viernes, 14 de mayo de 2010

Babilonia, Media, Persia, Israel, etc.

El Imperio caldeo
A Nabopolasar le sucedió su hijo Nabucodonosor II, quien se vio obligador a hacer una serie de expediciones militares a Siria, dirigiéndose contra Tiro y posiblemente contra Judá. La situación no era tan favorable a los caldeos como a primera vista pudiese parecer, ya que su ejército estuvo a punto de tener un choque armado en el Tigris con uno persa. La frontera sirio-palestina tampoco estaba pacificada. Nabucodonosor se vio forzado, a partir de 549 a.C., a intervenir continuamente en aquellas regiones. En 587 a.C. los caldeos se apoderaron de Jerusalén y deportaron a la aristocracia civil y religiosa.
Poco tiempo después, en 585-572 a.C., los caldeos asediaron Tiro, se apoderaron de Líbano y convirtieron en monopolio real la explotación de la madera, que era la principal fuente de riqueza de la región. En los años 588 y 566 a.C., hubo choques armados con Egipto y parte de Cilicia fue incorporada al Imperio caldeo. En los territorios conquistados, tratados con dureza, fueron numerosas las deportaciones, pero no se repoblaron a continuación los territorios desocupados, señal de la escasa visión política por parte de Babilonia. Con estas conquistas, el Imperio caldeo alcanzó su máxima extensión en los diez primeros años de su existencia.
A todas estas expediciones aluden someramente las inscripciones caldeas. Éstas se centran preferentemente, describiéndola con gran detalle, en la política seguida por los soberanos con los templos y la casta sacerdotal. La preocupación máxima de los monarcas caldeos fue precisamente las actividades del culto de los dioses, la celebración de las fiestas y la restauración o construcción de los templos.
El gobierno de Nabucodonosor se caracterizó, entre otras cosas, por la política edilicia. En Babilonia el rey construyó la muralla y completó los edificios religiosos de la ciudad con la construcción del zigurat, del templo de Marduk y de un palacio real. También prestó especial atención a las ciudades de Borsippa, Ur y Sippar.
La situación interna del imperio no era tan buena como parecía. A la muerte de Nabucodonosor, después de un largo reinado de cuarenta años, le sucedió su hijo Awil-Marduk, que sólo gobernó dos años. Un usurpador, llamado, Nergal-shar-Usur, se apoderó del trono e hizo una incursión militar en Cilicia, penetrando hasta las fronteras del reino de Lidia. A los cuatro años de reinado, le sucedió su hijo, Labashi-Marduk, quien sin embargo fue destronado pronto por otro usurpador, Nabonido. Tal cantidad de reyes en tan corto espacio de tiempo indica claramente la gran inestabilidad que atravesaba el Imperio caldeo.

El reinado de Nabonido
Nabonido contó con el apoyo del ejército, pero no con el de los sacerdotes del templo de Marduk, y además era un extranjero. Justificó su usurpación mediante presuntas revelaciones oníricas, con horóscopos basados en las estrellas y con su política de restauración de santuarios y fiestas religiosas en muchas ciudades del Imperio. Su obra de restauración y construcción de templos, dedicados a gran cantidad de dioses, no podía agradar al clero del dios Marduk. También molestó mucho en la ciudad de Babilonia la importancia que concedió a la dios lunar Sin, de cuyo culto era sacerdotisa su madre.
Pocos años después de su acceso al trono, Nabonido dejó el gobierno en manos de su hijo, Bel-shar-Usur y, abandonando Babilonia, se dirigió a Teima, en Arabia. Se ha supuesto que esta retirada del gobierno estuvo motivada por el hecho que el rey persa Ciro venció a Astiages y tomó Ecbatana, de forma que Nabonido iría a Arabia a buscar el apoyo de los árabes contra este peligro. Nabonido volvió a Babilonia en el momento en el que Ciro se disponía a atacarla. La importancia de Arabia en esta época era muy grande, en particular por el control que ejercía sobre la ruta caravanera que unía Yemen con Siria. La estancia del monarca en Babilonia debió de molestar mucho al clero, pues dejó de celebrar la fiesta del Nuevo Años, así como las restantes celebraciones religiosas. Entonces los persas actuaron con rápidez: el gobernador de Gutium atravesó el Tigris, ocupó Sippar y después Babilonia. Ciro fue recibido como un libertador y los cultos volvieron a celebrarse; de esta manera, Babilonia paso a ser una de tantas ciudades del nuevo Imperio persa.

Economía del imperio
El Imperio caldeo coincidió con una recuperación económica y demográfica de la baja Mesopotamia. También se desarrolló mucho el comercio con centro en Babilonia, aunque su base económica seguía siendo la agricultura. El resto del Imperio, salvo algunas regiones muy concretas, no presentaba una buena situación debido al continuo estado de guerra. El panorama ecomómico entre los siglos X-VII a.C., fue, en general, desfavorable, pero ya a partirde finales del siglo VII a.C. la economía comenzó a recuperarse. Las mejores condiciones se observan sobre todo en las ciudades, donde el desarrollo de la política edilicia contribuyó sin duda a dar trabajo a muchas manos. La situación en el campo estaba más degradada que en las ciudades. En la baja Mesopotamia aumentó la salinización del suelo, debido a la destrucción y mala conservación de los canales de riego. Como resultado de la escasa explotación agrícola, el desierto avanzó. Sin embargo, durante esta época mejoraron sensiblemente tanto las propiedades de los templos como las del rey. Las tierras eran trabajadas por esclavos y al frente de las fincas se encontraban los administradores. Nabonido y su hijo promulgaron un edicto señalando claramente las competencias de cada uno, medida que molestaría al clero, por lo que se ha supuesto que ello sería otra de las causas de la retirada al rey caldeo a Teima.
La actividad artesanal y de bienes de transformación mejoró. Los artesanos que trabajaban en el palacio aliviaron notablemente su situación, debido a la gran cantidad de obras emprendidas. Los templos y el palacio fueron los dos polos de atracción del artesanado.
En cuanto al comercio, la gran vía comercial partía de Yemen y terminaba en el delta del Nilo o en las ciudades de Siria y Fenicia. Una segunda vía comercial atravesaba el norte de Persia y de Media, para terminar en Lida y Jonia. Babilonia quedaba al margen de estas dos grandes arterias comerciales, pero esta marginación se compensaba por el hecho de ser el centro del Imperio y porque a ella afluyeron la mayor parte de los bienes procedentes de los saqueos y de los tributos. Así pues, su importancia era fundamentalmente política. El comercio se encontraba en manos de árabes, de fenicios o de iranios. Había corporaciones de comerciantes, de artesanos y de funcionarios, que se agrupaban para defender sus intereses. Los pequeños propietarios y los latifunditas había casi desaparecido, los primeros a causa fundamentalmente de la esclavitud por deudas.

