viernes, 1 de octubre de 2010

LA MUERTE EN LA SOCIEDAD GRIEGA Y ROMANA

Muchos autores consideran que todas las instituciones del mundo grecorromano están relacionadas con la muerte, como la familia. Era muy importante tener descendencia y que la familia perdurase a lo largo de los siglos para que ésta pudiese rendir culto a los espíritus de sus antepasados. El culto a los muertos es una de las primeras cosas que nos diferenciaron de los animales.

El temor a los muertos maléficos.

Hay muchas clasificaciones de dioses. Una de ellas es “dei superii” (dioses celestes o superiores) y “dei inferii” (dioses infernales o inferiores). El mar es un lugar ambivalente: Neptuno es un dios superior, pero el mar es un lugar de paso obligado para los difuntos. Además, todas las personas se convertían en dioses cuando morían. Entre los dioses superiores destacan Júpiter, Juno, Minerva, Marte, Apolo y Venus por ejemplo. En cuanto a los dioses infernales, el más destacado es Plutón, aunque también están Hécate, Perséfone, las Erinias y los dioses Manes. Hécate es la diosa de la magia y las encrucijadas; Plutón es el dios titular del infierno; Perséfone es hija de Júpiter y Ceres, pero como esposa de Plutón tiene carácter de diosa inferior. No todos los dioses son iguales, sino que también se dividen en mayores y menores según el número de sacrificios que reciben. Ninguna persona es dios antes de morir pero Alejandro Magno, influenciado por las culturas orientales, introduce elementos divinos en la figura del monarca.

La potencia de los dioses depende de los sacrificios que se realizan en su honor. Por ejemplo, los templos con mayor número de bucráneos (cabezas de toros o bueyes sacrificados) tienen mayor potencia. Es decir, tiene más potencia Júpiter que un dios familiar y, dentro de los dioses familiares, tienen más potencia los difuntos de las familias ricas porque reciben más víctimas. Era muy normal que, por razones personales, se le otorgara más importancia a un un dios que a otro. Por ejemplo, cada emperador rendía culto a la divinidad que quería que le favoreciese o que tenía especial relevancia para la familia. El culto a los difuntos también era muy importante.

Los dioses necesitan sangre, agua y comida. La sangre era lo primordial, por eso los sacrificios eran tan necesarios. En la Antigüedad, se creía que la sangre era fundamental porque da la vida, por esa razón los dioses y los difuntos la exigen. Podemos ver un ejemplo en el canto XI de la Odisea de Homero: Ulises sacrifica un cordero negro a un dios infernal. Esto es así porque a los dioses infernales siempre se les sacrificaba animales negros o de colores oscuros, tocando el suelo y en número par, mientras que a los dioses celestes se les sacrificaba víctimas claras, en número impar y mirando al cielo (y mejor si las víctimas no tocaban directamente el suelo).

Los números pares están muy vinculados a la muerte, son muy negativos, al contrario que los impares. Por eso en el calendario romano los días más importantes eran impares: “kalendas”,nonnas” e “idus”, y la mayoría de días nefastos eran pares. El infierno es frío y oscuro y no existe el cielo, todos los muertos iban al mismo lugar. En el mundo antiguo nadie quería morir para no ir al inframundo, a pesar de que así se convertían en dioses. Con el paso del tiempo, esta imagen del infierno hizo que las personas de color pasaran a representar un peligro o la imagen de los muertos, nadie quería cruzarse con una persona de color porque eran como cruzarse con un muerto. De oriente llegaron cultos mistéricos e iniciáticos, en los que se afirmaba que si alguien se comportaba de la forma correcta con respecto a su culto, entrarían en simbiosis con la divinidad y se unirían con ella tras la muerte, es decir, irían a un lugar diferente al infierno. Pero esto era solo válido para los iniciados, el resto de la población va al inframundo cuando muere.

Volviendo al canto XI de la Odisea, Ulises sacrifica un cordero negro pero no deja que los difuntos chupen la sangre hasta que no le dan la información que está buscando. Si no tienen sangre, los dioses se enfadan y actúan contra aquellos que no les han rendido el culto que necesitan para no marchitarse. Los juegos gladiadores eran, en origen, juegos funerarios: cuando moría alguien, dos amigos de la persona luchaban hasta que se derramaba sangre, era una honra al difunto. Después se transformaron en algo lúdico, aunque con ellos también se honraba a los dioses celestes.

Es típico que las plañideras se arañaran la cara para honrar al difunto con su sangre. El vino era el sustitutivo de la sangre a causa de su parecido. A los dioses celestes también se les podían ofrendar cosas que se queman (perfumes, incienso) porque el humo asciende y llega al cielo. Cada difunto vive debajo de su tumba, por eso dañar una lápida conllevaba el enfado del difunto. Los dioses no eran todopoderosos: la noche es más fuerte que ellos y que el el dios supremo (el sol), por ese motivo los eclipses eran considerados augurios terribles.

