I.1.-Introducción
El problema de las invasiones de los pueblos germánicos en la Península Ibérica es bastante complejo debido a los distintos modelos interpretativos utilizados, pero también a que el período transcurrido desde la entrada de suevos, vándalos y alanos en el 409 hasta la derrota de los visigodos en la batalla de Vouillé frente a los francos en el 507 es un período particularmente oscuro por la ausencia de fuentes historiográficas.
Las fuentes existentes para el estudio de la Península Ibérica durante época visigoda (siglos del V al VII) pueden dividirse en dos grandes grupos:
-Fuentes literarias, que tienen un carácter narrativo, poético, legal o diplomático.
-Fuentes arqueológicas, como inscripciones, monedas o excavaciones arqueológicas.
Indica Javier Arce la dificultad de estudiar el s. V por dos motivos: la despreocupación por la historiografía por esta época, y por el número reducido de fuentes.
En cuanto a los modelos interpretativos, suelen utilizarse distintos puntos de vista que habitualmente se reducen a dos: el desarrollo militar de los invasores y las consecuencias del asentamiento de estos pueblos en la Península Ibérica.
Los factores de las invasiones serían el grado de desarrollo socioeconómico de los invasores, las relaciones entre los grupos germanos aristocráticos y la autoridad imperial romana o los distintos objetivos de los cuadros dirigentes germanos y las clases populares.
En cuanto al porqué de las invasiones, hay que rechazar cualquier interpretación única. Entre estos aspectos destacamos la crisis político-institucional romana, el bajo nivel demográfico desde principios del siglo III, el malestar social existente[1], la crisis moral, la fragilidad de las estructuras militares imperiales y también la presión ejercida por los pueblos invasores sobre las fronteras imperiales.
Por otro lado, hay que destacar que el fenómeno de las invasiones no surge como un hecho de súbita aparición: ya a finales del siglo II a.C. se produjeron oleadas de invasores que periódicamente sacudían las fronteras del Imperio. Estas invasiones iniciales se vieron frenadas por la conquista de tierras alpinas y danubianas y la construcción de un fuerte limes en el Rhin y en el Danubio. El limes fue roto en numerosas ocasiones a lo largo del tiempo por pueblos bárbaros que practicaban la rapiña.
En cuanto a las causas de estas migraciones o invasiones que llevaron a los pueblos nórdicos y centro-orientales a caer sobre el Imperio, la investigación moderna aduce causas de índole climática, demográfica, sociológica, a la presión ejercida por unos pueblos sobre otros… pero en la actualidad se hace mucho hincapié en las transformaciones sociopolíticas y económicas del mundo germano entre los siglos II y III[2].
Algunos pueblos germanos realizaron grandes progresos, tendentes a homogeneizar sus estructuras sociales, políticas y económicas, intentando acortar las distancias con el mundo mediterráneo grecolatino. Así se observa tanto en la arqueología como en las fuentes literarias, dando lugar estas comunidades a agrupaciones políticas más amplias de tipo confederal, a la creación de instituciones de poder centralizado, de mayor estabilidad, y a una mayor homogeneidad de las estructuras sociales y económicas que recortan distancias con el mundo romano.
Las razones de este proceso fueron de orden interno, más concretamente de tipo agrícola, basado en el fortalecimiento de una nueva clase de grandes terratenientes, es decir, grandes señores de la tierra unidos entre sí por lazos de parentesco y de ayuda mutua. Estos grandes señores consiguen un importante poder socioeconómico a través de la concentración de la propiedad territorial. En estas transformaciones jugó un papel muy importante el contacto con el Imperio Romano. Así, algunas de las instituciones de estos pueblos invasores estaban impregnadas de un fuerte carácter aristocrático parecido al sistema senatorial romano.
La historia militar de las invasiones tiene tres etapas:
-La primera tiene como hecho clave el cruce del Rhin en la Navidad del año 406 a cargo de vándalos, alanos, suevos, godos y burgundios.
-La segunda etapa fue menos violenta pero más duradera, protagonizada por francos, alamanes, bávaros, anglos y sajones, que se asentaron en tierras de Germania y de la Galia.
-La tercera etapa está protagonizada por dos pueblos: los lombardos, que se asentaron en Italia, y los ávaros, que se establecen en la Europa Central y en la Europa del Este.