Aspectos culturales del Imperio caldeo
Babilonia fue una ciudad cosmopolita en todos los aspectos. Personas de variadas procedencias eran bien recibidas y podían vivir tranquilamente dentro de sus muros. La capital del Imperio fue el crisol en elque se fundieron un enorme cantidad de lenguas, de culturas, de pueblos y de religiones. Era ésta la principal característica de Babilonia respecto a las ciudades asirias, con una imagen exclusivamente nacional. Una población muy heterogénea residía en esta gran ciudad, donde se hablaban fundamentalmente el arameo.
La cultura babilónica en este período se caracteríza por su arcaismo. Como lenguas muertas se usaron el sumerio y el acadio, y prosiguió el uso de la escritura cuneiforme. En el campo de las bellas artes y de la literatura se copiaron los modelos antiguos. En arquitectura se busca la grandiosidad de los edificios. En la glípitica se siguieron los modelos de la época de Acad o de la I dinastía de Babilonia. Las inscripciones tratan fundamentalmente temas religiosos, lo que las diferencia de las asirias.
Otra de las características de la cultura fueron el simbolismo, el formulismo y el ritualismo, que consistía en repetir expresiones antiguas pero ya vacías de su primitivo significado. El culto se volvió repetitivo y se empleó mucho el simbolismo. La magia, al igual que los exorcismo y los presagios a través de la astronomía, conocieron un gran desarrollo. Se hizo uso de los horóscopos de carácter astral. Se creía que todo estaba determinado por la situación de los astros en el momento del nacimiento de la persona. Las prácticas mágicas permitían evitar el destino que estaba prefijado en las estrellas.















Los fenicios
Los fenicios eran los mismos cananeos. Habitaban en la costa de Siria y de Líbano y hablaban una lengua semita. Nunca estuvieron unidos en un mismo Estado, sino que vivía en ciudades autónomas, como Tiro, Sidón, Biblos, Beirut, Serepta, etc. Hacia el año 1200 a.C. se diferenciaron claramente de otros pueblos vecinos. Probablemente, los Pueblos del Mar invadieron y arrasaron los centros urbanos costeros, pero los fenicios se recuperaron pronto, alcanzaron su independecia y se convirtieron en los grandes comerciantes del Mediterráneo, colonizando amplias zonas de este mar. Mantuvieron la estructura de la ciudad-Estado, que había desaparecido con la Edad del Hierro.

Fuentes para la Historia de Fenicia
Las fuentes literarias para la reconstrucción de la Historia de Fenicia son variadas y de distintas procedencias y épocas. Una de las más importantes se encuentra en el citado relato egipcio de Wanemón, que hizo un viaje a Biblos para obtener madera. Esta ciudad era el puerto con el que Egipto, a lo largo de todo el segundo milenio a.C., había comerciado. En este relato se mencionan comerciantes privados que poseían cincuenta naves, lo que indica que tenían que ser muy ricos y mantener un comercio de gran envegadura. El Antiguo Testamento recoge datos sobre alguas ciudades y reyes fenicios. El rey Hiram se relacionó con David y con Salomón. Este último monarca judío e Hiram realizaron juntos expediciones mercantiles de larga duración, y quizá llegaron hasta la India, como se ha supuesto. A los fenicios, que fueron los que enseñaron a los griegos a navegar, se debe la invención de la navegación utilizando la estrella polar, lo que permitía viajar de día y de noche y a mayores distancias. Artesanos fenicios fueron los que construyeron el templo de Jerusalén por encargo de Salomón, que poseía características fenicias.
Los fragmentos conservados de los Anales de Tiro sólo dan nombres de reyes, que no coinciden con la documentación asiria, que ofrece noticias de las ciudades fenicias, con las que se relacionaron los asirios. El Antiguo Testamento también reúne diversas indicaciones de la influencia fenicia sobre los judíos en el aspecto religioso. Datos muy interesantes sobre el comercio fenicio se leen en el profeta Ezequiel, que desarrollló su actividad desde 587 hasta 571 a.C.

Fenicios y asirios
Asiria estuvo especialmente interesada en mantener contactos con Fenicia. Bajo los reinados de Tiglapileser I y de Asurnasirpal I estas relaciones fueron de carácter comercial.
Esta política, sin embargo, cambió con Salmanasar III, que exigió a los fenicios grandes tributos, y, más tarde, Tiglatpileser III conquistó el país. De esta manera, Fenicia se convirtió en provincia de Asiria, salvo Arwad, que se mantuvo independiente, y Biblos, que siguió pagando tributo. En 700 a.C., Senaquerib expulsó a Luli, rey de Tiro y Sidón. En el año 637 a.C. Esarhaddón, firmó con el rey Baal de Tiro un tratado de vasallaje y se apoderó de Sidón. A partir de 671 a.C., Tiro quedó reducida a la ocupación de la pequeña isla muy próxima a la costa, perdiendo su territorio. Asurbanipal guerreó contra Tiro y Arwad, que se sometieron pero mantuvieron su autonomía.
Con la desaparición del Imperio asirio, Tiro intentó recuperar su papel comercial, cosa que no consiguió, puesto tuvo que rendirse a los babilonios en 573 a.C., aunque mantuvo la dinastía reinante. Más tarde, Fenicia fue incorporada al poderoso Imperio persa.

Artesanado y comercio fenicios
Homero presenta a los fenicios como excelentes navegantes y excelentes artesanos. Alaba las copas con figuras en relieve que fabricaban los artesanos fenicios y de las que se conoce una buena colección hallada en Etruria, Atenas, Chipre y Fenicia; también menciona las telas pintadas, brocados y otros objetos de las mujeres de Sidón. Además fabricaban trípodes, calderos y armas, vidrios de colores, joyes, etc., y trabajabn el marfil (Nimrud, Carmona, etc.) y las conchas. Todos estos objetos tuvieron gran aceptación en todo el Mediterráneo.
Los mercaderes fenicios se dirigieron a Asiria, donde en Nimrud estaban establecidos artesanos fenicios que trabajaban el marfil. Ezequiel, en su oráculo contra Tiro, recuerda los productos de todo género con los que Tiro comerciaba y sus lugares de procedencia. Tiro era por esos años la gran potencia mercantil de todo el Mediterráneo oriental, al que abastecía de todo tipo de productos. El profeta menciona a los príncipes comerciantes, expresión que indica que el comercio se encontraba en manos de aristocracia, que hacían fabulosos negocios. En la península ibérica los fenicios cambiaban aceite por plata. A ellos se debe la introducción del alfabeto, del hierro, de nuevos ritos de cremación, en torno al alfarero, de la pintura vascular, del uso del marfil, de algunos objetos de bronce (calderos, thymiateria, escudos), de la lámpara de alumbrado, de la técnica del granulado, del vidrio, de la púrpura, de la fíbula y de nuevos tipos de vestidos. En la religión indígena y en los ritos funerarios su impacto fue profundo, como la introducción del culto a Astarté y a Reshef, de los grifos y de las esfinges y de santuarios de tipo chipriota.

