imperial están fray Guillermo de Baskerville y su amanuense, Adso de Melk. Dejemos que nos guíen a través de los acontecimientos que ocurrieron en esta ya célebre abadía, mientras usamos sus pesquisas e investigaciones para hacer nosotros un recorrido dentro del mundo de las herejías.

Primer día
El primer contacto con las herejías en el libro va a venirnos de mano de Salvatore. Cuando nuestros protagonistas, fray Guillermo y Adso, se dirigían el primer día a la iglesia de la abadía para encontrarse con Umbertino da Casale, coincidieron por primera vez con Salvatore, un monje de aspecto animalesco que hablaba una mezcla de las lenguas de todos los lugares por los que había pasado a lo largo de su tormentosa vida. Este monje dijo penitenciágite, de lo que fray Guillermo dedujo que probablemente había practicado la herejía dulcinista en el pasado.

Antes de que comience la conversación entre Guillermo y Umbertino, Adso empieza a recordar lo que sabe del anciano monje y del aire de santidad que siempre le ha envuelto. El origen de los espirituales, grupo al que él perteneció, se encuentra en un monje cisterciense de principios del siglo XII llamado Joaquín. Predicaba que habría un segundo advenimiento de Cristo, profetizando la orden de San Francisco antes de que ésta apareciera. Esta circunstancia fue aprovechada para atacar a los franciscanos en Francia, que se estaban volviendo demasiado poderosos, acusándolos de herejes. Es en este momento cuando Adso hace una importante reflexión sobre la confusión de ideas reinante en esta época y sobre cómo había quienes intentaban confundir las ideas en beneficio propio. De esta manera, Adso acusa a la Inquisición de crear herejes. Plantea que hay veces que persiguen y reprimen tan salvajemente a las herejías que impulsan a la gente a convertirse en herejes por odio hacia esas cacerías indiscriminadas.

Siguiendo con Joaquín y con el origen de los espirituales, retomamos el hilo con un franciscano de la Toscana llamado Gerardo da Borgo San Donnino. Tomó como propias las predicciones de Joaquín, ganándose a un grupo de frailes menores. Cuando Buenaventura salvó a la orden franciscana de los ataques de los que fue objeto en el concilio de Lyon, cediéndoles a los mismos todos sus bienes, estos frailes menores se rebelaron. Decían que los franciscanos no debían de acumular riquezas y, como rebeldes, fueron encarcelados. Pero acabaron siendo liberados. Uno de ellos, Angelo Clareno, se reunió con un fraile de Provenza llamado Giovanni Olivi, que predicaba las profecías de Joaquín. Más tarde se uniría a él el mismo Umbertino, surgiendo así el movimiento de los espirituales. Algunos de los más poderosos cardenales de Roma simpatizaron con estas tendencias favorables a la pobreza. Empezaron a predicar, haciéndose muy populares entre las masas. Pero éstos recibían la predicación y la difundían por el país, sin ningún tipo de control.

Las masas populares que recibieron las predicaciones de los espirituales se convirtieron en los llamados frailes de la vida pobre o fraticelli. Los más simples entre ellos vivían sin propiedades, de la limosna y de lo que obtenían cada día del trabajo de sus manos. Pero una bula papal condenó a los vagabundos pordioseros que se movían en torno a la orden de los franciscanos, ya que sostenían que ni Cristo ni os apóstoles tuvieron nunca propiedad alguna. Se les llegó a considerar peligrosos, condenando el papa a los terciarios y a los vagabundos pordioseros que se movían en torno a los franciscanos. Pero los líderes espirituales lograron dejar la orden e ingresar en otras, como pasó con Umbertino, que consiguió eludir la cruzada de Juan XXII contra los seguidores de Olivi.

Ya conversando los dos viejos amigos, Guillermo y Umbertino hablan de la condena de los begardos, fraticelli franceses, de Narbona. Umbertino defendió entonces la idea de la pobreza, a pesar de que ese mismo año el papa había condenado a la hoguera a cinco espirituales, con el apoyo de Michele da Cesana, uno de los líderes franciscanos, que pretendía encontrar un camino común entre ambas posiciones. Al final el proceso no dictaminó que la idea fuese herética, pero los enemigos de Umbertino le acusaron de estar con el emperador Ludovico cuando éste declaró herético a Juan.

