«Entonces apareció gloriosa su majestad, en calidad de soberano, como un hermoso joven que controlaba sus sentidos y que había completado 18 años sobre sus piernas, con bravura. Había aprendido todos los trabajos de Montu; no tenía igual en el campo de batalla; conocía los caballos; no tenía par en este numeroso ejército. Ninguno de entre ellos podía montar su arco; no podía ser alcanzado en la carrera. De fuertes brazos, nunca se cansaba cuando agarraba el remo y maniobraba desde la proa de su barco-halcón con un golpe de remo (propio) de 200 hombres. Cuando se producía una pausa, después de que hubieran recorrido medio iteru de navegación, ellos se encontraban agotados, débiles sus cuerpos, y sin aliento, mientras que su majestad se encontraba (aún) fuerte llevando su remo de 20 codos de largo. Cuando (por fin) hizo una pausa y atracó su barco-halcón, había recorrido tres iteru remando sin hacer ningún alto en la maniobra. Los rostros se complacían al verlo haciendo esto.
Él (solo) montó 300 arcos fuertes, comparando el trabajo de sus fabricantes, para distinguir al ignorante del experto. Él vino y también hizo lo que (a continuación) os expongo: marchó hacia sus jardines del norte, y encontró que habían fijado para él cuatro planchas de cobre asiático, de un palmo de grosor, con 20 codos de separación desde un puesto al siguiente. Su majestad apareció entonces gloriosa sobre el carro, como Montu en su fuerza. Tomó el arco, agarrando cuatro flechas al mismo tiempo. Entonces avanzó tirando sobre ellas, como Montu con su panoplia. Sus flechas salieron por detrás de ellas. Tiró entonces al siguiente puesto. Fue una hazaña que nunca había sido hecha, ni se había escuchado en los relatos: lanzar una flecha contra una plancha de cobre y que salga de ella y caiga a tierra. Excepto el soberano, cuyo poder es enorme, a quien Amón hizo fuerte, el rey del Alto y Bajo Egipto Aa-Kheper-Re, que es violento como Montu.
Cuando aún era un joven príncipe, quería a sus caballos y se regocijaba con ellos. (Su) empeño constante era entrenarlos, conocer su naturaleza, ser experto en controlarlos, y penetrar en estas cuestiones. Cuando esto fue oído en el palacio real por (su) padre, el Horus "Toro-Potente-Que-se-Alza-Glorioso-En-Tebas", se alegró el corazón de su majestad al enterarse de eso. Regocijándose con lo que se contaba acerca de su hijo mayor, se dijo entonces en su corazón: "Él será el señor de toda la tierra, que no podrá ser atacado. Está lleno de ansia de bravura, lleno de júbilo en la fuerza, siendo aún un joven lleno de amor, sin conocimientos. Sin haber llegado aún el momento de hacer la labor de Montu, ignora las necesidades del cuerpo y gusta de la bravura. Es el dios quien le inspira a actuar, para que él proteja a Egipto, y para que se le asigne el país (?)". Su majestad dijo entonces a quienes estaban a su lado: "Haced que le sean entregados los mejores caballos del establo de mi majestad, que está en Menfis, y decidle: 'Ocúpate de ellos, cuídalos, hazlos trotar, atiéndelos cuando se te resistan'".
Después se encargó al hijo del rey que se ocupara de los caballos del establo del soberano. Él hizo lo que se le había encargado, y Reshep y Astarté se regocijaron en él, pues hacía todo lo que su corazón deseaba. Él crió caballos que no tenían igual, que no se fatigaban cuando tomaba las riendas, y que no sudaban (yendo) al galope. Ajustó los aparejos (de los caballos) en Menfis (?) y se paró a descansar en el "lugar de reposo" de Harakhty. Allí pasó un tiempo haciéndoles dar vueltas y contemplando la excelencia de los "lugares de reposo" de Keops y Kefrén, justificados. Su corazón concibió el deseo de hacer vivir sus nombres. Mas él guardó en su corazón lo que tenía dentro, hasta que sucediera lo que su padre Re había dispuesto para él.