Colonización fenicia
Los fenicios precedieron a los griegos en la colonización por el Mediterráneo. A finales del segundo milenio a.C., fundaron Gades (Cádiz), que se convirtió en el gran emporio mercantil de todo Occidente, como Cartago lo fue en el Mediterráneo central. En Chipre los fenicios colonizaron Citión (Kitión), ciudad que tenía un gobernador dependiente del rey de Tiro. En esta isla las colonias fenicias datan de los siglos X-IX a.C. A partir del siglo VIII a.C. se intensificó la colonización fenicia. En este siglo y en el siguiente se fecha la colonización agrícola, que se detecta en la península ibérica, de gentes que huían de la presencia asiria.
Razones políticas estuvieron en la base de la fundación de Cartago, que no era autónoma, pues todos los años enviaba un tributo a Tiro, lo que indica una fundación oficial y no debida a la iniciativa de simples particulares. Griegos y fenicios se repartieron el Mediterráneo. Cerdeña, el oeste de Sicilia, el norte de África y gran parte de la península ibérica pasaron a control fenicio. Hacia 600 a.C., los fenicios, a las órdenes de Necao, dieron la vuelta a África.
En el tratado de Esarhaddón con Baal de Tiro se permitió a la ciudad fenicia conserva su autonomía, pero se trató de controlar su comercio en favor de Asiria. Los babilonios siguieron después esta misma política, que continuaron los persas.
























Israel
La arqueología ha proporcionado algunos datos para la Historia de Israel. De un acontecimiento tan importante como la conquista de Jericó por Josué, no hay huellas arqueológicas, como tampoco de la migración de los israeltas por el desierto. En cambio, se sabe que laciudad de Hazor fue destruida hacia 200 a.C., coincidiendo con la ocupación israelita de Canaán. Los relieves esculpidos en el palacio de Tiglapileser III describen gráficamente la captura de las ciudades de Astoret, en Galaad, y de Gezer, en el sur de Palestina, con la deportación de los habitantes de esta última ciudad. El asalto y toma de Lakis están grabados en los reliees de la muralla de Senaquerib en Nínive. En un prisma de este mismo monarca asirio se describe la rendición de Ezequías.

Fuentes y origen
Una fuente muy importante para reconstruir la religiosidad, las instituciones, la historia política, social y económica de los hebreos es el Antiguo Testamento, que comprende libros de muy diverso carácter, aunque todos tengan una visión religiosa. La mayoría de ellos se redactaron o refundieron en épocas posteriores, muy alejadas de los sucesos que narran, aunque pudieron utilizar fuentes antiguas que hoy desconocemos. Así, el Pentateuco, atribuido a Moisés, pero que ya Porfirio indicó en el siglo III a.C., que no podía remontarse a él y que narra los acontecimientos de la historia más antigua de Israel, debió de ser terminado en tiempos de las reformas de Esdras, a finales del siglo V o principios del IV a.C. El núcleo origionario debió de servir de base a la reforma de Josías (621 a.C.), pero se conservan en su interior tres hilos narrativos distintos: yahvista, del siglo IX a.C. o finales del X a.C.; elohista, escrito en el reino del norte hacia la segunda mitad del siglo VIII a.C.; y sacerdotal, siglos VI-V a.C., además de una fuente laica fechada en los siglos X-IX a.C. Se trata pues de un material muy heterogéneo, que carece de visión unitaria.
Los Libros de los Reyes, que se refieren a la monarquía, mencionan como fuentes empleadas el Libros de los hechos de Salomón, las Crónicas de los reyes de Israel y las Crónicas de los reyes de Judá. Una primera redacción se fecha hacia el año 600 a.C.; después de la reforma de Josías, y durante el destierro, antes de 538 a.C., sufría una refundición. También se alude a otras fuentes de menor importancia, hoy perdidas. Así, las Crónicas mencionan doce de estos escritos: Historia de Samuelel vidente, Historia del profeta Natán, Historia de Gad el vidente, Historia de Jehú, hijo de Hanani, etcétera.
Algunas fuentes literarias no hebreas mencionan a este pueblo. Se ha supuesto que los habiru citados en al-Amarna, como bandas descontroladas que se dedicaban a saquear Palestina, podían ser los antepasados de los hebreos. Los habiru se mencionan entre los obreros de Ramsés III. La primera cita segura de Israel se lee en la estela de Minepath, a finales del siglo XIII a.C.
Las fuentes asirias y de otros pueblos completan la información bíblica. La llamada Piedra Moabita, que tiene 39 líneas, hallada en Dibón (Jordania), describe el rechazo de la invasión de Joram y de Josafat, reyes de Judá e Israel, en 896 a.C., y ofrece una versión diferente a la bíblica. En un relieve monolítico asirio, encontrado en Kurj (Turquía), se narra minuciosamente el descalabro sufrido en 853 a.C., por la coalición formada por Ajab, rey de Israel, y por los reyes de Damasco, Ammón y Hama, en la batalla de Qarqar, en las proximidades de Hama, contra Salmanasar III. En los relieves de la Piedra Negra de Nimrud se representa a los monarcas enemigos trayendo tributo a Salmanasar III. En ella se afirma que Jehú derrotó a Ajab y le sucedió en el trono en 850 a.C. Las Anales de Sargón II cuentan la toma de Samaria en 722 a.C. y la deportación de sus habitantes por Salmanasar V. En la Crónica babilónica se describen la invasión de Judea, el sitio de Jerusalén en 598 a.C. y la conquista de la ciudad un años más tarde.
Los hebreos hacen descender su pueblo de Abraham de Ur, que emigró a Palestina, de su descendencia Isaac, Jacob y de sus doce hijos, que fueron a vivir a Egipto. Los nombres semitas de los patriarcas y el género seminómada de vida que llevaban coinciden a grandes rasgos con lo que se conoce en la época en la que se supone que vivieron, lo que parece indicar que bien puede haber cierta historicidad en los relatos bíblicos. La estancia de los israelitas en Egipto también puede tener un fondo histórico, ya que se sabe que hubo hambres terribles en los siglos XIV y XIII a.C., que obligaron a bandas semitas a buscar alimentos en Egipto. En cambio el relato de José parece una novela. Es difícil negar la existencia de Moisés, ya que su importancia para los hebreos está continuamente señalada en el Antiguo Testamento. La salido de los hebreos de Egipto puede haber sucedido en época de Mineptah o de Ramsés II. Antes del 1220 a.C. se menciona a los hebreos en Canaán, según testimonio de una estela de Mineptah.
No se tienen datos sobre la constitución de las tribus de Israel en Egipto. Sólo las tribus del sur, al parecer, serían las principales integrantes de estos fugitivos. Los hebreos huyeron de Egipto debían de ser muy pocos en número y se unieron a otros grupos que habitaban en Palestina, cuya conquista no consta que sucediera según la tradición de los textos sagragos. No todas las tribus hebreas llegaron al mismo tiempo a Palestina y otras estaban ya asentadas, lo que motivó una estructura tribal unia por ciertas creencias comunes. La arqueología confirma la destrucción de ciudades a finales del siglo XIII a.C., pero es muy improbable relacionarla con las conquista de Josué, pues aunque personaje histórico, no han sido encontrados restos que demuestren que realizase los hechos que se le atribuyen.
El enemigo principal que encontraron los israelitas fueron los filisteos, que eran griegos asentados en la costa después de fracasar en su guerra contra Egipto. Estaban muy impregnados de cultura cananea y eran superiores a sus vecinos, ya que poseían una excelente técnica metalúrgica. Llegaron a dominar a los israelitas durante cuarenta años, pero finalmente fueron vencidos.
El período de los juees, que eran caudillos carismáticos, es difícil de interpretar. Algunos investigadores han negato toda historicidad a este período, que llegó hasta el siglo XI a.C. El Libro de Rut, redactado en el siglo IV a.C. y que es una novel edificante, se sitúa en esta época y se basa en una saga popular antigua que podía reflejar algunas aspectos del período de los jueces, como la existencia de grandes diferencias sociales, de grandes propietarios y de pobres endeudados.

