El origen histórico del culto a Horus es más complejo. Aparte de su vinculación con la monarquía, Horus (y en menor cuantía su homologa femenina Hathor) fue, en época histórica, un dios con una gran inmanencia, a quien se le podía reconocer en manifestaciones locales concretas. Encontramos las variantes locales de Horus (y de Hathor) en Egipto y en ciertos territorios extranjeros bajo el dominio egipcio. Ya nos hemos cruzado con dos de ellas en las bases de los tronos de Lisht: Horus, señor de Mesen, y Horus, el beh-detita.El topónimo Mesen se empleaba en una localidad situada en la frontera oriental del delta y en la ciudad de Edfu, en el Alto Egipto. Lo mismo ocurre con Behdet: con este nombre se designaba una ciudad del Bajo Egipto, así como también Edfu, en el sur. Puesto que, en los tronos de Lisht y en otros muchos contextos similares, Horus, el señor de Mesen y el behdetita, representa al Bajo Egipto, hemos de llegar a la conclusión de que en ellos se está aludiendo a las localidades con dichos nombres del Bajo Egipto. No obstante, a causa del interés de los egipcios por la geografía simbólica, no tenemos razones para sacar la conclusión de que las localidades del Bajo Egipto fueran las originales, que más tarde se trasladarían al sur, ni de que en tiempos muy antiguos hubiese existido un centro importante dedicado a Horus en el norte. Todas las referencias claras en los textos son posteriores al final del Imperio Antiguo. Unos quinientos años separan aquella época del período de formación del Estado egipcio, y fue durante aquel intervalo cuando se formalizó la configuración básica de la cultura de la corte faraónica. Fue un proceso dinámico y conllevó una sistematización de los mitos, la cual asoma finalmente en los Textos de las Pirámides -colecciones de breves discursos teológicos, esculpidos en el interior de las cámaras funerarias de las pirámides a partir de ía dinastía V— y los primeros textos religiosos de cierta consideración que nos han llegado. Esto nos aparta por completo de las primeras formas de los mitos y de expresión simbólica.
Es posible que el motivo de que el origen geográfico del culto a Horus se nos escape de las manos se deba en parte a un fenómeno que nos es más difícil controlar. Todos los indicios de que disponemos apuntan a que, desde Elefantina hasta el Mediterráneo, se hablaba, siempre que hemos podido verificarlo, el mismo egipcio antiguo. Probablemente, también es válido para el período Predinástico, pese a las diferencias de cultura material entre el Alto y eí Bajo Egipto. Es posible que el nombre Horus, que quiere decir «el Único en las alturas», haya tenido un uso muy difundido en las vivencias religiosas de todo el Egipto Predinástico. De todas maneras, en determinados lugares se dio una mayor importancia a este culto que en otros.
Si pasamos a la arqueología, podemos encontrar unas cuantas pruebas de la asociación entre la realeza y Horus en los primeros períodos. Aunque este material no nos permite saber de qué manera concreta lo interpretaban los contemporáneos, de por sí ya es una manifestación sugerente. Horus es una de las deidades cuya figura aparece claramente asociada a los reyes del Dinástico Antiguo. La imagen del halcón no va acompañada de ningún calificativo escrito, como el de «el behdetita»; posa en solitario sobre el emblema heráldico que contiene el principal nombre del faraón (figura 10).
La esencia de la monarquía primitiva. El nombre del faraón Dyet de la dinastía I (c. 2900 a.C.), escrito con el signo jeroglífico de la cobra, aparece sobre una versión estilizada de la arquitectura distintiva del palacio real (cf. las figuras 12, p. 54; 17, p. 65 y 18, p. 72). Encaramada encima, está la figura del dios halcón Horus, de quien cada faraón era una personificación. Estela funeraria del faraón Dyet, procedente de su tumba en Abydos. Tomado de A. Vigneau, Encyclopédie photographique de l'art: Les antiquités égypliennes du Musée du Louvre, París, 1935, p. 4.
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