martes, 15 de junio de 2010

Egipto durante la Baja Época

Egipto en tiempos de la Baja Época, es un país caracterizado por la gran influencia y poder de los sumos sacerdotes de Amón, hasta tal punto que alrededor del 1000 a. C. dos dinastías se reparten el control del imperio, con la presencia en Tebas de los sacerdotes de Amón como herederos y gobernadores independientes, con el apoyo ocasional de los libios. En 1158 murió Ramsés III, que fue sucedido por una larga serie de reyes llamados todos Ramsés, conocidos como ramésidas. Se abría así un periodo en el que el poder del faraón fue decayendo en favor del poder sacerdotal. Todas las tumbas de Tebas (excepto la de Tutankamón) fueron saqueadas.

En 1075 murió Ramsés XI y fue sucedido por el sacerdote de Amón, pese a no guardar ningún parentesco con el antiguo rey. Por otro lado, en la región del delta se proclamó rey simultáneamente otro sacerdote que inauguró la XXI dinastía. Egipto volvía a estar dividido.

En la ciudad de Leontópolis, centro de una isla situada en el delta del Nilo inmediatamente al Oeste de Tanis, se formó en el año 818 a. C. un poder rival, la dinastía XXIII, también de origen libio, que disputaba con la dinastía XXII (Tanis) la soberanía sobre regiones de tal reputación y envergadura como la de la ciudad de Menfis, capital durante el Imperio Antiguo.

La presencia de dos monarquías en disputa tan cercanas entre sí posibilitó la formación en los años siguientes de otros centros de poder. La ciudad de Heracleópolis (poderosa durante en primer Periodo Intermedio) era fuerte en la región del nacimiento del delta y del lago El-Fayum. Hermópolis controlaba el Egipto Medio y tenía poder sobre algunos oasis libios. La dinastía XXII de Tanis logró imponerse a la XXIII de Lentópolis, pero hacia el 725 a. C. se creó en Sais, en la isla más occidental del delta, la dinastía XIV.

El proceso de descentralización es imparable, llegándose a contabilizar hasta veinte reinos distintos, gobernados por los nomarcas, absolutamente independientes a las puertas del 800 a. C. Los enfrentamientos entre los mismos eran constantes hasta que en el 715 a. C., Sabacon, procedente de Kush, volvió a unificar bajo su mando buena parte de los nomos y reincorporó a Kush que llevaba 500 años de independencia. Los faraones nubios se presentaban como enviados del dios Amón para reestablecer el Estado egipcio.

Tras la conquista asiria de Egipto, al final del Tercer periodo intermedio, el gobierno egipcio fue encomendado a varios gobernadores locales vasallos, hasta que una insurrección fracasada acabó con muchos de ellos. Cuando abandona Egipto el rey asirio Asurbanipal, dejando un país arrasado por la guerra, el poder comenzó a concentrarse en torno a uno de los mandatarios del delta, Psamético I (c. 664-610 a. C.), gobernador de la ciudad de Sais. Su padre, Necao I, también gobernador, había muerto luchando a favor Asurbanipal contra los kushitas. Al principio, el principal enemigo de Psamético fue Tanutamani, que seguía firmemente asentado como rey de Kush y además dominaba la región de Tebas. La expansión, tanto de Psamético como de Tanutamani, fue posible gracias a las rebeliones acaecidas en Babilonia y Elam a las que tuvo que hacer frente con el ejército asirio. Hacia 656 a. C. Psamético expulsó a Tanutamani de Tebas, imponiendo a su hija como Divina Adoratriz de Amón en dicha ciudad.

Psamético, dueño de Egipto, con los reyes asirios cada vez más atareados en sus propios conflictos, inició su programa político que se fundamentó en impulsar el comercio y retornar a los símbolos de periodos pasados para fomentar la unidad nacional. Esto último ya lo había utilizado la dinastía kushita precedente, pero mientras ellos tenían como dios tutelar a Amani (el tebano Amón), Psamético I revitalizó los cultos relacionados con el mito de Osiris. La memoria de los faraones kushitas no fue perseguida hasta mucho tiempo después, durante el reinado de Psamético II (595-589 a. C.), quien realizó varias campañas en Kush. Entre los primeros años de Psamético y estas últimas campañas no se tiene noticia de mayores enfrentamientos.