I.2.-La Península Ibérica en el siglo de las invasiones
Durante el siglo V la península Ibérica sufrió un período de transición de la Historia de la Hispania romana a la visigoda. Una de las fuentes literarias más importantes para el conocimiento de esta etapa es la Notitia Dignitatum, que describe de forma detallada cómo era la administración civil y militar en el siglo V. Así, la península se hallaba bajo la suprema autoridad del prefecto del praetorio[3] en las Galias. Sobre sus siete provincias se integraba la diócesis de Hispania. Al frente de dicha diócesis estaba el vicus hispaniarum. Las fuerzas militares se encontraban en el Norte, frente a los pueblos de la Cordillera Cantábrica, como en Legio (León).
El siglo V fue un período de tranquilidad y de relativa prosperidad, durante el cual cicatrizaron las heridas de la crisis del siglo III. No obstante, todavía quedaban algunas huellas en ciudades de la provincia Tarraconense, como Lérida, Calatayud y Calahorra, que se encontraban semidesiertas. En cambio, Zaragoza, Barcelona o Tarragona contaban con una vida humana emergente, al igual que, sobre todo, Mérida.
Por lo tanto, hay que abandonar la idea de ruina y extinción referente a la ciudad tardorromana. La instalación visigoda e incluso la Historia musulmana de la península no se comprenden sin una infraestructura urbana de clara raíz romana, aunque algunas ciudades fueron cediendo en importancia ante otras debido a motivos de interés religioso, geopolítico, económico y militar, como es el caso de Gades (Cádiz). En cambio, Caesaraugusta (Zaragoza) fue más importante en el siglo V de lo que lo había sido en el siglo II. Hay que reconocer, sin embargo, que el resurgimiento de la ciudad en los siglos IV y V es destacable pero no esplendoroso y que no todas las ciudades subsistieron. El Concilio de Elvira enumerará para estas fechas un total de cuarenta ciudades, grandes y pequeñas, que contaban con obispado.
Un autor de la época, Hidacio, atestigua la importancia de las urbes en el siglo V porque siguen siendo un centro vital de los espectáculos, de los teatros o de los hipódromos. Las ciudades eran sedes administrativas y centros de producción y artesanado, al menos hasta finales del siglo V y comienzos del VI. A pesar de que hay transformaciones en los espacios urbanos la idea de ciudad no desaparecerá hasta los siglos VI, VII u VIII. Por lo tanto no parece correcta la tesis de Glick, según la cual cuando se produce la invasión musulmana en el 711 muchas ciudades hispanorromanas estaban ya en gran medida enterradas en el subsuelo. Por el contrario, los avances arqueológicos y las fuentes literarias hablan más de continuidad en la época tardorromana, lo que va en paralelo con otras zonas del Imperio.
En el campo, las grandes villas bajoimperiales eran los centros de explotación agrícola y residencia de los ricos propietarios. Abundan las villas en la Tarraconense, Cataluña y el valle del Ebro. La mayoría de estas propiedades estaban en explotación a principios del siglo V, aunque conviene hacer precisiones. Los primeros establecimientos de los visigodos en España señalan a los siglos V y VI como especialmente húmedos, mientras que el cambio de centuria se inició con un período de calor y sequedad. Por ello, las tierras de las antiguas villas se fueron haciendo cada vez más improductivas y el aprovechamiento agrícola se orientó hacia actividades silvo-pastoriles.
Cuando llegan los visigodos son todavía muy frecuentes las villae. En la actual provincia de Valladolid tenían un carácter cerealista, mientras que en torno a Soria muchas desaparecieron como consecuencia de la crisis demográfica antes de la llegada de los visigodos y también por problemas de estructura interna del sistema de explotación de la villa debido a un cambio en la organización económica, que pasó de una economía de mercado a una economía de autoabastecimiento.
Es posible que la mayoría de las villas fueran reutilizadas por los recién llegados, aunque sin que éstas alcanzasen el carácter señorial que tenían antes. Además, la caída del poder romano terminó con la estabilidad del sistema de villas, apareciendo un nuevo paisaje de pequeñas aldeas de cabañas. Estas villas comerciaban en el ámbito local con otras ciudades o villas. Algunas permanecieron hasta época muy avanzada, presentando las necrópolis ajuares con elementos de caza, del trabajo agrícola o la producción de vidrios y cerámicas para el uso cotidiano. Algunas viviendas de estas villas romanas cuentan con ricos mosaicos de iconografía variada, destacando los temas mitológicos.
