Si la literatura religiosa es, por definición, anónima, en cambio los aleccionamientos sapienciales están todos firmados. Es éste un nuevo género literario nacido con el Imperio Antiguo y que se pudo desarrollar gracias a la existencia de unos círculos intelectuales suficientemente instruidos como para poder apreciar su interés y belleza, y con suficiente tiempo de ocio como para poder dedicarse a su composición y lectura. Estos círculos no eran otros que las escuelas de escribas, los centros de enseñanza creados por el Estado y donde se formaban quienes optarían más adelante a ocupar los cargos de la administración. Estos centros, llamados Casas de Vida, fueron el caldo de cultivo idóneo para que tanto los jóvenes aprendices de escriba corno sus maestros se ejercitasen tanto en el arte de la retórica como en el de las especulaciones más o menos abstractas. Apareció así un ambiente intelectual al que no fue ajeno, por lo demás, el deseo de emulación y de competitividad, y en el que pronto se manifestó el orgullo por la propia obra.
Este género literario alcanzó un rápido desarrollo durante el Imperio Antiguo, y siguió siendo muy apreciado durante los Imperios Medio y Nuevo, de modo que de los ocho escritores mejores de la literatura egipcia que recuerda un texto escolástico del Imperio Nuevo, cuatro son del Imperio Antiguo: Hordyedef, Imutes, Ptahhotep y Ka-res. No cabe duda de que estos autores integraban el canon del clasicismo literario egipcio, como lo demuestran por lo demás sus obras copiadas en las Casas de Vida de época del Imperio Nuevo. Sus nombres eran, pues, garantía de calidad del texto: estamos bien lejos aquí de la literatura anónima de los pueblos primitivos.
Desgraciadamente, muy poco nos ha quedado de la obra de estos autores del Imperio Antiguo. De Imutes, el arquitecto de Dyoser, no nos ha llegado ni una línea, mientras que sólo poseemos fragmentos dispersos de otros textos: concretamente, de las Enseñanzas para Ka-guemni compuestas por su padre, visir durante el reinado de Huni en la Dinastía III y cuyo nombre se ha perdido, si bien se ha supuesto que podría ser Kares; y de las Enseñanzas de Hordyedef, que no es otro que el hijo de Quéope que llegó a reinar como faraón de la Dinastía IV sucediendo a su hermano Quefrén.
En cambio, el azar nos ha conservado íntegro el texto de las Enseñanzas de Ptahhotep, que de este modo se ha convertido en el más antiguo libro de la Historia que ha llegado completo hasta nuestros días. Ptahhotep, que fue visir durante el reinado de Dyedkare-Izezi, a finales de la Dinastía V, dedicó la obra a su hijo en su vejez, y no estamos seguros de si es o no el Ptahhotep que se hizo enterrar en Saqqara en la fastuosa mastaba de la que ya hemos hablado. Las Enseñanzas de Ptahhotep están redactadas en un lenguaje muy conciso que revela un gran dominio en su autor. En el texto alternan los consejos de conducta cívica con los de orden moral, no estando exento todo ello de perspicacia pedagógica y de sutileza psicológica. Pero por encima del detalle de todo tipo de consejos destaca su carácter universal. En la simple lectura de su obra prácticamente nada delata que Ptahhotep da normas de conducta o consejos morales para desenvolverse específicamente en la sociedad egipcia del Imperio Antiguo. Por el contrario, sus consejos son perfectamente útiles y mantienen su vigencia en nuestra actual sociedad occidental, y la seguirán manteniendo en el futuro en cualquier sociedad regida por unos principios morales mínimos. Ello es debido a que las Enseñanzas de Ptahhotep son la expresión pura y simple de la moral natural, que debe aplicarse a una sociedad que se esfuerza en guiarse por unos principios éticos de validez universal. Estos principios, por lo demás, deben ser acatados por el hombre no por esperar una recompensa o un castigo en el Más Allá, sino simplemente por razones de justicia, entendida ésta como la razón última que justifica la existencia misma de la sociedad. Veamos a continuación una selección de máximas de Ptahhotep, muestra de la sabiduría del Imperio Antiguo:
No estés orgulloso de tu saber, sino que toma consejo del ignorante como del sabio. No se alcanzan las fronteras del arte, y ningún artista posee la perfección total. Una bella palabra está más escondida que la esmeralda, pero se la puede encontrar en la sirvienta que trabaja en el molino de mano.