Continúa la conversación, recordando la época en la que Guillermo ejerció de inquisidor y se negó a condenar, a instancia de Umbertino, a tres hombres del grupo de Chiara da Montefalco a quienes acusó de dulcinistas. Pero Guillermo prefirió dejar el Santo Oficio a pesar de la insistencia de Umbertino en sus pecados heréticos (yacer con monjas, proclamarse apóstol…). En esa misma conversación, Umbertino confunde a aquellos a los que acusó, que eran hermanos del Espírtu Libre, con herejes dulcinistas. Es un adelanto de lo difícil que resulta distinguir entre una herejía y otra, o incluso a veces entre la ortodoxia y la herejía. Umbertino especifica un poco más sobre estos herejes, los amigos de Chiara, explicando sus pecados: violaban a muchachas y despedazaban a niños, bebiéndose la sangre de los mismos mezclada con cenizas. Pero Guillermo no cree tales acusaciones, ya que son las mismas que pesaban sobre los obispos armenios, sobre los paulicistas y los bogomilos. Guillermo tiene la teoría de que los acusados habían leído sobre ello y, al ser torturados, se las confesaron al torturador, diciéndole todo lo que éste quería oír e incluso más.

En esta misma conversación vuelven a mencionar a Joaquín y a sus predicciones, donde se incluía la llegada del personaje de Francisco de Asís, como luego ocurrió. También predijo que habría una época en la que aparecerían dos anticristos, seguidos por un papa angélico. Guillermo recuerda a Umbertino que estas predicciones eran también seguidas y difundidas por fray Dulcino. Umbertino, enfadado, puntualiza que Dulcino manchó la palabra de Joaquín, convirtiéndola en fuente de muerte e inmundicia. Por último y antes de despedirse, Guillermo le cuenta a Umbertino la palabra que oyó salir de la boca de Salvatore, penitenciágite, pero Umbertino no cree que sea un hereje dulcinista, ya que fue él personalmente quien lo donó a la abadía para librarlo de la acusación de pertenecer a los espirituales de Umbertino.

Segundo día
Las referencias a las herejías medievales a lo largo del segundo día comienzan con una reflexión de Adso. Recordando la conversación entre Umbertino y su maestro, interroga al último sobre la persona de fray Dulcino, a quien no pararon de nombrar el día anterior. Pero Guillermo prefiere no hablarle de él, ya que considera que sólo serviría para confundir aún más a su joven pupilo. Al pasar con la cocina, presencian una discusión entre el cocinero y Salvatore, donde se insultan mutuamente acusándose de herejes. Adso reflexiona de nuevo, ya que los rumores que relacionan a Salvatore y al cillerero con un pasado herético dulcinista son cada vez más abundantes. Estos pensamientos le dirigen, de nuevo, a la conversación entre Guillermo y Umbertino. Guillermo defendía que no había mucha diferencia entre la fe mística y ortodoxa y la fe perversa de los herejes. Para Umbertino la diferencia estaba clara, pero a Guillermo cada vez le costaba más percibir la diferencia, por lo que dejó de ser inquisidor.

Guillermo y Adso se encuentran con uno de los monjes jóvenes, Aymaro d’Alessandria. Este monje critica duramente la marcha de la abadía y la política aplicada sobre los libros. Critica también la actitud del abad, que permite que fraticelli herejes ingresen en la abadía sólo para contrariar al papa, ya que el abad es favorable al emperador. De nuevo, vemos cómo los rumores hablan de dos miembros de la comunidad manchados por la herejía.

En su visita al scriptorium, nuestros protagonistas conocerán al venerable Jorge de Burgos, el anciano monje ciego que era considerado como el más sabio de la comunidad. Adso comenta cómo a lo largo de su estancia en la abadía, vio que los monjes consultaban al anciano. Una de esas veces, Jorge explica a un monje cómo plasmar mejor en un escrito las diferencias entre un cismático y un hereje. A otro monje le aconsejó sobre cómo interpretar ciertos textos sin caer en la herejía donatista.