I.2.1.-Romanización y cristianización a principios del siglo V
A principios del siglo V Hispania se consideraba una tierra plenamente romanizada. La zona de la Baetica, los valles de los grandes ríos y una parte del centro de la Meseta eran áreas muy romanizadas. Lo mismo sucedía con Gallaecia y Bracarense, a pesar de su posición periférica[4].
Por otra parte, las áreas menos romanizadas eran las tierras de la Cordillera Cantábrica y el país de los vascones. Éstos permanecieron al margen del mundo romano, conservando su propia lengua. Los cántabros adoptaron el latín y algunos signos externos de romanización. Aún así, mantenían formas gentilicias[5] tradicionales, como el clan o la tribu. Por lo tanto, se daba en estos pueblos, cántabros y vascones, una simbiosis de formas romanas e indígenas.
Desde el punto de vista religioso, Hispania se consideraba una tierra cristiana al llegar los invasores en el siglo V, aunque con importantes diferencias regionales. El paganismo se mantenía plenamente entre los vascones y, en menor medida, entre los cántabros. El resto de la península presentaba una mayor cristianización, mezclada con la pervivencia de supersticiones y restos del paganismo.
La Iglesia española sufrió, además, las consecuencias derivadas de una herejía, el priscilianismo. Se trata de una doctrina herética que se extendió en el siglo IV y V por el Noroeste de Hispania. Tiene su origen en un obispo hispanorromano nacido en Gallaecia llamado Prisciliano, el cual negaba la doctrina de la Trinidad y afirmaba que el mundo había sido creado por el demonio. Creía también que los astros influían en la vida de los hombres y estaba en contra del matrimonio. Fue nombrado obispo de Ávila, pero sus teorías hicieron que el emperador Maximino le acusara de magia y superstición, siendo decapitado en Treveris. Aún así, sus teorías se mantuvieron hasta finales del siglo VI en la región de Gallaecia. Algunos historiadores han puesto en entredicho el carácter herético del priscilianismo, considerándolo más bien como un movimiento social. Otros autores, como Orlandis, apuntan a que las doctrinas de Prisciliano y el movimiento popular fueron de naturaleza esencialmente religiosa.
El priscilianismo consiguió un profundo arraigo en Gallaecia y en la zona de la Bracarense debido a diversos factores, como un cierto particularismo regional y la fama de ascetismo de que gozaban Prisciliano y sus seguidores, que contrastaba con la conducta de algunos obispos hispanos y que respondía a los anhelos ascéticos y de pobreza de la religiosidad popular. Las características de la herejía prisciliana serían:
-Antitrinitarismo. Su doctrina atacaba la ortodoxia católica, negando la distinción de personas en la Trinidad.
-Defendía que el demonio no había sido creado por Dios sino por el Caos, principio de todo mal, y que el demonio era responsable de todos los fenómenos meteorológicos.
-El alma humana era parte de la sustancia divina, mientras que el cuerpo era una creación demoníaca.
-Jesucristo no tenía una personalidad real, sino ficticia.
-No admitía la resurrección de los cuerpos.
-Abogaba por el derecho de igualdad en la jerarquía eclesiástica, es decir, tanto hombres como mujeres podían oficiar la misa.
I.2.2.-Los primeros invasores: suevos, vándalos y alanos
La turbulenta Historia de Hispania durante el siglo V puede seguirse gracias a la crónica de Hidacio, que fue obispo de Chaves en Gallaecia. Hidacio fue un mero espectador de los hechos, siendo su crónica muy breve y concisa. No es un reportero que siga los acontecimientos, sino que los contempla desde su residencia.
Las invasiones se inician en el otoño del año 409, a través de Roncesvalles. Una cuestión muy debatida es el número de invasores. Entre suevos, vándalos y alanos, según las últimas hipótesis, serían alrededor de doscientos mil como máximo, de los cuales había unos cincuenta y seis mil combatientes, es decir, una cantidad similar al cinco por ciento de la población peninsular.
Durante tres años, del 406 al 409, Hispania había estado libre de invasiones gracias a la iniciativa de los potentes, grandes latifundistas hispanorromanos emparentados con la familia real de Teodosio. Contaban con un ejército de siervos rústicos que cortaron el paso a los germanos, pero en la Galia surgió un antiemperador, Constantino III[6]. Éste envió a Constante, su hijo, con un grupo de mercenarios a Hispania y venció al ejército de rústicos, encargándose de proteger los pasos pirenaicos. Un cronista de la época, Paulo Orosio, atribuye la llegada de los germanos a la península al abandono de los puertos pirenaicos por parte de los mercenarios galos de dicho antiemperador, que regresaron a la Galia cargados de botín.