Casi todas las personas iban al infierno tras su muerte para descansar eternamente, no obstante, hay algunas excepciones. Los “insepulti” no pueden descansar en el infierno porque su cuerpo no ha sido introducido en la tierra, de ahí la importancia de los ritos funerarios. Si estos no se realizaban o se realizaban mal, el muerto se convertían en “larva” o “lemur” y hacía todo lo posible para que lo enterraran. Mientras tanto, se dedicaba a dañar a las personas que no le rendían el culto necesario. Los cuerpos insepultos no pueden ir al infierno pero tampoco pueden vivir en el mundo humano, por tanto, no descansa. Por eso la mayor condena de un muerto es que no se le entierre. Para que el muerto pueda descansar eternamente debe ser enterrado completo (otra condena muy común era enterrar las partes del cuerpo en sitios diferentes). Esta estructura mental ha llegado hasta nuestros días: lo vemos, por ejemplo, en la leyenda del jinete sin cabeza.

Otro tipo de difunto que no iba al inframundo eran los que morían de “mors immatura”. Cuando una persona nace, las Parcas tejen su vida y su objetivo. Si una persona muere antes de haber cumplido ese objetivo no puede descansar en paz. De ahí el desasosiego que siempre han causado las muertes de niños y jóvenes. Los fetos muertos pueden convertirse en dioses lares pero los que no eran purificados no recibían esa consideración. De todas formas, si no se cumple el objetivo, el difunto puede descansar cuando pasa el lapso de tiempo entre su muerte anticipada y la fecha de muerte que habían establecido las Parcas.

El último grupo de difuntos que no pueden ir al infierno es el de los que han tenido una muerte violenta o “saevus finis”. Las personas que mueren de forma violenta no pueden descansar en el Hades. Están muy enfadadas y exigen venganza a sus familiares y amigos. Los muertos se aparecían en los sueños de sus asesinos para atormentarlos, pero no pueden vengarse por ellos mismo, por eso se lo exigen a sus familiares. Por otra parte, el que ha matado está manchado y el espíritu de su víctima lo acompaña, por eso es necesario que se purifique después y que lleve amuletos para protegerse.

A las tumbas había que acceder de forma respetuosa y pura, ya que son los templos particulares de los dioses difuntos. El día de las “terminalia” se abría una roca que estaba en algún lugar de la ciudad (“mundus”) para que los difuntos pudiesen subir al mundo de los vivos a visitar a sus parientes.

Protección contra los muertos malignos.

El ambiente está siempre cargado de espíritus malignos (lémures, larvas, éstriges...) y hay que protegerse de ellos. La protección está relacionada con el grado de responsabilidad pública o con la debilidad del individuo, por eso los más protegidos eran los magistrados, los soldados y los niños. Por culpa de los espíritus malignos hay cantidad de peligros (accidentes, muertes, epidemias, raptos, enfermedades, esterilidad, apariciones... Por esta razón las personas tienen que protegerse mediante varios elementos:

1.-El círculo. En el mundo antiguo hay gradaciones de peligros y de protecciones; el lugar más protegido y seguro era el templo. También las casas solían estar bien protegidas, con los lares y los manes. Por último, las ciudades estaban rodeadas por una muralla invisible, el “pomerium” o límite sagrado de la ciudad. El pomerium es indestructible y se consolida con sacrificios y ritos. Los únicos puntos débiles eran las puertas, por suponer la ruptura de este círculo mágico. Las tierras cultivadas del exterior no estaban tan protegidas, pero contaban con la protección de algunas divinidades (Baco, Ceres) y estaban limitadas por ermitas o encrucijadas (elementos de protección). El bosque, el mar y el desierto son zonas desprotegidas donde habitan los demonios, los espíritus malignos y las brujas.

El círculo es la figura geométrica más protectora de la Antigüedad porque puede encerrar lo malo o proteger lo que hay en su interior. La corona es un símbolo fundamental de protección, al igual que los materiales apotropeos que las forman (laurel, roble...). Los bailes en círculo también son protectores, en cambio, dar vueltas a un paraguas puede permitir la entrada a espíritus malignos. Hay muchos ejemplos actuales más, como la ouija, en la que se invoca a los espíritus formando un círculo.

2.-Las puertas. Son los elementos débiles del círculo mágico que protege la ciudad, por eso se protegen con animales mitológicos o reales (esfinges, leones, grifos...) que devoran a los espíritus dañinos e les impiden la entrada, y con otros objetos apotropeos. Es una estructura mental que ha llegado hasta nuestros días: herraduras y muérdago en las puertas de las casas, leones en las puertas del Congreso, etc.

Por la noche se cerraban las puertas de las ciudades porque era útil para protegerse de las fuerzas malévolas, que son más fuertes de noche, ya que los dioses están durmiendo.

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