Tras esto se produjo la aparición gloriosa de su majestad como soberano. El Uraeus quedó complacido con su lugar en su frente, fijándose la imagen de Re en su puesto, estando la tierra, como anteriormente, satisfecha con su señor, Aa-Kheperu-Re, que gobierna el doble país, en tanto que todos los países extranjeros están atados bajo sus sandalias. Se acordó entonces su majestad del lugar donde se había complacido cerca de las pirámides y de Harakhty. Se ordenó construir allí un "lugar de reposo", en el que se erigió una estela de piedra blanca, cuyo frente grabó con el gran nombre de Aa-Kheperu-Re, amado de Harakhty, dotado de vida eternamente.»
BIBLIOGRAFÍA: Las publicaciones fundamentales son S. Hassan, "The great Hmestone stela of Amenhotep II", ASAE XXXVII (1937), 129-134, y A. Varille, "La grande stéle d'Amenophis II a Giza", BIFAO XLI (1942), 31-38. Véase también: a) Texto: Sethe, Urkunden IV, 1276-1283. b) Traducción: Wilson, ANET, 244-245; Lichtheim, AEL, II, 39-43; B. van de Walle, "Les rois sportifs de l'Ancienne Égipte", CdE XXVI (1938), 255-257.
COMENTARIO: A pesar del tradicional conservadurismo egipcio y de la aparente continuidad de imágenes en torno al faraón, está claro que la concepción misma de la monarquía evolucionó a lo largo de las distintas etapas de la historia de Egipto. Del alejado dios viviente que se adivina en el Imperio Antiguo se pasará, como dijimos anteriormente, al "faraón como buen pastor", mucho rriás próximo a la humanidad, en el Imperio Medio. En el Imperio Nuevo, gran etapa de expansión, se consagrará la imagen del soberano como jefe guerrero, conductor del pueblo en armas hacia el afianzamiento de un imperio que se dilataba por Asia y África. Junto con los tradicionales atributos de divinidad, se proclama ahora la prepotencia física del faraón; es por supuesto el mejor combatiente, pero también el más fuerte, atlético y vigoroso. Se cantarán sus hazañas como deportista consumado, en artes o ejercicios que por supuesto tienen que ver con la preparación guerrera; el tiro con arco, la equitación, el manejo del carro y de los caballos, etc. Buen exponente de ello es la gran estela encontrada en el lado ñororiental de la Esfinge de Gizah dedicada por Amenofis II. La glorificación de las habilidades del soberano adquiere un tinte heroico que no deja de recordar los modelos homéricos o clásicos: el arco de Odiseo, los caballos de Aquiles, los juegos por los funerales de Patroclo... Se ha apuntado, como dijimos, la influencia del caballo en esta imagen del rey-guerrero, ciertamente "caballeresco". En todo caso, aparte la lógica propaganda, común con otros soberanos del Imperio Nuevo (Tutmosis III o Ramses II, por ejemplo), es posible que algo de realidad haya en hazañas de Amenofis II: su momia es con diferencia la de mayor talla de los soberanos de la XVIII Dinastía, revelando una complexión física extraordinaria. Los dioses mencionados son justamente los protectores de la guerra y artes marciales (Montu de Tebas, el dios sirio Reshep), o con el caballo y la equitación (la diosa semita Astarté). Otra cuestión destacable es el aprecio y favor especial que los soberanos del Imperio Nuevo —en nuestro caso Amenofis II— van a manifestar por la zona de Gizah y en concreto por la Esfinge, cuyo culto, bajo el nombre de la deidad solar Harakhty ("Horus en el Horizonte", el Harmakis de los griegos), va a institucionalizarse, siendo muy favorecido por estos soberanos. Quizás haya en esto razones políticas o ideológicas, en relación con la zona menfita, que no han sido aún suficientemente resaltadas (el documento más explícito al respecto es la "Estela del Sueño" de Tutmosis IV, hijo precisamente de Amenofis II).
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