Durante dos años, del 409 al 411, suevos, vándalos y alanos saquearon la península. Dos pruebas de ese saqueo son la abundancia de tesorillos ocultos que aparecen en la ruta de los invasores y la emigración de algunos obispos hispanos al Norte de África. Hacia el 411 la situación se calmó por la recuperación de la autoridad romana en las Galias y por un cambio de actitud de los invasores hacia la población hispanorromana, pasándose de la hostilidad a una convivencia pacífica. Este hecho estaría relacionado con algún pacto firmado entre los pueblos bárbaros y algún general romano, lo que permitiría a los invasores asentarse en algunas zonas de Hispania. La distribución por regiones sería la siguiente:
-Gallaecia para suevos y vándalos asdingos.
-Lusitania y la parte occidental de la Cartaginense sería para los alanos.
-La Baetica para los vándalos silingos.
-La Tarraconense y la parte oriental de la Cartaginense quedarían en manos de los hispanorromanos, libre de presencia germana.
I.2.3.-Los visigodos en Hispania
En el 412 los visigodos llegan desde Italia al valle del Ródano mandados por Ataúlfo. Ataúlfo pretendía obtener tierras y víveres para su pueblo y, para ello, se comprometió con Roma a eliminar a los bárbaros instalados en torno al Ródano y a devolver al emperador Honorio a su hermana, Gala Placidia, que era rehén de los visigodos desde que saquearon Roma en el 410. Pero el emperador Honorio rompió con los visigodos y llegó a un acuerdo con los burgundios. Por su parte, Ataúlfo se casó con Gala Placidia y nombró un antiemperador.
Roma ordenó un bloqueo marítimo y terrestre a los visigodos para privarles de alimento, con lo que Ataúlfo decidió cruzar los Pirineos y penetrar en Hispania. Fue en el 415 cuando entró en la Tarraconense y estableció su corte en Barcelona, donde fue asesinado[7]. A la muerte de Ataúlfo una facción visigoda nombra como rey a Sigerico, quien sólo llegó a gobernar por un espacio de siete días. A su muerte, otra facción proclama como rey a Valia, quien años más tarde pactó con Roma un acuerdo de federación, conocido como foedus, por el que los visigodos se establecían en Aquitania, lugar donde aparece el primer reino visigodo, el de Tolosa, ciudad donde ubicaron su capital.
En el año 419, poco después de ese acuerdo, los pueblos establecidos en Gallaecia, es decir, suevos y vándalos asdingos, empezaron a luchar entre sí. Inicialmente la peor parte se la llevaron los suevos, pero cuando estaban a punto de ser derrotados recibieron ayuda militar de Roma, lo que indica que los romanos tenían un acuerdo de federación con los suevos. Ante esta situación los vándalos abandonaron Gallaecia y se asentaron en la Baetica, lo que no fue bien visto por los romanos debido a la cercanía del Mediterráneo.
Roma decidió llevar a cabo una campaña de represión contra los vándalos asdingos, pero fueron derrotados. La Baetica y parte de la Cartaginense se vieron sometidas a saqueos constantes que devastaron ciudades como Sevilla y Cartagena. Pero lo que más sorprende es la rapidez con la que este pueblo germano, de nula tradición marinera, se habituó a las prácticas navales. Así, en el año 425 organizaron una expedición de saqueo a las islas Baleares, contando seguramente con la ayuda de marineros hispanos. Años más tarde, el rey Genserico trasladó a su pueblo, los vándalos, al Norte de África con un número aproximado de ochenta mil personas.
I.2.4.-El problema de la Bagaudia hispana
Durante el siglo V se produjo un fenómeno importante que afectó de forma considerable a las tierras del Norte de Hispania. Se conoce como la Bagaudia, un nombre de origen celta que proviene del término bagauda, que a su vez hace referencia a una serie de campesinos, labradores y siervos que se rebelaron contra la autoridad romana, es decir, contra sus señores, y se dedicaron al pillaje. Los conocemos gracias a la crónica de Hidacio, que nos habla de una serie de episodios violentos en torno a la Tarraconense, la única provincia no controlada por los invasores bárbaros. Este fenómeno aparece especialmente en el alto y medio valle del Ebro. Esta delimitación territorial no implica la exclusión de otros movimientos igualmente violentos en Gallaecia y el bandolerismo en la Bracarense.