La monarquía
Los graves problemas surgidos al final de la época de los jueces, movieron a los israelitas a establecer la monarquía como forma política de gobierno, sistema que ellos conocían por tenerla sus vecinos. Según la tradición, Samuel ungió rey a Saúl, que continuó en la línea de los jueces y luchó contra los filisteos.
Las dos grandes figuras de la primera etapa de la monarquía fueron David y Salomón. El primero comenzóo su vida pública como pequeño jefe de tropas mercenarias. Ungido monarca de los dos reinos, Judá e Israel, que gobernó como si fuesen uno, se pasó la vida luchando contra los filisteos, los edomitas, los amonitas y los moabitas. Estableció tratados con Tiro y Hama y conquistó la capital jebusea de Jerusalén, a la que convirtió en capital. Su gobierno careció de graves problemas internos, salvo la revuelta de su hijo Absalón. A su muerte se hizo con el poder su hijo Salomón, que logró el apoyo del profeta Natán. Este monarca alcanzó un gran prestigio internacional, como lo indica su matrimonio con la hija de faraón y sus relaciones con Hiram, rey de Tiro. Su gobierno va vinculado a las expediciones mercantiles, en companía de Hiram, por el mar Rojo. Dotó al reino de una buena burocracia y fue un gran constructor. A él se debe el templo de Jerusalén, planeado por su padre. El reinado de Salomón pasó a la posteridad cmo el siglo de oro de la monarquía hebrea. Sin embarg, su gobiero contó con algunos aspectos negativos, como el aumento de tributos y la pérdida de algunos territorios.
A la muerte de Salomón, el reino de dividió en dos: Judá e Israel. En el norte gobernó Jeroboam, quien durante el reinado de aquél se había aliado con Egipto. La presión fiscal impuesta por Salomón y la falta de esperanza que la situación cambiase están en la base de esta división.
La capital de Israel, a partir de Omrí, fue Samaria, que se convirtió en una importante ciudad. Israel fue el gran Estado dentro de Palestina, con gran estabilidad y prestigio político. Pero los constantes enfrentamientos fronterizos debilitaron a éste y a Judá.
La capital de Judá continuó estando en Jerusalén, que contaba con el templo y el palacio real. El prestigio de Judá se basaba en tener en su territorio el templo de Yavhé y en el que su dinastía era la descendiente de David y de Salomón. Desde el punto de vista político, el reino de Judá estuvo en situación de inferioridad ante los reinos de Israel y de Damasco. Su territorio era pobre y sólo permitía una agricultura y una ganadería de escasa envergadura.

La organización política
La organización del reino de Israel fue tribal, con una representación de ancianos. Al principio de su existencia, el reino pasó situaciones caóticas al carecer de capital, de instituciones sólidas y de una dinastía estable. Con anterioridad al reinado de Omrí, que sentó las bases de la futura prosperidad de Israel, la inestabilidad política fue la tónica general del reino, como se deduce que sus siete primeros reyes se suicidaron o fueron asesinados. La situación interna cambió con Omrí y con su hijo Ajab, que dotaron al reino de una burocracia eficiente, de una administración y de una nueva capital, fundamentos de la grandeza de Israel. Ambos reyes llevaron al país a un gran esplendor fuera y dentro de Palestina. Ajab se emparentó con la dinastía reinante en Tiro, que introdujo el culto a Baal con sus profetas y que persiguió a los profetas de Yavhé, como a Elías. Omrí y su hijo Ajab favorecieron el comercio, se opusieron al reino de Damasco y ejercieron un cierto control sobre Judá. Sin embargo, Israel no careció de graves problemas internos, debido a la oposición de los profetas al abandono del culto a Yavhé, a su sustitución por el de Baal y a la corrupción generalizada. La resistencia de los profetas llevó a la reforma religiosa de Jehú, en sentido yahvista, que difundió la anterior dinastía. El gran peligro para Israel fue la proximidad de Asiria.
En Palestina existían otros reinos de menor importancia, como los de Edom, Moab y Ammón. Los dos primeros estuvieron sometidos a Israel y a Judá, respectivamente. La situación de los tres reinos en la ruta caravanera de Yemen a Damasco y su riqueza ganadera los hacía apetecibles para sus vecinos más poderosos, Judá e Israel. Lo que realmente diferenciaba a Israel y a Judá de sus vecinos fenicios o neohititas fueron la lengua y la religión, aunque los cultos cananeos eran practicados habitualmente por la masa de los israelitas e incluso por la corte.