En 525 murió el faraón Ahmés II y fue sucedido por su hijo Psamético III, quien ese mismo año tuvo que enfrentarse al desastre para el que su padre había ido preparando a Egipto: El rey persa Cambises II había terminado de ordenar la parte oriental de su imperio y ahora se dirigía hacia Egipto. Hubo un encuentro en Pelusio, al este del delta, pero las tropas persas arrollaron a las egipcias sin dificultad. Seguidamente Cambises II tomó Menfis, aceptó la rendición sin resistencia de los libios, marchó hacia el sur, saqueó Tebas y penetró en Nubia, puso bajo su control la parte norte del país y retornó a Menfis para aprovisionarse.

Los egipcios describieron a Cambises II en su historia como un gobernador cruel, pero, como en otras ocasiones, cruel puede significar simplemente extranjero. Contaban que Cambises II fue derrotado en Nubia (lo cual no es probable), y que al volver a Menfis se encontró a los egipcios en una celebración. Se imagino que estaban celebrando su derrota y montó en cólera. Los egipcios le explicaron que la fiesta se debía a que habían encontrado un toro que satisfacía unos exigentes requisitos que demostraban que era el dios Apis, lo cual prometía buenas cosechas. Cambises II, aún enfadado, desenvainó su espada e hirió al toro, lo que para los egipcios era un abobinable sacrilegio.

Aunque Darío I era mazdeísta, su actitud para con las demás religiones fue extremadamente tolerante, conceció a los babilonios el derecho a adorar a sus dioses, y lo mismo hizo en Egipto, quienes lo consideraron como un buen rey pese a ser extranjero. Los reyes persas fueron incluidos en la XXVII dinastía de reyes egipcios.

Darío I no tuvo ocasión de ocuparse de los griegos y los egipcios, pues murió en 486. Fue sucedido por su hijo Jerjes I, que tuvo que elegir a qué frente acudir primero. Optó por Egipto, que sin duda era más importante para el imperio persa que unas ciudades belicosas. Las convicciones Mazdeístas de Jerjes I eran mucho más firmes que las de su padre, y la revuelta egipcia debió de acrecentar sus recelos frente a las otras religiones.

En 464 murió Jerjes I, víctima de una confabulación palaciega. El rey había pasado los últimos años de su reinado recluido en su palacio, empeñado en proyectos inútiles, como ampliar los palacios de Persépolis. Fue sucedido por su hijo Artajerjes I, que necesitó cierto tiempo para consolidar su trono. Esto desencadenó una rebelión en Egipto. Más concretamente, surgió de Libia. Un jefe tribal libio, llamado Inaros, llevó a sus hombres al delta, donde se le unió de buen grado una multitud de egipcios. El virrey persa, hermano de Jerjes I, fue depuesto.

En 455 Artajerjes I logró dominar la rebelión en Egipto. El cabecilla, Inaros, fue ejecutado. La victoria persa pasó por la destrucción casi completa de las tropas enviadas por Atenas. Fue un duro golpe, que sembró cierta desconfianza entre los griegos, incluidos los propios atenienses.

En 404, murió el rey persa Darío II, sucedido por su hijo Artajerjes II. Como había ocurrido tras la muerte de cada rey persa, Egipto volvió a rebelarse, esta vez con éxito, y el trono fue ocupado por una dinastía nativa, la XXVIII. Artajerjes II no pudo ocuparse de Egipto debido a que su hermano Ciro el Joven consideró que había llegado el momento de pedir a Esparta que le devolviera los muchos favores que él le había hecho durante la guerra del Peloponeso. Pidió un ejército de espartanos que le ayudaran a usurpar el trono. Esparta no quiso involucrarse abiertamente, pero el fin de la guerra había dejado a muchos soldados dispuestos a ofrecer sus servicios como mercenarios. Un exiliado espartano llamado Clearco reunió casi 13.000 soldados griegos bajo su mando y en 401 se puso a disposición de Ciro.

Persia, tras haber hecho las paces con los griegos, se preparaba para recuperar Egipto. En 379 subió al trono de Egipto el primer rey de la XXX dinastía. Era Nectanebo I, quien contrató los servicios como mercenario de Cabrias, un general ateniense con numerosas victorias en su hoja de servicios. Cabrias reorganizó el ejército egipció y lo instruyó en las técnicas de combate más modernas. Convirtió el Delta en un campamento poderosamente defendido. Artajerjes II no se atrevió a atacar, sino que en su lugar presionó a Atenas para que llamara a Cabrias. El general obedeció, pero había hecho un buen trabajo. Artajerjes II atacó pero los egipcios supieron defenderse y los persas tuvieron que retirarse.