Según Hidacio, en el año 441 el duque Asturio, maestro de la milicia[8] de las Galias, entra en Hispania y mata a una gran cantidad de bagaudas. Su sucesor derrotó a los bagaudas en Araceli, Navarra. Pero en el 449 Basilio, jefe de los bagaudas, se apodera de Tarazona, dando muerte a la guarnición de federados[9] y al obispo de la ciudad. Posteriormente se une a las hordas suevas y saquea Lérida y la región de Zaragoza. En el año 454, los visigodos hacen frente a los bagaudas y los aplastan de manera definitiva en nombre del Imperio.
¿Por qué los bagaudas se localizan en esta zona? Hay varias teorías:
-Según algún autor, este movimiento ya era conocido en la prefectura de la Galia tiempo atrás. Su origen estaba en las causas estructurales del malestar campesino en el Bajo Imperio, como la rápida disminución de los pequeños propietarios campesinos y su conversión en gentes vinculadas a grandes señores por lazos de dependencia personal.
-La creciente presión fiscal del estado. Se observan dos medidas, ambas muy perjudiciales para la economía: el incremento de los impuestos y la devaluación de la moneda.
-La cada vez mayor prepotencia de los jefes militares y de los terratenientes, unida dicha actitud a los efectos de las invasiones.
Algunos historiadores, como José María Minués, argumentan que es la presencia de latifundios el motivo de su localización en la Tarraconense, ya que los bagaudas lucharían contra los terratenientes latifundistas. Pero José Orlandis rechaza de plano esta tesis, puesto que el latifundismo se extiende por otras provincias de Hispania en las que no hay huellas de bagaudas. Hay que pensar, por tanto, en un factor regional.
Claudio Sánchez Albornoz mantuvo la hipótesis de que estas bandas de bagaudas estuvieron integradas por vascones muy poco romanizados, que ocuparon un territorio superior al que hoy conocemos como el País Vasco. En este sentido, dos de los cuatro episodios se localizan en la Tarraconense y la victoria de Merobaudes en el 443 como maestro de milicia de las Galias se produce en Araceli, cerca de Pamplona, es decir, territorio vascón, punto de partida de los bagaudas.
También es posible que Tarazona fuese asaltada por los vascones mientras que los suevos asolarían Lérida y que las tierras de Zaragoza estuvieran integradas por vascones. Pero en los últimos años, el historiador Gonzalo Bravo critica las tesis sociales anteriores y utiliza como fuente a Salviano de Marsella, que escribió hacia el año 400 para señalar que las revueltas bagaudas fueron un intento de liberación política y social de las oligarquías ciudadanas contra el poder centralizador de Roma. Los bagaudas serían campesinos y ciudadanos que habían visto erosionada su posición social y económica y luchaban contra un estado opresor en todos los órdenes[10].
I.3.-La construcción de la monarquía hispana: del reino de Tolosa al reino de Toledo
Ante el desmembramiento del Imperio Romano, el rey visigodo Eurico ocupa diversas regiones de las Galias y en el año 468 penetra definitivamente en Hispania, estableciendo una guarnición goda en la ciudad de Mérida y extendiéndose poco después hacia la Tarraconense.
El rey Eurico creó además un cuerpo legal conocido como el Código de Eurico, que vino a sustituir al derecho consuetudinario germano y le convirtió no sólo en el jefe de un pueblo en armas, sino en un verdadero monarca que hereda de los emperadores la facultad de legislar.
El Código de Eurico está redactado en latín y su autor pudo ser León, obispo de Narbona. Las fuentes del código serían una fusión de elementos visigodos e hispanorromanos, ya que antes de su existencia las leyes eran distintas para cada pueblo.
Años más tarde Alarico II fue derrotado en la batalla de Vouillé en el 507 ante los francos, pero las migraciones de campesinos godos hacia Hispania ya habían comenzado a finales del siglo V debido a diferentes causas:
-El descontento popular ante la difícil situación económica que vivía el reino de Tolosa.
-La presión de los francos para tratar de expulsar a los godos de las Galias.
En el primer tercio del siglo VI concluye el proceso de asentamiento de elementos germanos entre la población hispana. Los visigodos eran el grupo más numeroso, acelerándose el proceso tras la derrota de Vouillé y tras una nueva victoria en la Narbonense de los francos en el 531 frente a Amalarico.
