martes, 25 de mayo de 2010

Edad del Bronce, Tartesos, Iberos y Celtiberos

LECTURA 4. EL BRONCE FINAL Y EDAD DEL HIERRO
1. Principales focos culturales durante el Bronce Final
En el Bronce Final se alcanzará definitivamente el cenit de la metalurgia del bronce. La aparición del hierro a finales de este período detendrá su desarrollo y lo sustituirá, relegando a la metalurgia del bronce a la elaboración de objetos de prestigio y de adorno personal ya durante la Edad del Hierro, como corazas o cascos, mientras que con el nuevo y recién incorporado metal se fabricarán útiles y abandonará la piedra para la fabriación de herramientas.
Esta última etapa de la Edad del Bronce supuso una mejora de la producción.
A lo largo de este período el territorio de la Península Ibérica se fue perfilando cada vez más como un lugar sometido a tres influencias culturales, en parte debido a que se incorporará a las redes de intercambio internacionales. La parte oeste quedó vinculada al mundo atlático, mientras que la mitad este quedaba abierta a la penetración de influjos continentales a través de los Pirineos. Por último queda la zona meridional, que gracias a las mejoras de la navegación recibió el contacto de pueblos del Mediterráneo.

Los Campos de Urnas

Los inicios del Bronce Final coinciden con el suboreal, momento de gran sequedad en Centroeuropa. Las nuevas condiciones climáticas causaron que las poblaciones campesinas autóctonas comenzasen a desplazarse y se expandiesen a lo largo y ancho del continente, con excepción de Rusia y Escandinavia, llevando con ellos la cultura de los Campos de Urnas, que enlazará con las culturas del Bronce europeo.
Llegan al noreste peninsular en torno al 1300 a.C. Durante mucho tiempo se pensó que fue una invasión en toda regla, como defendía entre otros Bosch Gimpera, pero en la actualidad se considera que es más probable que se tratase de pequeños grupos de campesinos de lengua indoeuropea que fueron incorporándose a este territorio procedentes del centro de Europa. Fueron penetrando a través de Rosellón-Perthus de forma lenta y siguieron el curso de los ríos Segre y Ter hacia la costa, buscando tierras más aptas para el cultivo y los mejores pastos para el ganado. Se disperarán también por el valle del Ebro y su influencia, perfectamente rastreable por sus ritos funerarios, llegará hasta el Levante y de una forma más residual a la franja sureste de la península.

El Bronce Final Atlántico

Desde los inicios de la Edad del Bronce se fue desarrollando en Europa el comercio del estaño, minera muy poco frecuente que únicamente se extraía de Cornualles, Bretaña y Galicia. Su tráfico generó redes de intercambio en toda la franja atlántica y fomentó el desarrollo de la navegación. Este metal era enormemente demandado y supuso el florecimiento de aquellos pueblos que se encargaron de redistribuirlo. Sin embargo, debido a su ubicación geográfica Galicia quedó al margen de estas grandes rutas del estaño.
Esta situación cambiará en el Bronce Final, cuando debido a la creciente necesidad de este metal por parte de los pueblos de la cultura de los Campos de Urnas y de los primeros contactos fenicios en la península se busque el foco de producción de estaño más cercano y la Península Ibérica se incorpore finalmente a estas redes de intercambios. Así, una de las rutas unirá el noroeste con el suroeste, abasteciendo de estaño a los pueblos indígenas que comerciarán con los fenicios. Este papel de intermediario será que el haga prosperar a la cultura tartésica.

Tartesos

Hoy en día ya no se piensa que Tartesos sea ua ciudad concreta, sino que este término se interpreta como un territorio concreto, el del Bajo Guadalquivir, zona rica en minerales, pastos y recursos agrícolas donde desde el Bronce Final hasta el siglo VI a.C. se desarrollará una de las culturas más emblemáticas de la Península Ibérica. A pesar de tratarse de una región alejada del contexto del resto de culturas del territorio peninsular, a partir del Bronce Final y gracias al estimulo externo que supuso la presencia fenicia, que se vio atraída por el comercio de materias primas, tendrá lugar la eclosión del mundo tartésico. Además de las riquezas propias de esta región que ya hemos citado, este lugar permitía el acceso a otros recursos, como la ruta comercial del estaño, los esclavos... Será esta doble vertiente cultural atlántica y mediterránea la que dé como resultado a la cultura que llamamos Tartesos.
Sus lugares de hábitat, que son cabañas poco perdurables, se ubican en cerros sin amurallar y su economía gira en torno a la ganadería trashumante y a la actitvidad agrícola, aunque el modo de vida de estas comunidades irá transformándose según se vaya desarrollando el período orientalizante.
El mundo funerario es uno de los aspectos más atractivos de esta cultura gracias a las estelas del suroeste, que ya conocemos. En un primero momento se interpretaron como tumbas de guerreros, pero se descartó al descubrir que no había un enterramiento físico. Es verdad que muchas de ellas están desplazadas respecto a su emplazamiento original, aunque aún así su presencia en áreas de paso podría indicar que estamos ante marcadores del territorio.