Palestina y los grandes imperios vecinos
Palestina en el primero milenio a.C. continuó siendo un corredor, al que aspiraban controlar los grandes imperios de Egipto y Asiria. El faraón Sesonq realizó la última incursión de un monarca egipcio en Palestina. Hasta el año 853 a.C., durante el reinado de Salmanasar III, en Asiria, y de Ajab, en Israel, los asirios no penetraron en Palestina; durante el siglo VIII a.C., las expediciones de éstos se hicieron habituales. Al comienzo se trataba de recaudar tributos para Asiria. Después, de poner al frente de los Estados a reyes fieles a Asiria, y finalmente Palestina se convirtió en una provincia del Imperio. En 734 a.C. cayeron en poder de los asirios Dor, Meggido y Galaad; en 722 a.C., Samaria, y un año después, Asdod. Judá siguió una política de sumisión, aunque en 701 a.C. Jerusalén sufrió un asedio, mientras que Israel prefirió la resistencia armada.
Las incursiones y la conquista asiria tuvieron grandes consecuencias para Palestina. Se vio obligada a pagar tributos, que perjudicaron a su economía. Entró en un período de gran decadencia por la despoblación, las deportaciones en masa, la destrucción de poblacos y de obras agrícolas, de todo lo cual han quedado testimonio de los relieves asirios. La situación de las ciudades cambió, al convertirse en residencias de los gobernantes y de la administración asiria.
Senaquerib asedió Jerusalén en 701 a.C. y, aunque la ciudad resistió, el reino perdió parte de su territorio. Josías (640-609 a.C.) hizo una reforma religiosa, volviendo el culto a Yavhé; reconstruyó el reino aprovechando el hundimiento del Imperio asirio. Con la desaparición de Asiria, la situación no cambió para Palestina. En el año 597 a.C., Nabucodonosor de Babilonia convirtió a Judá en reino vasallo y en 586 a.C., desapareció como tal. El famoso templo de Jerusalén, levantado por Salomón, y las murallas de la ciudad fueron destruidos. La aristocracia local fue deportada a Babilonia, y la misma suerte cupo a Moab, a Ammón y a Gaza. El territorio de Judá quedó despoblado, mientras que en el de Israel se asentaron nuevos colonos extranjeros. En la zona meridional del antiguo reino de Judá se establecieron los edomitas. La élite hebrea desterrada a Babilonia mantuvo en el exilio su religión, su lengua y sus costumbres, esperando siempre volver a Jerusalén, no obstante, la vida en el destierro fue cómda para la mayoría de los judíos, que supieron integrarse bien en la sociedad babilónica y escalar altos cargos en la administración.
Cincuenta año después, en 538 a.C., Ciro, que en 557 a.C. había subido al trono de los persas, permitió a los judíos la vuelta a su país de origen y reconstruir, a cuenta del tesoro real, el templo de Jerusalén, de lo que se encargó Sesbasar, según una fuente, y Zorobabel, según otra. El templo estuvo terminado alrededor de 515 a.C. Artajerjes I de Persia nombró a Nehemías gobernadr de Judá y le encargó la reconstrucción de la muralla de Jerusalén. La organización religiosa de la comunidad hebrea fue obra de Esdras, mientras que a Nehemías se deben las reforma administrativas y políticas.

Religión
El monoteísmo
La gran herencia espiritual de los hebreos a la humanidad es el monoteísmo, que pasó a cristianos y a musulmanes, todos los cuales remonta su fe al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. A este monoteísmo se llegó por un proceso un tanto lento. Sus raíces se remontan a Moisés, que era henoteísta. Aceptaba que hubiese otros dioses para otros pueblos, pero Israel sólo podía tributar culto a Yavhé, que había hecho un tratado de alianza con los hebreos. Los verdaderos creadores del monoteísmo fueron los profetas, que vivieron en los siglos VIII-VII a.C. Se opusieron a los cultos cananeos de Baal y de Astarté, a la prostitución sagrada, tanto masculina como femenina, practicada en el templo de Jerusalén bajo de la dirección de los sacerdotes, al igual que los cultos a Tammuz y al Sol. Los profetas lucharon también contra los cultos a las alturas y a los árboles, que, a juzgar por los datos del Antiguo Testamento, eran practicados por la gran masa de la población, así como por los reyes, salvo algunas excepciones. Así por ejemplo, Manasés de Judá colocó en el mismo templo de Jerusalén la imagen de Aserah, diosa cananea de la fertilidad.
El siguiente párrafo, referente a la reforma de Josías, es muy indicativo de cómo los cultos fenicios eran habitualmente y de modo oficial celebrados por todos los hebreos y por sus monarcas:
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Hasta el propio Salomón acabó rindiendo culto a los dioses de sus múltiples concubinas.
El tercer paso hacia el pleno monoteísmo se dio durante el destierro de Babilonia. Ahora se concibió un Dios único y universal. Hasta entonces, Yavhé era concebido como un Dios nacional, pero la desaparición de los reinos de Judá e Israel había demostrado que Yavhé estaba vinculado con las vicisitudes de su pueblo.. Entre los sacerdotes y los profetas se había abandonado la concepción que la acción divina se ejercía en la naturaleza, sustituyéndola por la que se manifestaba a través de la historia humana. Todos los sucesos acaecían porque Yavhé así lo había querido. Como se ha afirmado, por primera vez las acciones del hombre eran dignas de ser la manifestación de Dios. Es en el Libro de Job, de fecha tardía, donde se defiende la más absoluta trascendencia y libertad de Dios, concepción que pasó al monoteísmo islámico.
En origen Yavhé era un dios celeste, carácter que todavía conservó en los papiros de Elefantina fechados en el siglo V a.C., donde se le llama dios del cielo, y donde el arco irises el signo de su amistad con el hombre. El Canto de Deborah, fechado entre los años 1150-1100 a.C., una de las partes más antiguas del Antiguo Testamento, conserva la creencia judía sobre Yavhé en aquella época. En la teofanía se describe a Yavhé viniendo de la montaña del Sinaí, acompañado de su ejército cósmico (las estrellas), para luchar contra sus enemigos. Toda la nauturaleza se atemoriza ante su presencia. El nombre de Yavhé se menciona por primera vez en la literatura no bíblica en el siglo IX a.C., en la estela de Mesha.

La alianza
Como ya se ha mencionado, el cutlo al dios de los padres, propio de las sociedades seminómadas, no estaba ligado a ningún santuario, sino a un grupo de nombres. Yavhé se reveló al antepasado, que le reconoció. Esta ligazón, que se extendía del antepasado a sus descendientes, se concibió como una especie de parentela. Los israelitas se encontraban unidos en una misma concepción religiosa, la de ser los descendientes de los patriarcas. El concepto de alianza y de pacto nació de la parentela entre Dios y un grupo. Esta concepción fue característica de todos los semitas seminómadas del creciente fértil en el segundo milenio a.C. Está bien documentaa en Palestina y en Arabia meridional, entre los sabeos.
En Siquem la divinida principal se llamada <>, El Berit. En toda la historia de Israel se insiste continuamente en la alianza de Yavhé con su pueblo elegido, que se renueva frecuentemente, primero con Abraham, después con Moiséss, en tercer lugar con Josué en Siquem (622 a.C.), a continuación con Josías y finalmente con Nehemías. Los términos de esta alianza están bien señalados en el pacto de Yavhé con Abraham, y que afectó a toda su descendiencia. Sería; Yavhé sería el dios de toda la descendencia y daría la posesión de la tierra de Canaán a su estirpe. Yavhé exige que su culto sea exclusivo. Las cláusulas de este pacto respondían a los tratados de alianza frecuentes entre los soberanos de Oriente y presuponía una igualdad entre los firmantes. La alianza debían guardarla Abraham y sus descendientes. Con los patriarcas va vinculado el culto a los árboles, como Membré, y las piedras, como Bet'El. Con el tiempo, la alianza establecida entre Yavhé y el pueblo hebreo se extendió a toda la humanidad, concepción ésta que aparece después del destierro en el pacto de la alianza, que Yavhé estableció con toda la humanidad después del Diluvio. El Antiguo Testamento es el libro de pacto es el Arca de la Alianza. Una fiesta religiosa típica de las poblaciones seminómadas es la Pascua, que difícilmente remonta la estancia de los hebreos en Egipto, cuando éstos ya eran sedentarios; probablemente data de la época de los patriarcas. En cambio, las fiestas de Pentecostés y de los Tabernáculo, que celebran la cosecha y la vendimia, son propias de pueblos agricultores. El templo es igualmente propio de poblaciones sedentarias. El de Jerusalén, construido por Salomón, responde a cánones fenicios, al igual que el ritual y los utensilios empleados en el culto. El templo de Jerusalén era una capilla de palacio, y los sacerdotes, funcionarios reales. La religión estaba pues bajo control político. El templo contaba con prófetas oficiales, que debían decir al soberano lo que éste quería oír.
Ninguna imagen representaba a Yavhé, lo que diferencia a Dios de los restantes dioses del Próximo Oriente. Sin embargo, en el templo de Melqart en Cádiz, cuyo culto trajeron los fenicios a Occidente, tampoco había imágenes. David no hizo desaparecer el culto de El Elyon, el antiguo dios de Jerusalén, sino que lo asimiló a Yavhé, e incluso Sadoq, sacerdote de ese culto, se encargó del culto de Yavhé y de guardar el Arca de la Alianza. Yavhé no tiene compañera, aunque en estratos bajos de la sociedad israelita se le dio como esposa a Astarté y en Elefantina, a Anat. La sedentarización de los israelitas motivó la función sacral del soberano, como se desprende que el propio Salomón ofrecía tres veces al año holocaustos yy quemaba perfumes en honor de Yavhé. Igualmente la música y el canto eran partes importantes del culto israelita.