En Hispania el elemento germano lo componían suevos y godos. Los primeros contaban con una población de entre treinta mil y treinta y cinco mil personas, localizándose mayoritariamente entre las ciudades de Braga y Oporto, que eran la capital y la plaza fuerte de los suevos respectivamente. Los visigodos estarían entre los ochenta mil y los cien mil, pero algunos autores, como Orlandis, consideraban que serían hasta doscientas mil personas, aunque algunos de éstos permanecieron en las Galias. El elemento germánico representaba entre un cuatro y un cinco por ciento de los habitantes de la península, es decir, los mismos datos que un autor como Julius Beloch ofrece para el resto de las regiones del Imperio ocupadas por germanos.
I.3.1.-Los tipos de asentamiento
Las migraciones góticas a Hispania dieron lugar a dos tipos de asentamiento, uno popular y otro de naturaleza aristocrática.
Asentamientos de naturaleza popular
Los visigodos que llegan a Hispania a finales del siglo V tenían unos rasgos peculiares que hacían de ellos un grupo muy definido y asimismo diferenciadores del resto de la población:
-Eran de religión arriana.
-Vestían según sus propias modas y utilizaban sus propios objetos de adorno (hebillas de cinturones), como han mostrado los descubrimientos arqueológicos.
Por estas diferencias, el poblamiento compacto y el arrianismo explican la existencia de cementerios propios durante todo el siglo VI. La máxima concentración de estas necrópolis se dio en el valle del Duero, concretamente en la actual provincia de Segovia y zonas limítrofes. Esta zona se conoce como la de los “campos góticos”, gracias a los estudios de Reinhart y Palol.
Además de en esta zona, también se asentaron de manera especial en la Narbonense[11] por cuestiones esencialmente estratégicas.
Las causas del asentamiento popular en un área concreta todavía no están muy claras. Es posible que la inferioridad numérica les alejase de las zonas más densamente pobladas por los hispanorromanos, automarginándose ellos mismos. Existen también razones de orden social, derivadas de la composición de la sociedad goda en "grupos familiares". Hay razones de tipo religioso, como puede ser el deseo de formar diócesis arrianas compactas para evitar todo contagio con el mundo católico hispano-romano. También de tipo económico, ya que el centro vital de Hispania durante los siglos IV y V, se desplazó desde la periferia a la Meseta. No hay que olvidar la existencia de razones de tipo estratégico para los asentamientos populares, ya que la situación central permitía controlar la península con mayor comodidad y, llegado el caso, atacar a suevos, vascones y francos.
Asentamientos de naturaleza aristocrática
Este tipo de asentamiento estaría integrado por unas mil quinientas familias, es decir, entre siete mil y diez mil individuos a los que habría que sumar el séquito de clientes y servidores.
Este grupo aristocrático no se asentó en una región concreta sino que se dispersó por todo el territorio atendiendo a razones administrativas y militares. Serían, por lo tanto, las guarniciones militares o la corte. Sin embargo, hubo regiones en las que la presencia de estos godos fue notable, como por ejemplo en Toledo, capital y residencia de la corte en la segunda mitad del siglo VI. También en Mérida y Barcelona. Hubo regiones que por razones estratégicas contaron con un numeroso poblamiento aristocrático de tipo castrense, como por ejemplo en la frontera con los bizantinos, con los suevos, con los vascones y en los pasos de los Pirineos.
I.3.2.-El reparto de la tierra
La forma de estos repartos de tierra ha dado lugar a muchos estudios, tanto en las Galias como en Hispania. En las Galias los visigodos se asentaron mediante un pacto o foedus en el 418. A cambio de ayuda militar al Imperio obtuvieron tierras según el sistema de acantonamiento militar, es decir, se establecieron entre la población romana en calidad de guerreros federados.
Durante el Bajo Imperio, el guerrero acantonado podía reclamar un tercio de la casa donde se alojaba, así como de su territorio agrícola y ganadero. Es lo que se conoce como hospitalitas u hospitalidad. Al tener que aplicarse ese sistema a todo un ejército y a sus familiares, el propietario le cedía campos suficientes para que pudieran mantener a los suyos. En el reparto de las tierras se denominaba sortes a la parte cedida a los germanos y consortes a las partes que mantenía el propietario. El nombre de sortes provenía del sorteo de las tierras, aunque hay quien opina que la forma de adjudicación de las propiedades no fue por sorteo sino por convenio[12]. En Hispania no sabemos cuándo tuvo lugar el reparto de las tierras, pero sí que fue posterior a la entrada de los visigodos, en el año 411. En tiempos de Eurico su código 475-477 ya menciona las sortes, pero éstas son nombradas, sobre todo, en tiempos de Alarico II.
