"¡Sé bienvenido a mí y regocíjate al ver mi belleza, hijo mío, mi protector, Menkheperre, que vives eternamente! Yo resplandezco por tu amor; mi corazón se llena de gozo por tu feliz venida a mi templo. Mis brazos se unen, como protección y vida, a tu cuerpo. ¡Qué dulces son en mi pecho tus favores...! (Por ello) te he establecido en mi santuario, y me maravillo ante ti. Te concedo el valor y la victoria sobre todos los países; instalo tu poder y el temor a ti en todas las tierras, tu respeto hasta el límite de los cuatro pilares del cielo. Magnifico la reverencia a ti en todas las gentes. Difundo el grito de guerra de tu majestad entre los Nueve Arcos, reunidos los principales de todos los países como botín tuyo. He extendido mis propias manos y los he atado para ti. He amarrado conjuntamente por decenas de millar y por millares a los nubios, y a los septentrionales por centenas de millar, como cautivos.
Hago que tus enemigos caigan bajo tus sandalias, (para que) pisotees a los rebeldes y a los adversarios, ya que te he otorgado la tierra en toda su extensión, estando sometidos a tu autoridad (tanto) los occidentales (como) los orientales. Tu hollas todos los países, con tu corazón lleno de gozo. No hay quien pueda volverse agresivamente en la proximidad de tu majestad, sino que, siendo yo tu guía, eres tú quien les da alcance. Has cruzado las aguas del Eufrates en Naharina, en el poder y la victoria que yo te he otorgado. Ellos (los mitannios) escuchan tu grito de guerra, escondidos en agujeros. He privado sus narices del aliento de la vida, (pues) he provocado en sus corazones el temor a tu majestad. Mi Uraeus, que está en tu frente, los consume; él extiende la devastación entre los perversos y quema a los isleños con su llama; corta las cabezas de los asiáticos, sin que escape ninguno de ellos, cayendo postrados temblando ante su poder. Hago que tu poder se extienda por todas las tierras. (Todo) lo que mi Uraeus ilumina es servidumbre tuya. No hay quien se rebele contra ti en (todo) lo que el cielo rodea. Ellos llegan portando tributos sobre sus espaldas, inclinándose ante su majestad, tal como yo he ordenado. Hago que los enemigos que se te aproximan se debiliten, ardiendo sus corazones, temblando sus cuerpos.
Yo he venido para hacer que tú pisotees a los jefes de Djahy
Los extiendo bajo tus pies a lo largo de sus tierras
Hago que ellos vean a tu majestad como señor de rayos
Y que resplandezcas ante su vista como imagen mía
Yo he venido para hacer que pisotees a los que están en Asia
Y que golpees las cabezas de los Asiáticos de Retenu
Hago que vean a tu majestad provista de (todas) sus insignias
Cuando tomas las armas de combate sobre el carro (de guerra)
Yo he venido para hacer que tú holles las tierras orientales
Que aplastes a quienes están en las zonas de la Tierra del Dios
Hago que ellos vean a tu majestad como una estrella
Que derrama su llama como fuego y trae su perfume
Yo he venido para hacer que tú holles las tierras occidentales
Estando Keftiu e Isy llenos de respeto hacia ti
Hago que ellos vean a tu majestad como un toro joven
De corazón resuelto y cuernos afilados, que no puede ser atrapado
Yo he venido para hacer que tú holles a los isleños
En tanto que el país de Mitanni tiembla por temor a tí
Hago que ellos vean a tu majestad como un cocodrilo
Señor de temor en medio de las aguas, que no puede ser atacado
Yo he venido para hacer que pisotees a los que están en las "Islas de
Estando el mar (entero) bajo tu grito de guerra [Enmedio"
Hago que ellos vean a tu majestad como un protector
Que aparece gloriosamente sobre el lomo de su víctima
Yo he venido (para) hacer que holles Libia,
Estando las islas de los Utjentiu sometidas a tu poder
Hago que ellos vean a tu majestad como un (fiero) león
En tanto que tú los conviertes en cadáveres en sus valles
Yo he venido para hacer que holles hasta el confín de la tierra
Estando todo lo que rodea el océano encerrado en tu puño
Hago que ellos vean a tu majestad como un halcón, señor del ala
Que se apodera de lo que ve según su deseo
Yo he venido para hacer que pisotees a los que están en el principio
[de la tierra
Para que ates como cautivos a los beduinos del desierto
Hago que ellos vean a tu majestad como un chacal del sur
Señor de la carrera, el corredor que atraviesa el Doble País
Yo he venido (para) hacer que pisotees a los Nubios
Estando (Nubia) hasta Shat bajo tu control
Hago que ellos vean a tu majestad como tus dos hermanas
Cuyas manos he reunido para ti en victoria
He colocado a tus dos hermanas como protección tras de tí; los brazos de mi majestad están alzados para erradicar la maldad. Yo te doy protección, hijo mío, rni amado, Horus "Toro-Potente-Que-Se-Alza-Glorioso-En-Tebas", que yo engendré de mi cuerpo, Tutmosis, que vive eternamente, que hace para mí todo lo que mi Ka desea. Tú has erigido mi santuario corno obra de eternidad, mas largo y ancho que lo anteriormente existente, (así como) la gran puerta... cuya belleza pone festivo a Amón-Re. Tus monumentos sobrepasan los de todo los anteriores soberanos. Yo te ordené hacerlos y estoy satisfecho de ellos. Te afirmo sobre el Trono de Horus de Millones de Años, (para que) líderes a los vivientes por toda la eternidad.»