Tras dejar el scriptorium, Guillermo y Adso acuden a reunirse con el abad para preparar el concilio que se dará en los próximos días. Al hablar con el abad sobre este tema, sale a la luz el capítulo de Perusa. En él los espirituales desarrollaron el tema de la pobreza de Cristo, al que luego se adhirieron los franciscanos. Michele, uno de los líderes de la orden franciscana, ha sido llamado a Aviñón. Al no querer una ruptura definitiva entre su orden y el papado, decide ir, aunque sus allegados piensan que es una trampa del papa para acusarle de herejía y procesarlo.

El abad recuerda a Guillermo que en Aviñón están acostumbrados a tratar con franciscanos, es decir, con personas próximas a los herejes fraticelli. Guillermo le replica, ya que no son lo mismo los franciscanos que se acogen al capítulo de Perusa y a la pobreza de Cristo y las bandas de herejes. Estas últimas, entendiendo mal las predicaciones que han oído y los evangelios, convierten la lucha contra la riqueza en una matanza. El abad le recuerda entonces que, no hace mucho, en una región cercana de la abadía, un grupo de seudoapóstoles de Dulcino arrasaron las tierras del obispo Vercelli. Y como el abad se apresura a añadir, estos dulcinistas comparten con los franciscanos la pasión por las predicciones de Joaquín. En este contexto, el abad insinúa a fray Guillermo la existencia de frailes menores, tránsfugas procedentes de los franciscanos, que podrían tener un pasado relacionado con la herejía dulcinista. De nuevo, otra referencia al supuesto pasado herético de Salvatore y del cillerero.

Continúa la discusión, reprochándole Guillermo al abad que está confundiendo a fraticelli con dulcinistas. Para el abad, todos son los mismos. Mezcla a fraticelli con patarinos, valdenses, con cátaros y, dentro de éstos, con los bogomilos búlgaros y con los herejes de Dragovitsa. Guillermo especifica que no se debe confundir los pecados de una herejía con los de otra. Por ejemplo, los patarinos sólo pretendían mejorar el modo de vida de los eclesiásticos, cayendo en el error de rechazar los sacramentos dados por sacerdotes impuros. Guillermo opina que, dentro de las herejías, no todas tienen un mismo nivel. Los cátaros, por ejemplo, son una secta oriental apartada de la Iglesia. Guillermo piensa que se les atribuyen muchas falsas imputaciones inspiradas en sus ideas de la negación del infierno y su rechazo al matrimonio. Además, añade que los simples se adhieren a las herejías como un modo de gritar su desesperación, sin saber identificar entre ellas. Y al igual que los simples no distinguen entre las herejías, muchas veces la Iglesia tampoco ha distinguido entre espirituales y herejes. Es más, plantea que los simples son utilizados cuando sirven para debilitar al enemigo y sacrificados cuando ya no son útiles. Pero tampoco Guillermo se ve capaz de poder discernir cuál de estas herejías es correcta, en caso de haber una que lo fuese. Antes de despedirse, el abad recalca de nuevo a Guillermo la posible presencia de un par de monjes con pasado hereje en la abadía.

Tercer día
El tercer día de su estancia en la abadía, Adso se encontró con Salvatore en la cocina. El joven amanuense le interrogó sobre su vida, descubriendo que había formado parte de los grupos de algunos predicadores mendicantes. Estos grupos fueron condenados por el papa Juan, que veía como un peligro a quienes predicaban la pobreza. También dedujo Adso que Salvatore, en sus viajes, había formado parte de diferentes grupos heréticos, como cátaros, arnaldistas, patarinos y valdenses, pasando de un grupo a otro según continuaba su vagabundeo por el mundo. Comenta también cómo se entregó a la vida de penitencia, penitenciágite como decía Salvatore, lo cual hizo pensar a Adso que se refería a la herejía dulcinista. Entonces, al preguntarle Adso si en sus viajes había conocido a fray Dulcino, Salvatore le miró con odio y, tras ponerle una excusa, se marchó.