En 360 murió Nectanebo I, rey de un Egipto floreciente, y fue sucedido por su hijo Teos. El
Imperio Persa seguía siendo una amenaza, y el nuevo rey decidió poner su ejército en manos de un general griego. Eligió nada menos que a Agesilao II de Esparta. El viejo rey no tenía nada que hacer ya en su demacrada ciudad y se vio obligado a ofrecer sus servicios como mercenario a cambio de una paga. Sin embargo, Teos se sintió decepcionado cuando vio a aquel anciano cojo y marchito, así que no le dio el mando supremo de su ejército, sino que le confió únicamente las tropas griegas. Mandó llamar al ateniense Cabrias y lo puso al mando de su flota. Teos consideró que estaba en condiciones de atacar a Persia, y así sus tropas penetraron en Siria. No obstante surgieron disputas entre atenienses, espartanos y egipcios, por lo que el proyecto abortó. Por otra parte, un pariente de Teos reclamó el trono y trató de que Agesilao matara al rey. Éste se negó, pero Teos se vio obligado a huir a Persia, y el pretendiente al trono lo ocupó con el nombre de Nectanebo II. Agesilao decidió volver a Esparta, pero murió en el viaje.

En 340 Artajerjes III marchó de nuevo contra Egipto. Se produjo un enfrentamiento cerca de la ciudad de Pelusio, en el Delta. En realidad fue en gran medida una batalla de griegos contra griegos, pues buena parte de ambos ejércitos estaba formada por mercenarios. El bando persa venció y el rey Nectanebo II tuvo que huir a Nubia. Fue el último rey nativo que tuvo Egipto.

En 331, Alejandro Magno llegó a Egipto casi sin luchar. Parece ser que los egipcios habían contactado con Alejandro en Isos pidiéndole que liberara su país del dominio Persa. Fuera como fuere, el caso es que fue recibido como un libertador. Alejandro tuvo el cuidado de fomentar esta imagen favorable que tenía entre los egipcios y logró que éstos lo coronaran como Faraón, para lo cual siguió pacientemente todos los rituales oportunos. Fue a un templo de Amón muy venerado en Libia, donde se declaró hijo de Amón (al que identificó con Zeus, con lo que siguió la corriente a su madre). Algunos ven en esto una actitud megalómana, pero también hay que objetar que los egipcios nunca hubieran aceptado de buen grado ser gobernados por un extranjero que no fuera hijo de Amón.

Egipto cayó bajo la influencia de la cultura griega con la mera presencia durante menos de un año de Alejandro Magno que modificó completamente la organización persa y se hizo nombrar faraón. Muerto Alejandro, el general macedonio Ptolomeo I Sóter, que ya era gobernador según un reparto realizado por los propios generales alejandrinos, se proclama rey en el 305 a. C.

Ptolomeo pasó a ser Ptoloméo I, el primer rey de la XXXI dinastía, conocida también como dinastía Ptolemaica, porque todos sus sucesores se llamarían también Ptolomeo. Estableció su capital en Alejandría, que se convirtió en un reducto de la cultura griega en Egipto. En efecto, los Ptolomeos respetaron totalmente las costumbres egipcias y reverenciaron a sus dioses, al menos formalmente, y permitieron que todo el país fuera gobernado según las tradiciones por gobernantes nativos. En cambio, Alejandría fue a todos los efectos una ciudad griega que los egipcios no consideraban parte de su país. El resultado fue una simbiosis perfecta, de tal modo que los egipcios nunca se rebelaron contra el dominio de los Ptolomeos, al contrario de lo que había sucedido con los hicsos, los asirios o los persas. Ptolomeo I fue el primer monarca egipcio que acuñó moneda, lo que dio un gran impulso a la economía del país.

Bajo el dominio romano el prefecto se convierte en la máxima autoridad, dependiente sólo del Emperador. Las castas establecidas por la dinastía Ptolemaica se mantienen y aún se refuerzan, con la división del trabajo que prima a griegos y judíos y, ahora, los ciudadanos romanos. Los tributos en especie, sobre todo el trigo, serán fuente importante para Roma. La cristianización de la metrópoli se extenderá en su conquista de Egipto y el nuevo territorio del Imperio verá ascender al clero cristiano -especialmente al Patriarca de Alejandría- a los puestos más altos dentro de la nueva sociedad.

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