Pero el reparto no se realizó en todo el territorio peninsular. Según Schmidt o Torres López mantienen que el reparto afectó tanto a grandes como a pequeños propietarios, quedándose 2/3 de las mismas en manos de los visigodos, aunque otros como Lot, Thompson o García de Valdeavellano defienden que los repartos únicamente afectaron a los grandes latifundios. Las razones que esgrimen estos últimos son que una pequeña propiedad repartida difícilmente podría mantener a una familia. Estos mismos consideran que al repartirse únicamente los latifundios, los visigodos recibieron un tercio de los campos explotados directamente por el señor, es decir, de la terra dominicata. Los dos tercios restantes, que eran cultivados por colonos, recibían el nombre de terra indominicata.
Suponemos que la unidad de reparto fue el campo de cultivo necesario para el mantenimiento de una familia. Estas tierras se cedían en propiedad y no en usufructo. El reparto también alcanzaba a los esclavos y a los instrumentos de cultivo mientras que los montes, prados y bosques se quedaron sin repartir, siendo disfrutados en igualdad de condiciones por godos e hispanorromanos.
Hay que señalar que en los documentos jurídicos se habla de sortes gothica y tertia romanorum. La escuela de filólogos de Menéndez Pidal opina que estos repartos han dejado huella en la toponimia. En los lugares donde han aparecido topónimos como sortes o tertia es posible que haya habido repartos. Lo curioso es que estos topónimos han aparecido a unas tres millas romanas de un núcleo urbano, por lo que no parece que indiquen reparto. Ubieta señaló que en época bajorromana el término sorts equivalía a fundus, es decir, campo. Se han encontrado topónimos en lugares que se creían despoblados de visigodos y en la documentación medieval del siglo XII se sigue hablando de sortes, con lo que es un problema aún sin resolver.
I.4.-Romanos y germanos en Hispania: problemas de convivencia
La convivencia entre ambos grupos se inició poco después del año 409, una vez que pasó el período de anarquía provocado por las invasiones. Los problemas de convivencia se suscitaban en Gallaecia y en Lusitania, tierras donde se asentaron los suevos. En otras regiones estas violencias fueron esporádicas, cuando los bárbaros ocuparon las provincias de la Baetica y la Cartaginense. También la llegada de los godos produjo graves tensiones con los hispanorromanos. Éstas tenían su origen en los enfrentamientos en las Galias con los francos de Clodoveo, que se convierten al catolicismo.
No obstante, cuando se asentaron en Hispania los visigodos llevaban casi un siglo en las Galias con un largo aprendizaje de vida sedentaria y de convivencia con la población galorromana. Gracias a su presencia en las Galias los visigodos se convirtieron en el pueblo germano más romanizado.
Con suevos y vándalos la convivencia fue más difícil, como informa Hidacio, testigo de excepción de las violencias provocadas por estos pueblos germanos. Otro cronista, Paulo Orosio, escribió poco después de las invasiones, resaltando positivamente cómo los bárbaros hablaban de los hispanos, considerándolos amigos. Orosio afirma que algunos hispanos preferían vivir libres aunque pobres entre los germanos antes que soportar las terribles cargas fiscales romanas. Incluso Hidacio presenta como una plaga los abusos de los recaudadores de impuestos romanos. Pero los problemas de convivencia se hicieron difíciles con los suevos tras la matanza del rector y los notables de la ciudad de Lugo a mediados del siglo V. La crónica de Hidacio testimonia que estos hechos fueron frecuentes y que constituyen la típica expresión del carácter bárbaro, haciendo que la existencia de los hispanorromanos fuese menos grata de lo que nos muestra Orosio. El motivo es que las relaciones barbáricas eran muchas veces imprevisibles.
Escollos para una feliz convivencia eran las dificultades lingüísticas, la desigualdad de civilización, de costumbres, etc. Pero a pesar de ello, a lo largo del siglo V la aristocracia romana se sintió atraída por la corte visigoda tolosana, y estas relaciones no fueron consideradas como una traición al Imperio. De ahí que incluso hubiese romanos ocupando altos cargos en el ejército y en la administración visigoda.
