lunes, 7 de junio de 2010

Horus y Set


Una buena serie de ejemplos, que resumen la ideología básica del Estado egipcio, son los bajorrelieves que están esculpidos a los lados de diez estatuas de piedra caliza del faraón Sesostris I, de principios de la dinastía XII (1971-1928 a.C.), en su templo funerario en Lisht.

La fuente de la que emanan el orden público y la estabilidad; la conciliación de las fuerzas contrarias, personificadas en los dioses Horus (izquierda) y Set (derecha), y en la cual quedan comprendidas las divisiones políticas de Egipto. La reconciliación está simbolizada por el acto de enzalzar las plantas heráldicas del Alto y el Bajo Egipto alrededor del signo jeroglífico de <>. Base del trono de Sesostris I (1971-1928 a.C.), procedente de su templo de la pirámide en Lisht.

En el centro aparece un signo vertical rayado que, en verdad, es la imagen estilizada de una tráquea y los pulmones, pero que no sólo se empleaba para scribir la palabra <> sino también el verbo <>, que posee la misma secuencia de consonantes. El término y el jeroglífico que lo representa era el elemento fundamental dondequiera que se presentase el tema de la unificación del reino. Encima de este signo emblemático para <>, se encuentra el cartucho oval que contiene uno de los nombres del rey. Al signo se han atado, empleando un nudo marinero, dos plantas: a la izquierda, una mata de tallos de papiro, la planta heráldica del Bajo Egipto; a la derecha, una mata de juncos, a su vez distintivo del Alto Egipto. Las están atando dos divinidades: a la izquierda, Horus, el dios con cabeza de halcón, y a la derecha Set, representado por una criatura mitológica. Los jeroglíficos que hay encima de cada dios hacen referencia a dos localidades. Set es <>, es decir, oriundo de la ciudad de Ombos (Nubt, cerca de la aldea actual de Nagada), en el Alto Egipto. Horus es el <>, topónimo que se utilizaba en varios lugares, tanto del Alto como del Bajo Egipto (por motivos que explicaremos más adelante), pero que aquí se refiere a una ciudad del Bajo Egipto. En algunas de las bases de los tronos, a Set se le llama «señor de Su», una localidad situada en la frontera norte del Alto Egipto, mientras que varias veces se alude a Horus como «el behdetita», es decir, natural de Behdet, otro topónimo que se repite en más de un sitio pero que aquí, claramente, corresponde a aigún lugar del norte.

Los artistas que esculpieron los pedestales de las estatuas dominaban el arte de hacer variaciones con elegancia. También labraron otros temas dua-lísticos partiendo del mismo diseño básico. En cinco de los pedestales, se sustituyeron las figuras de Horus y Set por las de unos rollizos dioses de! Nilo, acompañados de símbolos que indican si pertenecen al Alto o el Bajo Egipto, mientras que las leyendas escritas con jeroglíficos y colocadas encima hacen referencia al «mayor» y el «menor de los Ennead» (compañía de nueve dioses), «ofrendas» e ideas de fertilidad, empleando parejas de sinónimos para ambos. Hay otra variación del tema de Horus y Set. En este caso se relacionan, por un lado, «la porción unida de los dos señores», y una pequeña imagen de Horus y Sel nos permite reconocer quiénes eran dichos señores, y del otro, «los tronos de Geb», un dios de la tierra que, en textos más largos que tratan sobre el tema, presidió la reconciliación entre los dos anteriores. Por lo tanto, el dualismo podía ir desde correlacionar dos entidades opuestas hasta hacer parejas de sinónimos, cada uno de los cuales haría alusión a algún aspecto de las partes que se confrontaban.