Los profetas
En la religión israelita desempeñaron un papel importante los profetas. Éstos fueron bien conocidos en otros lugares del Antiguo Oriente. En Mari, hacia 1700 a.C., se mencionan profetas y profetisas vinculadas con el templo del dios. La introducción de muchas profecías de Mari es muy parecida a los oráculos del Antiguo Testamento. Wenamón vio en Biblos a un joven que pronunciaba oráculos. Las sacerdotisas del templo de Isthar en Asiria entraban en éxtasis y profetizaban. Ya se han mencionado los 450 profetas de Baal, a los que el profeta Elías dio muerte. La diferencia fundamental entre los grandes profetas hebreos y los restantes consiste en que los judíos rechazan la técnica del éxtasis. La credibilidad de su mensaje se basó exclusivamente en su palabra y hablaban en nombre de Dios.
Los orígenes del profetismo en Israel son poco conocidos. En los libros de Josué y de Samuel el profetismo va unido a diferentes formas de asociación. El Libro de los Números menciona un éxtasis colectivo en el desierto, y el Libro de los Jueces, una profetisa. El gran movimiento profético comenzó en Israel en el siglo IX a.C. con Elias y Eliseo. Se han señalado varios puntos de contacto entre estos dos profetas y el chamanismo moderno de Asia central y septentrional, como son la importancia del manto y del fuego, la búsqueda del alma del muerto, la subida al cielo y el éxtasis. Un dios celeste es propio del chamanismo, lo que indica que todavía Yavhé no había perdido, en tiempos de Elías y Eliseo, ese carácter. El Antiguo Testamento habla de profetas y de videntes, más propios de estos últimos de culturas nómadas, unas veces commo sinónimos y otras como diferentes. El profeta reunía discípulos en su entorno. Los primeros mencionados en el libro de Samuel están asociados al culto en santuario y aparecen en grupos. El Libro de los Reyes menciona las laeraciones, las acciones simbólicas y los milagros.
Isaías es el primer gran profeta del siglo VIII a.C. Estaba casado con una profetisa y es posible que fuese profeta de la corte. En la primera parte de su libro reconoce la majestad absoluta y única de Yavhé. Protesta contra las falsas morales y de carácter social, contra la vida licenciosa y contra los cultos extanjeros. En la segunda parte del libro, que es de época del destierro, se leen los cantos del siervo sufriente, que la Iglesia primitivo aplicó a Cristo, pero no se sabe con seguridad si se refiere a una persona o a toda Israel.
Jeremías nació en el seno de una familia sacerdotal y empezó a profetizar en 626 a.C. Atacó la infidelidad de Israel, al que amenazó con los castigos divinos. Ezequiel también era de familia acerdotal y profetizó durante unos veinte años, hasta 571 a.C. Su mensaje se dirigió a los desterrados en Babilonia. Se sirvió de tradiciones extrabíblicas. En su libro alude a diferentes fenómenos extraños, como la mudez, las experiencias extáticas, etc. Amós era pastor y propietario de ganado y actuó entre los años 760-750 a.C. Atacó las condicones sociales imperantes en Israel, el culto, el género depravado de vida y a los explotadores de la clase baja. Su mensaje presenta puntos de contacto con el de Miqueas, también de origen campesino, que profetizó entre 725 y 712 a.C. y que fustigó la explotación de los pobres por las clases altas de la sociedad. En estos profetas existe un mensaje muy duro contra la explotación del hombre por el hombre, en favor de los débiles, aunque sean esclavos o extranjeros.










Media
Los primitivos iranios
La crisis que azotó Irán hacia el año 1800 a.C., facilitó la legada de los proindoeuropeos, cuya superiroridad se basaba en el carro de guerra tirado por caballos. A una primera invasión de estas gentes siguieron otras, hasta la llegada de la Edad del Hierro. Hacia mediados del siglo IX a.C., los asiriosn entraron en contacto con lo medos en el Zagros, quienes habían llegado con la segunda invasión. Entre los años 1300 y 900 a.C. la meseta de Irán ya estaba ocupada. Entre esas gentes iranias poco a poco se distinguieron entidades diferenciadas por su religión, su legua y por formar grupos gentilicios, organizados en tribus. Los medos pertenecían al grupo más importante y habitaban al norte del Zagros, mientras que los partos se hallaban asentados al este del mar Caspio, los bactrianos y sogdianos al norte del Hindu Kush, los persas en Anshan, etc. Todos estos pueblos están citados en la documentación asiria y después en la aqueménida en tiempos de Darío I. Hasta el año 600 a.C., su economía se basaba en la agricultura -en su mayor parte, de regadío- y en la ganadería. Se generalizó en el Zagros la cría de caballo, procedente de las estepas de Asia central, y del camello. Ambos animales eran de gran importancia para el transporte y la guerra. Fueron utilizados no para tirar del caballo, sino para montar.
La organización de la sociedad era gentilicia y se dividía en guerreros, sacerdotes y campesinos, división típica de todas las estirpes indoeuropeas. Los magos fueron los sacerdotes de esta sociedad, y se encargaban del culto y de la interpretación de los signos. En la religión se generalizó una dualidad del mundo, con dos principios personificados en Ahura Mazda y en su contrario Ahriman. Esta idelogía religiosa se remonta a Zoroasstro, que fue el fundador de una nueva religión, el mazdeísmo, que surgió en Bactriana o en Sisán.