BIBLIOGRAFÍA: a) Texto: Sethe, Urkunden, IV, 610-619; De Buck, ERB págs. 53-56. b) Traducción: BAR II, 655-662; Erman, Ltíerature, 254-258; Wilson, ANET, 373-5; Lichtheim, AEL, II, 35-39; Lalouette, Textes Sacres et Textes Profanes, 101-104.
COMENTARIO: El texto se encuentra en una estela procedente de Karnak, actualmente en el Museo de El Cairo. Se trata de una obra que a su valor histórico une una indudable calidad literaria, que la convirtió en un texto clásico que fue copiado por monarcas posteriores, como Amenofis III, Sethi I y, cómo no, Ramsés II. Presenta la forma de un discurso puesto en boca del dios Amón alabando a Tutmosis III; junto a los trozos retóricos usuales incluye un llamativo poema en estrofas de cuatro versos que ha dado nombre a la estela. En ellos se canta, como en pocos documentos, al soberano como héroe victorioso. Se le reconoce el derecho al dominio universal, dentro de la vocación imperialista de la XVIII Dinastía, enumerándose las tierras de Asia (Mitanni, Retenu), de África (Nubia, Libia), y las islas del Mediterráneo como patrimonio y escenario del triunfo del faraón. Con gran colorismo se dibuja la imagen del soberano como un auténtico campeón, que activa y personalmente aterroriza al enemigo y lo aniquila. Se le compara e identifica con los animales tradicionalrnente emblemáticos de la realeza faraónica, en su aspecto de poder y violencia: el halcón, el toro, el león... Se le asimila a la propia divinidad solar, al llamársele "señor de Rayos" y dotarlo del Uraeus que abrasa a los enemigos, así como a Osiris, protegido siempre por sus "dos hermanas" (Isis y Neftys). La relación paterno-filial entre Amón-Re y Tutmosis III se encuadra dentro de la tradicional responsabilidad del soberano de cuidar los santuarios y mantener e incrementar el culto y las riquezas del dios, pero no hay que perder de vista tampoco que durante el Imperio Nuevo Amón se convierte no sólo en el dios más venerado, poderoso e influyentedel Egipto (cfr. el Gran Papiro Harris), sino también en el protector, patrono y hasta promotor de la gran política de conquista y del manifiesto imperialismo egipcio de este período. Amón concede al soberano el dominio universal, y por tanto el derecho a disponer de todas las tierras, sus personas y bienes, y a tomarlos por la fuerza si es preciso. No cabe duda de que Tutmosis III será el arquetipo del faraón conquistador, y en este sentido la Estela Poética puede ponerse en relación con los bien conocidos Anales de Karnak. Además, este soberano parece que gozó de una especial predilección por parte de Amón, que, como vimos, anunció su ascenso al trono cuando aún era muy joven.
... Entonces (Amón) hizo que los dioses todos del Alto y Bajo Egipto la vieran. Palabras dichas por Amón-Re, señor del cielo y rey de los dioses: "Ved a (mi) hija Henemet-Amón Hatshepsut, que viva. Amadla y complaceos en ella."
Todos los dioses del Alto Egipto, todos los dioses del Bajo Egipto: palabras dichas por todos los dioses a Amón: "Esta hija tuya, Henemet-Amón Hatshepsut, vivirá, y nosotros nos complaceremos con ella en vida y en paz. Ella es ciertamente hija tuya, de tu forma, que tú has engendrado y dotado. Le has dado tu poder, tu energía, tu dignidad, tu magia y tu corona. Proviene de tu cuerpo, del que ha nacido. A ella pertenecen las tierras, a ella pertenecen los países extranjeros, todo lo que el cielo cubre y todo lo que el mar rodea. Tú la has creado como tu imagen (porque) conoces la eternidad. Le has concedido el lote de Horus en vida y los años de Seth como dominio... Le hemos otorgado toda vida, todo dominio junto a nosotros, toda salud junto a nosotros, toda alegría junto a nosotros, toda ofrenda junto a nosotros y todo alimento junto a nosotros. Ella permanecerá al frente de los Ka de todos los vivientes, junto con su Ka, como rey del Alto y Bajo Egipto sobre el Trono de Horus, como Re, eternamente.»
COMENTARIO: En su templo-mausoleo de Deir El Bahari, Hatshepsut mandó grabar unos relieves, acompañados de texto, que reprodujeran la historia-mito de su origen divino: cómo fue engendrada por el dios Amón en su madre, la reina Ahmosis, esposa de Tutmosís I, cómo fue amamantada y criada por los dioses por orden de Amón y cómo, en fin, éste la había destinado para asumir la realeza. Es posible que la especial posición de esta reina-faraón, que constituye un paréntesis en la sucesión real normal de la XVIII Dinastía, fuese el motivo de insistir en este tema, que implica el derecho al trono de Hatshepsut. Se trata de uno de los documentos más elocuentes relativos a la naturaleza divina de la monarquía faraónica: el dios (Amón en este caso) se encarna en el faraón reinante para engendrar al heredero, que recibe así, junto con el derecho al trono, la legitimidad para ser considerado un dios vivo y continuar el linaje de reyes-dioses de Egipto. Se comprende así que al faraón se le apliquen apelativos tales como "Toro de su Madre" y similares. La cuestión, sin embargo, de la naturaleza divina del faraón dista mucho de estar clara, pese a las ideas comunes que al respecto circulan. Para estudiar esta cuestión estamos muy condicionados por las fuentes, casi exclusivamente textos oficiales emanados del palacio o de templos; por el contrario contamos con pocos datos para saber cómo era entendido este concepto político-religioso por la población egipcia. Además, no cabe duda de que la posición del soberano (y los dogmas en torno a la institución monárquica) experimentó profundas transformaciones a lo largo de la dilatada historia faraónica (para esta cuestión se puede consultar la obra clásica de G. Posener, De la Divinité du Pharaon, París, 1960).
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