Dentro de esta reordenación de las entidades, con las que se ilustra el concepto de armonía por medio del equilibrio entre las dos, podemos entrever un sencillo ejemplo de una de las maneras en que procedía el pensamiento de los egipcios: la manipulación de las palabras, en concreto de los nombres, como si fueran unidades independientes de conocimiento. En el fondo, el saber antiguo, cuando no tenía un carácter práctico (cómo construir una pirámide o cómo comnortarse en la mesal. consistía en acumular los nombres de las cosas, los seres y los lugares, además de las asociaciones que se hacían con ellos. La «investigación» radica en llevar la gama de asociaciones a áreas que ahora consideraríamos de la «teología». El sentido o el significado quedaron en el pensamiento y no se llegaron a formular por escrito. Composiciones mitológicas como ésta proporcionaban una especie de cuadro de correlaciones entre conceptos.
El aprecio que se tenía por los nombres de las cosas queda bien manifiesto en una clase de textos que los expertos denominan «onomástica». El más conocido, compilado a finales del Imperio Nuevo (c. 1100 a.C.) por un «escriba de los libros sagrados» llamado Amenemope, y copiado hasta la saciedad en las antiguas escuelas, lleva este prometedor encabezamiento: «Inicio de las enseñanzas para aclarar las ideas, instruir al ignorante y aprender todas las cosas que existen». Pero, sin añadir ningún comentario o explicación, continúa con una lista de los nombres de las cosas: los elementos que forman el universo, los tipos de seres humanos, las ciudades y las aldeas de Egipto con gran detalle, las partes de un buey, etc. Dentro de la mentalidad moderna, esta forma de aprender recuerda al tipo de pedagogía más sofocante. Pero, para los antiguos, conocer el nombre de una cosa suponía familiarizarse con ella, adjudicarle un lugar en la mente, reducirla a algo que fuera manejable y que encajase en el universo mental de cada uno. Podemos admitir que, en realidad, tiene cierta validez: el estudio de la Naturaleza, sea observar aves o clasificar las plantas, consiste en primer lugar en aprenderse los nombres y, luego, ordenarlos en grupos (la ciencia taxonómica), lo mismo que intuitivamente se hacía con la onomástica, que servía para ayudar a recordar todos los conocimientos que, simplemente, se absorbían si se era un egipcio con una educación media.
Esta concepción de los nombres condujo a lo que es una característica muy destacada de la religión egipcia. Los nombres de los dioses se convirtieron en el elemento esencial a partir del cual se ampliaban las definiciones de la divinidad. Así pues, en una de las versiones del Libro de los Muertos, se califica a Osiris de «Señor de la eternidad, Unen-nefer, Horus del horizonte, el de las múltiples formas y manifestaciones, Ptah-Sócares, Atum de Helió-polis, señor de la región misteriosa». Se han utilizado no menos de cinco nombres «divinos» para enriquecer las imágenes por las que se conoce a Osiris. Una demostración muy explícita de dicho fenómeno la encontramos en la breve alocución que hace el dios Sol: «Soy Khepr en la mañana. Re al mediodía, Atum al atardecer». La fascinación por los «nombres del dios» dio lugar ai capítulo 142 del Libro de los Muertos, que lleva por título «Conocer los nombres de Osiris de cada sede donde desea estar», y que es una lista exhaustiva de las variantes locales de Osiris repartidas por toda la geografía, así como las versiones de otras muchas divinidades finalmente englobadas como «los dioses y las diosas del cielo con todos sus nombres».

Es necesario saber apreciar el modo de pensar de los eeiocios nara evaluar correctamente aquellos textos que puedan tener una relación más directa con el mundo real y material, textos que pueden convertirse en fuentes históricas. Los topónimos se podían manipular del mismo modo y ello dio origen a un tipo de geografía simbólica. Era una especie de juego de palabras en el que se intentaba distribuir, de manera idealizada y simétrica, los lugares, que principalmente eran nombres de sitios a los que se les habían dado asociaciones mitológicas. A veces, quizá siempre, se trataba de una ciudad o una localidad pequeña y anodina en Ja tierra. Pero, aunque el Estado articuló un mito de supremacía territorial mediante la geografía simbólica, es un error pensar que las referencias geográficas existentes en las fuentes religiosas nos pueden servir de guía para reconstruir la verdadera geografía antigua. Hacerlo es no entender los poderes de abstracción de la mentalidad egipcia, con los que crearon un mundo mítico, ordenado y armonioso, a partir de unas experiencias comunes y, seguramente, bastante humildes. El producto final se hallaba repleto de nombres familiares que, sin embargo, pertenecían a un plano más elevado. Fluctuaba de manera seductora entre la realidad y la abstracción. De todas maneras, nos puede hacer caer en una trampa si no somos precavidos. En los estudios modernos se tiende a actuar del mismo modo que los abogados: se reúnen hechos que están documentados, se discuten punto por punto y se llega a un veredicto que satisfaga la lógica moderna y el «peso de las evidencias». Pero los textos y las representaciones artísticas reflejan una estética intelectual. Fueron compuestos en la mente de sus creadores y reflejaban un mundo interior que no era una proyección directa del mundo material el que nos descubre la arqueología. La geografía simbólica era el fruto de la imaginación de unas personas. No deberíamos pensar en utilizarla como base real en la reconstrucción histórica.