Adso se encuentra con su maestro en la herrería, pasando a relatarle su encuentro con Salvatore. Guillermo está ya prácticamente convencido del pasado herético del monje. Adso, por su parte, cada vez está más confundido acerca de las herejías. No entiende por qué su maestro, ante Umbertino, intentaba demostrar que los ortodoxos y los herejes son, en el fondo, muy similares, mientras que ante el abad intentaba demostrar las diferencias entre las diferentes herejías y entre los herejes y los ortodoxos. Su maestro le explica que, ya que una persona va a ser quemada por sus pecados, es justo al menos hacerlo con propiedad y no acusarle de actos de otras herejías, lo cual justifica la defensa que mantiene ante el abad. Y ante Umbertino, hace hincapié en que todos, herejes y ortodoxos, comparten una misma naturaleza humana. Aclarado este punto, Adso confiesa que, tras las conversaciones de estos últimos días, no se ve capaz de diferenciar entre las herejías. No sabe ya cuáles son las diferencias entre valdenses, cátaros, los pobres de Lyon, los humillados, los begardos, los terciarios, los lombardos, los joaquinistas, los patarinos, los apostólicos, los pobres de Lombardía, los arnaldistas, los guillermitas, los seguidores del espíritu libre o los luciferinos.

Guillermo le explica que no es culpa suya. Muchas de las herejías que Adso menciona nacieron hace doscientos años y ya no existen, mientras que otras son recientes. Sin embargo, se suele confundir, explica Guillermo, a herejías tan distintas como la cátara y la valdense. Mientras los valdenses quieren reformar la Iglesia, los cátaros creen en una visión distinta de Dios y tienen su propia Iglesia y sus propios sacramentos. Si se les confunde, es por los simples que engrosan sus filas y que, la mayoría de las veces, no conocen realmente la herejía que practican. Además, Guillermo sostiene la teoría de que los simples no eligen la herejía a la que se adhieren, sino que acogen la que pasa por su pueblo o aldea. De esta forma, por ejemplo, si un predicador dulcinista pasa por un lugar y consigue nuevos adeptos, muy probablemente éstos hayan sido anteriormente valdenses o fraticelli. De este modo, se confunden entre sí y se les aplican a unas herejías las características de otras. Y habría que añadir que, ante los excluidos sociales, la actitud de San Francisco, por ejemplo, había sido integrarlos. Pero las herejías a menudo tenían la intención de rebelarlos, usándolos como instrumento. Por lo tanto, mientras existan excluidos, existirán las herejías y existirán aquellos que sacan provecho político de ellas. Ante la pregunta de Adso de quién tiene razón, Guillermo concluye que todos la tienen y todos se equivocan.

Ese mismo día, más tarde, reciben la noticia de que Bernardo Gui, el azote de los herejes, será uno de los miembros de la legación papal en el concilio que pronto se celebrará en la abadía. Guillermo teme que este hábil inquisidor intente demostrar que las tesis sobre la pobreza de Cristo de Umbertino y del capítulo de Perusa podrían relacionarse con las de los seudoapóstoles o con las de los fraticelli. En resumen, teme que intente declarar herejes a los franciscanos.

La curiosidad de Adso sobre fray Dulcino sigue creciendo, así que se dirige a Umbertino, intentando que el venerable místico le ilumine. Umbertino empieza narrándole la historia de Gherardo Segalelli, que empezó a predicar en Parma. Llamaba a las gentes a llevar una vida de penitencia con el grito de penitenciágite. Invitaba a sus seguidores a vivir como los apóstoles, viviendo de la limosna y sin reconocer la autoridad de los sacerdotes. Solicitó ser aceptado en la orden franciscana, pero se desestimó su petición. Intentó entonces fundar una orden propia. No sólo exigía la pobreza para sí mismo y para sus seguidores, sino que no respetaba la propiedad privada y saqueaba las posesiones de otros buenos cristianos. Se decían herederos de las doctrinas de Joaquín, como los franciscanos. Pero los seguidores de Segalelli utilizaban estas predicciones para justificar sus locuras. Finalmente fue apresado, pero el obispo de Parma lo acabó liberando y lo sentó en su mesa, para ofender a los mercaderes y artesanos de su ciudad, aunque finalmente se vio obligado a quemarlo.