Formación del reino medo
Las fuentes de las que dispone el historiador para estudiar los Estados iranios, entre los siglos IX-VII a.C., son principalmente asirias. Se refieren a los reinos de los manneos, de Ellipi y de los medos. Estos tres fueron los Estados más importantes y los que pasaron más rápidamente de una organizació tribal a otra estatal. Es probable que las incursiones asirias en tiempos de Sargón II y Esarhaddon, el comercio y los contactos políticos hayan contribuido a esta transformación. Entre los manneos, el centro más importante fue Hasanlu, que contaba con un palacio de planta rectangular, provisto de numerosas habitaciones dispuestas alrededor de una sala central con columnas, elementos más propio de una organización estatal y no tribal; la sociedad mannea contaba con una casta guerrera y administrativa.
En el reio de Ellipi, el centro más importante fue Godin Tepe, fechado en los siglos IX-VII a.C., que poseía defensas y almacenes. Esto indica claramente que estas gentes vivían del comercio entre Asiria e Irán y que acapararon grandes riquezas, como lo prueban las joyas que se mencionarán más adelante.
Se conservan menos datos de Media, pero la situación fue muy parecida a la de estos otros Estados. La documentación asiria de época de Esarhaddon menciona a tres jefes de los medos: Zanasane, Uppis y Ramataya. A través del juramento de fidelidad a los reyes asirios, se sabe que había muchos jefes entre los medos, lo que parece señalar que todavía no se había llegado a un Estado unitario, sino que existía una gran fragmentación política en el Zagros.
El fundador del Estado medo fue Kashtaritu, citado por el historiador griego Herodoto, que ya usó el título de rey. Este monarca unió a los manneos, a los cimerios y a los medos, y sometió a los persas, gobernando el Zagros, Persia y Urmia. Esta unificación fue coetánea del gobierno de Esarhaddon. Estuvo motiva por la presión de los asirios y de los escitas, aunque el proceso de unificación ya venía produciéndose desde antes. Herodoto habla de un rey medo llamado Ciaxares I, de cuya existencia se ha dudado. A Kashtaritu sucedió Ciaxares II hacia 625 a.C. Este monarca venció a los escitas e incorporó su territorio, así como la región de Bactriana. En 614 a.C., se alió con Nabopolasar y, dos años después, combatiendo al lado de los caldeos, colaboró decisivamente en la destrucción de Nínive. El monarca Ciro I, rey de los persas, entró en relaciones con los caldeos, y, hacía 590 a.C., Cambises, hijo de Ciro, sometió a los armenios.
Con Ciaxares, Media alcanzó su mayor extensión territorial. Selló una gran cantidad de alianzas con todos los Estados vecinos, Egipto, Babilonia y Lidia. Su sucesor, Astiages, continuó estos pactos matrimoniales, que lograron mantener Oriente en paz. Durante su reinado se desarrolló mucho el comercio. La capital Ecbatana, se encontraba situada en la ruta caravanera que unía los montes Zagros con la meseta irania. Sin embargo, no se puede hablar propiamente de un Imperio Medo, al no haber existido cohesión interna entre los diferentes pueblos bajo control de los medos, ya que se mantuvieron las relaciones más a título personal que a nivel de Estado. De hecho, ni siquiera existió un verdadero gobierno provincial.

La monarquía persa
Persia se identifica al territorio de Anzán, que había sido ocupado por las tribus iranias tras la desaparición de Elam. En un principio los persas estuvieron sometidos a los medos, aunque el gobierno era ejercido por monarcas de la familia persa de los Aqueménidas. En 550 a.C., Ciro I se sublevó contra el rey Astiages, su abuelo, y no sólo independizó Persia de Media, sino que conquistó fácilmente este país, de manera que la hegemonía persa sustituyó sin mayores problemas a la meda.

Creación del Imperio Persa
Bajo el control de Persia, la situación interna de los pueblos iranios cambió rápidamente, pues este pueblo tomó como modelo al elamita. En política exterior, Ciro I acabó con el sistema de alianzas, que había caracterizado al gobierno medo de Astiages, y prefirió, por el contrario, el enfrentamiento armado y la anexión de los territorios enemigos. En el año 547 a.C., Ciro atacó Lidia, su capital, Sardes, fue tomada por asalto y su rey, Creso, capturado; el territorio fue convertido en provincia y confiado al mando de un gobernador. Camino similar siguió a continuación Cilicia, que también se sometió la Imperio Persa. Dominada la parte occidental, Ciro I se dirigió hacia Oriente, donde se apoderó de Bactriana, Gandara y Aracosia, con lo que el Imperio se extendió hasta el Indo. Estas conquistas se prolongaron desde 545 hasta 539 a.C. En este último año, Ciro conquistó Babilonia, con cuya caída no sólo Mesopotamia sio toda Siria-Palestina se sumó al Imperio. El rey persa se portó en general con gran moderación. Las ciudades capturadas no fueron saqueadas, se mantuvieron los dioses de los Estados derrotados, que fueron incorporados al panteón persa, y se manifestó una actitud de generosidad hacia los pueblos vencidos.
Cambises, hijo y sucesor de Ciro I en el año 525 a.C., amplió los límites del Imperio al apoderarse y anexionar Egipto y Chipre. Le sucedió el usurpador Darío I, que se dedicó a redondear las conquistas de sus predecesores. Se apoderó de las islas griegas del Egeo y Tracia, pero fracasó en su intento por someter la Grecia continental (490 a.C.). Extendió la conquista de Egipto con la sumisión de Nubia; llegó hasta el Indo, venció a los escitas y conquistó todo el territorio hasta el lago de Aral. Darío I se vio obligado a enfrentarse a graves problemas internos, como las revueltas de Babilonia, de Media y de Elam, y, en regiones periféricas, a los levantamientos de Jonia y de Egipto; también plantearon problemas a los nómadas, los escitas y las tribus de la región del Cáucaso.
El Imperio persa alcanzó su máxima extensión durante el reinado de Darío I. Nunca hasta ese momento imperio alguno había reunido bajo su gobierno un conglomerado tan variado de pueblos, con sus diferentes razas, religiones, lenguas, sistemas económicos y formas de gobierno, que abarcaban desde el Indo hasta el Danubio y desde Nubia a Asia central. El Imperio comprendía, junto a las ciudadesde los antiguos Estados, que habían regido la marcha de la Historia durante siglos, como las de Egipto y Mesopotamia, tribus nómadas y bárbaras. Todos estaban administrados bajo la misma formación política. En el Imperio persa desapareció la antigua oposición entre Estados y tribus, ente ciudad y desierto, entre regiones periféricas y centro. Igualmente se borraron las diferencias étnicas. Este espíritu de mezcla y asimilación de los más diversos elementos quedó bien patente en la ciudad de Persépolis, donde aspectos de las más variadas regiones se mezclaron formando un todo orgánico de gran novedad. En su construcción participaron artesanos llegados de todo el Imperio, aportando cada uno las tradiciones de su propio pueblo. Darío I fue el creador de un Estado universal, cuyas bases había sentado Ciro I, similar al que después fundaría Alejandro Magno sobre la base del Imperio persa por él destruido.
A Darío I le sucedió su hijo Jerjes (486-465 a.C.), que se vio obligado a sofocar algunas insurreciones en Jonia, en Egipto -donde puso al frente del gobierno a su hermano Aquemenes-, en Babilona (484-482 a.C.) y probablemente también Palestina. Fracasó en su intento de incorporar Grecia al Imperio, tras ser derrotado el ejército persa en Salamina (480 a.C.), en Platea (479 a.C.) y finalmente en el Eurimedonte (468 a.C.). Jerjes murió asesinado, al igual que su hijo Darío.
Una de las características más señaladas del sistema imperial persa fueron las luchas intestinas por la sucesión al trono, que comenzaron con la entronización de Darío I y que acabaron con las vidas de Jerjes y de su hijo Darío. La primera medida que tomó Artajerjes I, sucesor de Jerjes, al subir al trono, fue someter a su hermano, sátrapa de Bactriana, que aspiraba a la corona del Imperio. La segunda revuelta grave que amenazó este reinado fue la sublevación de Egipto, capitaneada por Inaros, hijo de Psamético III, quien pidió ayuda a los atenienses y venció al ejército persa en 460 a.C. Cuatro años más tarde, los persas lograron reconquistar Egipto y apoderarse de Inaros, a quien ajusticiaron en 449 a.C. Sin embargo, el poder central del Imperio presentaba síntomas de debilitamiento, como lo indica la autonomía a la que tendieron las satrapías.