Ahora estamos en condiciones de proseguir, un tanto mejor, el examen de las imágenes grabadas en las bases de los tronos de Sesostris I. Existe una versión escrita del mito en un texto más largo, conocido como la <> o la piedra de Shabaka, el nombre del faraón de la dinastía XXV en cuyo reinado se copió. Aparentemente está escrito en estilo narrativo:

[Geb, el señor de los dioses, ordenó] a los Ennead que se reunieran con él. Juzgó entre Horus y Set; selló la disputa entre ambos. Hizo a Set rey del Alto Egipto, en el país del Alto Egipto, en el lugar donde había nacido y que es Su. E hizo Geb a Horus rey del Bajo Egipto, en el país del Bajo Egipto, en el lugar donde su padre [Osiris] se había ahogado y que es la «separación de los Dos Países» [un topónimo mítico). Así, Horus vigilaba en una región y Set vigilaba en una región. Hicieron las paces junto a los Dos Países, en Ayan. Aquella era la separación de los Dos Países ... Entonces creyó Geb que era injusto que la porción de Horus fuera idéntica a la porción de Set. Así Geb dio a Horus su herencia, pues él es el hijo de su primogénito. Las palabras de Geb a los Ennead fueron: «He nombrado a Horus, el primogénito»... Horus es quien se convirtió en rey del Alto y el Bajo Egipto, quien unió los Dos Países en el nomo del muro [es decir, Menfis], el lugar donde los Dos Países estaban juntos. Ante las dobles puertas de la mansión de Ptah [el templo de Ptah en Menfis], se colocaron juncos y papiros con los que se simbolizaba a Horus y Set, en . paz y unidos. Confraternaron y cesaron las disputas en cualquiera de los lugares donde pudiesen estar, y ahora están unidos en la casa de Ptah, el «equilibrio de los Dos Países», en el que el Alto y el Bajo Egipto han sido nivelados.

En los tronos de Lisht, Horus y Set representan con idéntico estatus al Alto y el Bajo Egipto. En la piedra de Shabaka, la posición de Set ha disminuido: si bien al inicio era igual a Horus, posteriormente se le deshereda aunque se conforma con su nuevo papel. Este texto, junto con otras muchas alusiones sobre el mismo tema diseminadas por buena parte de la historia faraónica, plantea una cuestión fundamental: ¿encubre este mito una fase formativa de la historia del Estado egipcio? ¿O se ideó como una pieza de estética intelectual que proporcionaba una base filosófica al Estado egipcio cuando, en verdad, aquél había seguido otra trayectoria histórica? ¿Es este fragmento de la piedra de Shabaka un mito etiológico?

Las generaciones pasadas de investigadores se sintieron atraídas, con frecuencia, por la primera fie estas hipótesis, la de que el mito enmascaraba una fase histórica de formación. Creían que antes de la dinastía I hubo dos reinos, cada uno con un «dios nacional»: Horus en el Bajo Egipto y Set en el Alto Egipto. El momento crucial sobrevino cuando el Bajo Egipto derrotó al sur y estableció un reino unificado que, sin embargo, habría tenido una corta duración, dado que otras evidencias sugerían que la dinastía I comenzó con la unificación impuesta desde el sur. La existencia de una explicación alternativa se la debemos en gran parte a la arqueología. A decir verdad, la síntesis de las fuentes, las arqueologías y los antiguos mitos, nos proporcionan un ejemplo histórico de cómo se crea la ideología.

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