Dulcino retomó las predicaciones de Gherardo, pero más heréticamente todavía. Afirmaba ser el único apóstol y que era lícito el amor con cualquier mujer, aunque fuese madre o hermana. Reunió a muchos seguidores, incluso entre los valdenses, y predicó la pobreza. En la región de Novara intervino en la lucha entre el obispo y los señores feudales, aprovechando la coyuntura para saquear la propiedad ajena en nombre de la pobreza. También creía que todos los monjes, frailes y clérigos, incluyendo al papa, debían de ser ejecutados por el emperador. Predijo, como Joaquín antes que él, quiénes serían los papas de las siguientes épocas hasta llegar al papa angélico. Preparó la venida del mismo descargando la destrucción a su alrededor, pero Clemente V llamó a la cruzada contra Dulcino. Finalmente, en el 1305, él y todos sus seguidores fueron capturados y condenados a la hoguera. Adso le comenta entonces a Umbertino los rumores que corren sobre el pasado del cillerero y de Salvatore, pero Umbertino, que los trajo a la abadía hace muchos años, sostiene que el cillerero ha sido un buen fraile siempre, al menos desde que se conocieron.

Más tarde, Adso se dirige a la biblioteca, buscando información sobre Dulcino. En un libro encuentra los hechos que Umbertino le acaba de detallar, además de narrar las torturas que sufrieron Dulcino y su amante antes de morir. Este relato le recuerda a Adso una ejecución que presenció en Florencia, donde quemaron a un fraticelli por predicar a favor de la pobreza. Consideraba que el papa Juan XXII era un hereje y se mantenía firme respecto a la pobreza de Cristo, sin conseguir los inquisidores que se retractara. Tenía las simpatías de mucha gente del lugar, incluso era tenido por santo. Pero según Adso, fue un error por su parte el negarse a comulgar antes de su muerte, argumentando que no aceptaba sacramentos de quien estaba en pecado, ya que así caía en el patarismo. Finalmente fue quemado, queriendo morir por Cristo.

Cuarto día
Guillermo, ante las evidencias que señalan al cillerero y a Salvatore como herejes, decide interrogarles. Pregunta a Salvatore si conoció al cillerero antes o después de haber estado con Dulcino, con lo que Salvatore, asustado, se arrojó a sus pies y confesó su pasado dulcinista y el del cillerero. Tras esta confesión, Guillermo se propone obtenerla también de boca del cillerero. Se dirige a él y, asustándole con la inminente presencia de inquisidores en la legación papal, consigue su confesión. Cuenta su origen sencillo y cómo, creyendo en la idea de la pobreza, se unió a Dulcino, con quien se rebeló contra los señores y vivió, por primera vez en su vida, en libertad absoluta.

Ese mismo día legan los representantes del emperador para el debate sobre la pobreza. A la cabeza de ellos va Michele da Casane, el líder franciscano. Cuando surgió la orden de los espirituales, se vio obligado a entregar a cinco de sus miembros al papa, para que fuesen ejecutados. Pero al advertir que la mayoría de su orden era favorable a la teoría de la pobreza, tomó como propias las tesis de Perusa. Todos los representantes franciscanos que van a participar en el debate se reúnen para hablar del concilio que tendrá lugar en breve. Michele está convencido de la necesidad de ir a Aviñón para conseguir del papa que respete la idea de la pobreza que defienden los franciscanos sin condenarlos herejes. También contemplan la posibilidad de declarar hereje y loco al papa, debido a las teorías que se rumorea que está desarrollando y que no tardará en hacer públicas. Comentan la curiosa elección por parte del papa de sus legados para este concilio, donde manda a varios afamados inquisidores. A ninguno de los franciscanos se les escapa que intentará usar contra los franciscanos el argumento de la herejía. Guillermo sugiere contraatacar acusándoles a ellos también de herejía, pero Michele prefiere no comprometer las posibilidades de un acuerdo.