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Si eres un jefe que da órdenes a un gran número de personas, busca toda ocasión de perfección, a fin de que tu autoridad esté exenta de mal. Magnífica es la justicia, duradera y excelente, y no se ha alterado desde los tiempos de Osiris, mientras que se castiga a quien transgrede las leyes.
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Cuando no se ha realizado la previsión de los hombres, es la orden de Dios la que se ejecuta. Vive pues con alegría y verás lo que los mismos dioses te concederán.
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Observa la verdad pero sin excederte, no repitiendo por nada un escarnio. No hables contra nadie, grande o pequeño: es una abominación para el ka.
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Sí eres de humilde condición, pero servidor de un hombre de calidad, cuya conducta es perfecta aríte Dios, no tengas en cuenta su humilde pasado. No seas altanero ante él a causa de lo que tú sabes acerca de su estado anterior. Tenle respeto a causa de lo que ha llegado a ser, puesto que el poder no viene solo... Es Dios quien hace al hombre de calidad, y lo protege incluso cuando duerme.
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Si eres un hombre de calidad, educa un hijo que pueda obtener el favor del rey; si es instruido, seguirá tu ejemplo y cuidará de modo conveniente tus cosas. Haz por él toda cosa buena, puesto que es tu hijo, y pertenece a la simiente de tu ka: no separes tu corazón de él.
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Si quieres mantener la paz en la casa donde tienes entrada como señor o como amigo, cualquiera que sea el lugar en que entres, guárdate de acercarte a las mujeres. El lugar donde están ellas no puede ser bueno. La vista no es suficientemente atenta para vigilarlas. Mil hombres se han apartado de lo que les hubiera sido útil. Es un momento breve como un sueño, y se encuentra la muerte por haberlo conocido.
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Si eres hombre relevante funda un hogar, y ama a tu mujer en casa, como le pertenece. Dale de comer, y cúbrele la espalda con ropas. Es un remedio para sus miembros el perfume untuoso. Pon el gozo en su corazón mientras vive. Es campo excelente para su señor.
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Si eres un hombre de calidad, que se sienta en el consejo de su señor, estáte en guardia; habla controlándote, pues esto es más útil que la planta-teftef. Debes hablar sólo cuando sabes que comprendes. Es un artista quien habla en el consejo; la palabra es más difícil que cualquier otro trabajo, y su conocedor es aquel que la sabe usar adecuadamente.
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Sí eres un gran personaje, después de haber sido humilde, y si has hecho fortuna después de haber sido pobre en la ciudad que conoces, no olvides lo que te sucedió anteriormente. No te fíes de tus riquezas porque te han llegado como un don de Dios, ya que tú no eres mejor que tu igual al que le ha sucedido lo mismo.
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Un hijo obediente es un servidor del Horus (el rey), que es bueno desde el momento que escucha. Cuando será viejo y alcanzará la condición de ima-ju, hablará del mismo modo a sus hijos, renovando la enseñanza de su padre. Todo hombre que ha sido instruido debe hablar a sus hijos, para que ellos puedan a su vez hablar a los suyos.
(Ptahhotep, Enseñanzas, traducción de Bresciani, Lettemtura, cit, y de Daumas, Civilhation, cit., así como del mismo autor «La Naissance de l'Humanisme dans la Littérature de l'Égypte Ancienne», en Oriens Antiqvvs, 1 (1962), pp. 155-184)
La sociedad que conoce Ptahhotep es una sociedad tenida por justa y que no debe ser subvertida, ya que si se pusiese en peligro el orden social, el mismo orden del cosmos se vería amenazado. Es una sociedad profundamente individualista, sin rastro alguno de antiguos privilegios aristocráticos y sin separación alguna entre las distintas clases sociales, en la que sólo el individuo es responsable de su éxito pero también de su fracaso. Los consejos de Ptahhotep van dirigidos precisamente a lograr el éxito, pero siempre acatando las normas cívicas, las leyes y las exigencias de la moral. Entre estas últimas está precisamente el deber de la caridad y de la solidaridad humana para con quienes han sido víctimas de su fracaso, neutralizándose así los efectos negativos del individualismo. Los atisbos de un cierto monoteísmo racional y los consejos en torno al cuidado que merece el amor conyugal en una sociedad monógama completan el cuadro que nos ha dejado pintado Ptahhotep. Ignoramos, como es lógico, sí las otras Enseñanzas del Imperio Antiguo estaban a la altura de ésta. Pero sí podemos estar seguros de que en la obra de Ptahhotep tenemos una excelente muestra de la gran altura alcanzada por el pensamiento humanístico de los círculos literarios menfitas, así como un auténtico clásico .de la literatura universa
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