La cultura de Cogotas I en la Meseta

Se trata un ámbito geográfico abierto a la llegada de influencias de los distintos ámbitos culturales de la península. La cultura típica de la Meseta durante el Bronce Final es la que conocemos como Cogotas I. Tiene un carácter muy expansivo, como se deduce del hecho que su cerámica aparezca en todas partes, como por ejemplo el el Levante, en Portugal, en Granada, en Córdoba... Conocida como tipo Boquique, es distinguible por las marcas de punto y raya sobre su superficie, que no eran más que un recurso para que la pasta que la cubría se pegase mejor, y por el uso de la escisión como técnica decorativa.
Son pastores que practican una agricultura de roza y que cuentan con una metalurgia muy básica. Debido a la naturaleza de su economía tendrán una gran movilidad y mantendrán este estilo de vida hasta que lleguen los cambios de la Edad del Hierro. Sus constantes desplazamientos les llevarán a otras zonas. En aquellos contextos donde ya había un Bronce Final más antiguo darán lugar al combinarse, con la llegada de las influencias mediterráneas al, Bronce Tardío.
Sus yacimientos característicos seguirán siendo los campos de silos, es decir, los fondos de cabañas que se abandonan y convierten en basureros. También encontramos hoyos, en los que atesoran objetos metálicos. Éstos no tienen porqué ser fosas de fundido ni asociarse directamente a la chatarra, que podrían ser depósitos en los que escondían sus riquezas antes de dejar el poblado por una temporada para no tener que cargar con ellas en sus desplazamientos.

El Bronce Tardío y Final en el Levante y el Sureste

El Bronce Tardío, que cronológicamente se corresponde con el Bronce Final del resto de los territorios, se observa una clara influencia tanto de la cultura de los Campos de Urnas como del sur. Destacamos el Tesoro de Villena como uno de los hallazgos más importantes de esta región.



2. Tartessos, iberos y celtíberos

Tartesos

Hoy en día no se piensa que Tartesos sea una ciudad concreta, sino que este término se interpreta como un territorio concreto, el del Bajo Guadalquivir, zona rica en minerales, pastos y recursos agrícolas donde desde el Bronce Final hasta el siglo VI a.C. A pesar de tratase de una región alejada del contexto del resto de culturas del territorio peninsular, a partir del Bronce final y gracias al estímulo externo que supuso la presencia fenicia, que se vio atraída por el comercio de materias primas, tendrá lugar la eclosión del mundo tartésico. Además de las riquezas propias de esta región que ya hemos citado, este lugar permitía el acceso a otros recursos, como la ruta comercial del estaño, los esclavos… Será esta doble vertiente cultural atlántica y mediterránea la que dé como resultado a la cultura que llamamos Tartesos.
Sus lugares de hábitat, que son cabañas poco perdurables, se ubican en cerros sin amurallar y su economía gira en torno a la ganadería trashumante y a la actividad agrícola, aunque el modo de vida de estas comunidades irá transformándose según se vaya desarrollando el Período Orientalizante.
El mundo funerario es uno de los aspectos más atractivos de esta cultura gracias a las estelas del Suroeste, que ya conocemos. En un primer momento se interpretaron como tumbas de guerreros, pero se descartó al descubrir que no había un enterramiento físico. Es verdad que muchas de ellas están desplazadas respecto a su emplazamiento original, aunque aún así su presencia en áreas de paso podría indicar que estamos ante marcadores del territorio. A pesar de ello, nadie duda que representan simbología funeraria68, por lo que es posible que tuviesen un doble papel. Respecto a la ausencia de restos humanos, los cuerpos pudieron ser dejados expuestos junto a las estelas o directamente arrojados a los ríos.

Iberos

A partir del siglo VI, se produjo una asimilación progresiva de influjos culturales greco-focenses de Ampurias, originándose lo que actualmente se conoce como <>, extendida entre todos los pueblos situados en las regiones mediterráneas desde la Alta Andalucía y el sureste hasta más allá de los Pirineos, pues sus influjos se extendieron hasta el Rosellón, penetrando igualmente en el valle del Ebro y el sureste de la Meseta.
Exta extensa región, de casi 1.000 kilómetros, estaba habitada por numerosos pueblos de orígenes o sustrato cultura muy diverso. Las áreas meridionales, en las que destacan bastetanos y oretanos, eran afines al mundo tartésico, tal como evidencia el monumento de Pozo Moro, su tipo de escritura e, incluso algunos topónimos. Por el contrario, las zonas septentrionales muestras un indudable sustrato de la cultura de los <>, que pudiese considerarse como afín al mundo celta-ligur. Además de este doble origen , los influjos púnicos predominaron en el sureste,frente a los griegos extendidos desde Ampurias, última colonia griega de Occidente. De este modo se comprende la gran diversidad étnica y cultural existente entre los bastetanos de la Andalucía oriental y indigetas de Cataluña.