Parte de la legación papal llegará ese mismo día, con Bernardo Gui entre ellos. Por la noche, Salvatore es sorprendido con una muchacha mientras intentaba realizar un sortilegio para que se enamorase de él. Bernardo Gui les captura mientras realizaban el ritual con un gato y un gallo negro. Bernardo interpreta la escena, considerando que la muchacha es una bruja que ha seducido a un monje, acusándolos además de forma inmediata de ser los culpables de la serie de asesinatos que se estaban produciendo en la abadía. Bernardo expone el maléfico poder de los gatos negros y su relación con el maligno. Incluso habla de la relación de los cátaros con los gatos ya que, según él, reciben su nombre de catus, gato, debido a que besan su trasero como representación de sumisión al demonio.


Quinto día
El día siguiente tiene lugar el tan esperado concilio, con las legaciones papales e imperiales y con el abad como mediador. Entre los representantes papales, ha llegado también otro inquisidor, que procesó a begardos y terciarios en Narbona. Empieza el debate, recordando un representante papal cómo había empeorado la situación después de que el emperador adoptase las tesis de Perusa en 1324 y declarase hereje al papa. Umbertino expone su teoría sobre la pobreza, afirmando que Jesús manda a sus discípulos que lo dejen todo y le sigan. En base a este planteamiento, considera herético afirmar que los apóstoles tuviesen posesiones. En el fragor de la lucha dialéctica, Girolamo, uno de los representantes imperiales, expone con muy poca habilidad sus planteamientos. Pregunta a la legación papal si realmente quiere considerar una herejía el creer en la pobreza de Cristo, cuando hay una orden como la franciscana que se basa en esta creencia. Pero la tensión va creciendo, al igual que los insultos entre ambos bandos. Los franciscanos acusan de hereje a Juan XXII, mientras que los legados papales insultan a Umbertino, acusándole de fraticelli y de concubinato con monjas. Umbertino replica, y acusa al papa de alojar en su corte a dos herejes como Eckhart y Branucerton.

Tras calmarse los ánimos, continuará el debate con la participación de Guillermo. En su disertación especifica cuál debe ser la forma de proceder con las herejías. Corresponde a la Iglesia señalar a los herejes, pero debe ser tarea del príncipe el decidir qué hacer con ellos, incluso pudiendo decidir dejarlos en libertad. Guillermo defiende así que la Iglesia no puede obligar a la gente a permanecer dentro de ella, ya que Dios no dotó de poder coactivo a los apóstoles.

Finaliza en concilio y tiene lugar el juicio a Salvatore y a la bruja, así como al cillerero, ya que Salvatore confesó el pasado dulcinista de ambos. Durante el juicio al cillerero, éste declara haber abandonado la orden de los franciscanos temiendo ser seducido por los fraticelli, logrando ser admitido entre los benedictinos. El inquisidor, Bernardo Gui, acusa al cillerero de utilizar respuestas elusivas, como hacen todos los herejes en los juicios. Le pregunta entonces el inquisidor si tuvo contactos con begardos o fraticelli. Tras otras respuestas elusivas, Bernardo le pregunta directamente si conoció a fray Dulcino. Ante sus negativas a reconocer que había sido dulcinista, hace llamar a Salvatore, con evidentes muestras de haber sido torturado. Gracias a él, averigua que hay unas cartas de puño y letra de Dulcino en poder del cillerero, que suponen la prueba definitiva en su contra. Además, Bernardo aprovecha para cargarle las culpas de todas las muertes de la abadía. Intenta obtener del cillerero la confesión que le llevará a la hoguera. El cillerero jura su inocencia, lo que es interpretado por el inquisidor por una nueva argucia, ya que los herejes valdenses prefieren la muerte antes que jurar y, ante los interrogatorios, fingen jurar para confundir a sus acusadores. Tampoco le sirve postrarse como un begardo, afirma Bernardo. El inquisidor le presiona para que confiese, quedando claro en aquel momento lo que pretendía Bernardo: le daba igual capturar el asesino, sólo trataba de relacionar las ideas de Perusa y de los franciscanos con las de los fraticelli y dulcinistas, relacionándolas además con una serie de asesinatos en la abadía. Nos encontramos de nuevo ante un uso político de la herejía. El cillerero, sabiéndose ya perdido, clama su pasado hereje, aunque niega haber participado en los asesinatos de la abadía. Ante la amenaza de tortura, finalmente también se confiesa autor de éstos. Bernardo Gui, triunfante, expone lo que todos temían: que las ideas de Dulcino son las mismas que practican los imperiales que apoyan las tesis de Perusa. Termina dando una serie de indicaciones para reconocer a un hereje, como son el visitar a herejes encarcelados, haber sido amigo de un hereje apresado, sostener que fue condenado injustamente y ver con malos ojos a aquellos que persiguen a los herejes. También son herejes, según Bernardo, aquellos que, después de quemados, atesoren sus restos y aquellos en cuyos libros dan base a las premisas en las que se puedan basar los herejes.