Otro ámbito de colaboración entre romanos y godos era el militar. Era frecuente que germanos tuvieran cargos en el ejército romano y, posteriormente, que oficiales romanos entraran al servicio de generales germanos. Sin embargo, testimonios de convivencia paritaria son difíciles de encontrar en la Hispania del siglo V, no sólo por la escasez de fuentes sino porque en la península en esas fechas no hubo una monarquía bárbara equivalente a la visigoda, capaz de atraer a la nobleza provincial romana. El único poder bárbaro que perduró fue el reino suevo, y no parece que se integrase demasiado.
I.5.-Las invasiones en Hispania: ¿continuidad o ruptura?
A pesar de todo lo dicho, es justo apuntar que las invasiones germánicas no ocasionaron en Hispania una ruptura profunda en la continuidad histórica. El ocaso de la romanidad fue un proceso lento en el que intervinieron varios factores, entre ellos la instalación de los germanos.
Los pueblos bárbaros y las monarquías que surgieron de ellos no pretendían acabar con el Imperio Romano ni tan siquiera transgredir su orden social[13], sino que la evolución fue muy gradual, perdurando formas de la antigua sociedad junto a valores nuevos, como el resurgimiento de los valores indígenas, visibles primero en la utilización de nombres geográficos en las fuentes históricas relacionadas con la Hispania primitiva. Sería el caso de Celtiberia, Carpetania, etc.
En estos momentos, muchos pueblos de Hispania recobran una virtual independencia. Por ejemplo, los gallegos frente a los suevos. Lo mismo sucede con los vascones, cántabros, astures, etc.
Otro dato confirma la continuidad histórica después de las invasiones. Es el caso del mantenimiento de las comunicaciones entre Hispania y el mundo exterior. Un ejemplo es la llegada en el siglo V a Gallaecia del presbítero Germán de Arabía acompañado de clérigos griegos. Las relaciones entre el episcopado hispano y Roma sólo se rompieron con la invasión musulmana, pero el fenómeno que permite apreciar la continuidad histórica es la persistencia de una aristocracia romana entre los siglos V y VII que conservó su preeminencia social al lado de la nueva nobleza germana.
La Tarraconense fue la provincia que estuvo más vinculada al Imperio. La necrópolis de Tarragona siguió en uso hasta el primer tercio del siglo VI. Incluso a comienzos de dicho siglo hay constancia de juegos de circo en Zaragoza[14].
I.6.-La incidencia de las invasiones en el siglo V
Conviene alejar la idea de catástrofe y destrucción que el concepto de invasiones germánicas lleva consigo desde el Renacimiento. Es evidente que hubo acciones de saqueo y rapiña, particularmente en la zona de Galicia, pero estas acciones cedieron tras el asentamiento de dichos pueblos. También hay que incluir el saqueo de las tropas imperiales, enviadas a luchar contra los invasores.
Tales acciones predatorias se ejecutaban preferentemente sobre los núcleos urbanos, donde las esperanzas de botín eran mayores[15]. Fueron saqueadas ciudades como Sevilla, Astorga, Palencia, Ilici, Braga o Cartagena entre otras. Pero sólo la ciudad de Conimbriga, en Lusitania, sufrió daños irreparables al ser saqueada por los suevos a mediados del siglo V, perdiendo su importancia y desapareciendo su obispado. La vida rural también sufrió los efectos de la invasión, aunque es imposible saber hasta qué punto. Más peligrosas en este sentido fueron las Bagaudias.
La clase dirigente senatorial no salió muy mal parada de las invasiones. Perduraron muchos miembros de la aristocracia, que ejercieron el poder allí donde se produjo un vacío de autoridad imperial, sobre todo en la parte más occidental de la Tarraconense.
En la Meseta Superior, zona de latifundios y lujosas villas afectada por numerosos actos bélicos, las investigaciones revelan que son muy pocas las que revelan señales de destrucción. El problema es ver hasta qué punto los datos de las fuentes contemporáneas, obra de la aristocracia tardorromana, son de fiar, ya que narran las desdichas de su propio grupo. Aglutinada ideológicamente por la jerarquía episcopal católica, la aristocracia senatorial conservó los elementos fundamentales de su poder, es decir, unos patrimonios territoriales más pequeños pero más homogéneos. Esto le permitió alcanzar un papel protagonista en las nuevas formaciones estatales. A cambio, cede una porción de su exclusivismo socioeconómico y político a los miembros de la nobleza germánica.
Las nuevas formaciones estatales ofrecieron a los miembros de la aristocracia hispanorromana mayor posibilidad de influir directamente en el poder político y ampliar su presión económica y extraeconómica sobre los campesinos de sus dominios, caminando hacia una protofeudalización del estado.
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