Celtíberos

La Meseta constituye una gran unidad geográfica, que actúa como lugar de encuentro de las diversas culturas y etnias periféricas, por lo que en ella se refleja en buena medida la gran diversidad peninsular. Pero, a medida que fue avanzando el I milenio a.C., resulta cada vez más evidente la llegada de diversos influjos mediterráneos, proceso que se conoce como iberización y que, desde el Sur y el Este, poco a poco fue penetrando hacia el interior transformando los substratos precedentes. En efecto, en las áreas meridionales de la Meseta Sur, los Bastetanos se extendían hasta las llanuras de Albacete, mientras que los Oretanos habitaban a caballo de Sierra Morena entre la Mancha y el Alto Guadalquivir. Estas poblaciones deben considerarse ibéricas aunque, en algunos aspectos, parecen haberse celtizado, probablemente en época tardía, pero compartían raíces culturales y habían recibido fuertes influjos tartésicos desde el periodo orientalizante, que prosiguieron dada su afinidad con los Turdetanos. Por el contrario, en la zona occidental del Valle del Ebro y en las altas tierras en torno al Sistema Ibérico y el Este de la Meseta, habitaban los Celtíberos, gentes celtas según evidencia su substrato étnico y su cultura. En estas zonas, a partir del siglo VII a.C., se observa la aparición de influjos mediterráneos como el uso del hierro, junto a otros elementos culturales y religiosos, como el rito de incineración, el culto al hogar doméstico y un urbanismo basado en casas de medianiles comunes alineadas en torno a una calle o espacio central. Todos estos elementos parecen haber llegado con penetraciones de gentes originarias de los Campos de Urnas procedentes del Valle del Ebro, lo que parece indicar que los Celtíberos y los iberos septentrionales compartían ciertas raíces comunes. Como dichas zonas internas carecían de contacto directo con el mundo colonial, su desarrollo cultural fue siempre más lento que en el mundo ibérico y, en gran medida, dependiente de éste. Estas gentes celtibéricas asentadas en las altas tierras del interior peninsular mantuvieron la tradición pastoril de las poblaciones del substrato occidental atlántico de la Edad del Bronce pero sus jerarquías gentilicias controlarían las relaciones con las zonas costeras, lo que tendería a reforzarlas, introduciéndose de este modo el uso del hierro y el torno de alfarero. A partir del siglo VII a.C., los celtíberos habitan en pequeños poblados amurallados de tipo castro, que controlaban sus pequeños territorios, muy aptos para el pastoreo, explotados de manera comunitaria. En efecto, la asimilación del hierro para el armamento, que aprovechaba la riqueza y calidad del mineral del Sistema Ibérico, y el carácter fuertemente jerarquizado de pastores-guerreros, tan adecuado a su sistema socioeconómico de ganadería trashumante, explican el creciente desarrollo de su organización social guerrera de tipo gentilicio y clientelar. La yuxtaposición de elementos ibéricos y célticos que ofrecían los Celtíberos es la clave de su indudable personalidad, pues, aunque eran celtas desde un punto de vista étnico, como evidencia su lengua y su organización social e ideológica, manifestaban, al mismo tiempo, una fuerte iberización en sus formas culturales. Esta característica, ya percibida en la Antigüedad, explica la denominación de «celtíberos» que les dieron los escritores clásicos. La iberización se acentúa, seguramente por la creciente presencia de mercenarios celtibéricos en los ejércitos reclutados para sus guerras por griegos y púnicos y, también, por los turdetanos. Esta actividad, tan acorde con la ideología guerrera de sus elites y su sistema de vida, en buena medida basado en la guerra y las racias, se fue desarrollando de modo paralelo al evidente incremento demográfico que evidencian sus poblados y necrópolis y que era resultado de la asimilación paulatina de elementos mediterráneos, cuya llegada y asimilación favorecían dichos contactos, por lo que este proceso iba aumentando la interrelación entre los celtíberos y las poblaciones mediterráneas, aproximándolos cada vez más hacia las formas de vida civilizada. A partir de mediados del siglo III a.C, la creciente presión cartaginesa, especialmente tras las expediciones de Aníbal por la Meseta, se observa una tendencia general a la aparición de grandes oppida o ciudades fortificadas que controlaban un territorio cada vez más extenso y jerarquizado, dentro del cual quedaban incluidos no sólo los pequeños castros anteriores como poblados subordinados, sino en ocasiones etnias enteras sometidas a las elites de las más poderosas, como, por ejemplo, los Titos, dependientes de los Belos de la ciudad de Segeda. Este proceso favoreció la formación de auténticas ciudades-Estado, que ofrecían un cierto carácter étnico, contribuyendo, al mismo tiempo, a la difusión de formas de vida cada vez más urbanas, que alcanzan su máximo desarrollo en el momento de su enfrentamiento a Roma a partir de inicios del siglo II a.C.

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