Tras el fracaso definitivo de cualquier acercamiento entre ambas posturas en el concilio, Michele decide marcharse a Aviñón. Se ha dado cuenta de que se está usando el capítulo de Perusa para decir más de lo que los franciscanos quisieron decir. Además, quiere convencer al papa de que la única manera de conseguir que las corrientes heréticas surgidas de los franciscanos vuelvan a integrarse es conseguir que les reconozcan el derecho a creer en la pobreza de Cristo.

Sexto día
El sexto día, mientras hablan con el monje encargado de la herrería, éste critica todo lo que está ocurriendo en Italia en estos tiempos: luchas por la conquista del poder, acusaciones de herejía para obtener beneficios políticos… De nuevo, una alusión al uso interesado de las herejías. Ese mismo día, ya durante la confrontación final con el venerable Jorge de Burgos en el interior de la biblioteca, se habla de la risa y de su maléfico poder. Jorge de Burgos teme que la risa haga perder el miedo, provocando que la gente caiga en el caos y en la herejía. Pero no le preocupan las herejías de los simples, ya que estas no podrán afectar al orden divino. Lo que realmente teme es que los doctos admitan que es lícito reír, llegando así el día en que sea lícito reírse de cualquier cosa, incluso del miedo a la blasfemia y del miedo a Dios.

Glosario de herejías
Arnaldistas: seguidores de Arnaldo de Brescia, reformador que quería volver a la austeridad de la Iglesia primitiva y que propugnaba por los derechos de los laicos en la Iglesia.

Begardos: fraticelli franceses (ver fraticelli).

Bogomilos: cátaros de Bulgaria (ver cátaros).

Cátaros: creen en una Iglesia distinta, con un concepto distinto de Dios basado en el dualismo. Rechazan las jerarquías y viven en el ascetismo, despreciando lo terrenal.

Dulcinistas: también llamados seudoapóstoles. Seguidores de fray Dulcino, que a su vez siguió las predicciones de Segalelli y de Joaquín (ver joaquinistas). Predicaba la pobreza, saqueando y matando a los ricos al grito de penitenciágite. Su herejía desapareció tras una cruzada dirigida contra su grupo.

Donatistas: movimiento del siglo IV como reacción a la persecución de algunos obispos por parte de las autoridades imperiales. No creen en los sacramentos administrados por sacerdotes en pecado.

Espirituales: grupo que se basa en Joaquín y en la idea de pobreza.

Fraticelli: o frailes de la vida pobre. Malinterpretan el mensaje de los espirituales franciscanos, creyendo en una vida de pobreza.

Joaquinistas: seguidores de Joaquín, que predijo la aparición de la figura de San Francisco y la llegada de los últimos días, que serían precedidos por dos papas que serían el anticristo y por un papa angélico. Los franciscanos seguían sus teorías, así como algunos grupos heréticos.

Patarinos: grupo reformista dentro e la ortodoxia surgido en Milán. Cuestionan a las jerarquías y rechazan los sacramentos dados por sacerdotes en pecado.

Paulicianos: rechazan las imágenes y creencia de la adopción de Cristo por parte de Dios como su hijo desde su bautismo.

Terciarios: orden de franciscanos seglares.

Valdenses: seguidores de Pedro Valdo. Creen en la pobreza voluntaria. También llamados pobres de Lyon.

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