El debilitamiento del Imperio persa
A la muerte de Artajerjes I en 425 a.C., estallaron de nuevo las revueltas palaciegas. Sus dos hijos, Jerjes II y Sogdiano, gobernaron pocos meses, ya que fueron eliminados por un tercer hermano, Darío II, que se apoderó del trono. El gobierno de este monarca se caracterizó por la actividad política de su esposa, Parisátida, y por la injerencia de Persia en los asuntos internos de Grecia, en favor de Esparta contra su rival Atenas; incluso concedió poderes extraordinarios a su hijo Ciro para actuar en Grecia en favor de Esparta. En 405 a.C., Egipto se volvió a sublevar y Amirteo fue proclamado faraón, quien logró mantener la independencia hasta el año 343 a.C., lo que manifiesta claramente la debilidad del Imperio persa. En el año 405 a.C. también se sublevó Media, pero fue sometida. Todas estas revueltas endémicas son prueba de un malestar generalizado.
Con la subida al trono de Artajerjes II, se desencadenó un guerra civil entre el monarca y su hermano Ciro, apoyado por Parisátida. La pugna terminó con la muerte de éste último en la batalla de Cunaxa (401 a.C.), en la que contó con el apoyo de un contingente de mercenarios griegos, a cuyo frente se encontraba el historiador Jenofonte. El reinado de Artajerjes II coincidió con una época de revueltas generales, lo que señala que la descomposición del gran Imperio universal había comenzado. Así, en 400 a.C., se sublevaron las ciudades griegas de la costa de Jonia. Egipto se apoderó de Palestina y firmó una alianza con Esparta, que siempre había encontrado apoyo en Persia. En el año 385 a.C., el ejército persa atacó Egipto, pero sin poder someterlo, y sólo logró recuperar Palestina y Fenicia. Entre los años 366 y 360 a.C., las satrapías occidentales, salvo Lidia, también se sublevaron contra el poder central.
A Artajerjes II le sucedió su hijo Artajerjes III, quien se dedicó a reconquistar todos los territorios que había pertenecido al Imperio perdidos en los reinados anteriores. Logró incorporar las satrapías occidentales y Egipto. Pero el intrigante eunuco Bagoas envenenó al monarca para sentar en el trono al hijo de Artajerjes III, Arses. Tres años más tarde (336 a.C.), éste cayó también asesinado a manos de Bagoas, quien entregó el trono a Darío III. El nuevo monarca era, en principio, fácil de manejar, pero en 330 a.C., tras sufrir varias derrotas ante Filipo de Macedonia, fue obligado a suicidarse por el eunuco. Darío III fue el último rey del Imperio persa, que se derrumbó ante la acometida de Alejandro de Macedonia.

La ideología política y la sociedad persas
El Imperio persa fue un gran Estado universal, que pretendió extender su dominio sobre toda la tierra conocida. El modelo lo proporcionaron los antiguos imperios de Asiria y Babilonia. Ciro sentó los fundamentos de este Estado universal, pero su verdadero creador fue Darío I. El primero había tomado los títulos reales de la antigua Babilonia, como rey de Sumer y Acad, rey de la totalidad y rey de las cuatro partes del mundo, que indican claramente esta aspiración al dominio universal. Persia heredó de Asiria y de Babilonia otros elementos, como la organización tributaria, la administración central y provincial y la estructura del ejército y de la corte.
El Imperio persa recibió otras influencias políticas e ideológicas, más difíciles de precisar, de otros antiguos Estados orientales, como Urartu y Elam. También se detecta la presencia de elementos propiamente iranios, como el carárter guerrero de los reyes, la organización gentilicia que mantiene el poder en una misma familia y el carácter ético, que concibe la pugna entre enemigos internos y externos como la lucha entre el bien y el mal. A partir de Ciro, los monarcas se presentaban en todas partes como herederos de las dinastías locales y restauradores de la primitiva situación. El Imperio universal anexó los diferentes Estados y pueblos, no los destruyó. No fue necesario aniquilar ninguna formación política o cultural, sino que las integró y asimiló. Con respecto a otros Estados que sometió, como el de Babilonia, Lidia, Egipto o Jonia, los persas se encontraban en situación de gran inferioridad cultural.
Darío I realizó un reorganización profunda del Imperio, centralizando la administración y elevando las satrapías a veinte. Una novedad señalada consistió en el hecho de haber más de una capital al mismo tiempo, ya que la corte era itinerante entre Persépolis, Ecbatana, Pasargada y Susa, siendo esta última la principal de ellas. La administración central se encontraba en manos de la aristocracia irania, mientras que de los cargos subalternos se encargaban judíos, babilonios, egipcios y griegos.
Las satrapías se diferenciaban por su importancia, su extensión y su riqueza. Eran unidades económicas y culturales, cada una contaba con su propia legislación, heredada del pasado nacional, y gozaba de cierta autonomía. A su frente se encontraba un sátrapa, cuyas funciones, dentro de la provincia, eran las mismas que las del propio monarca, y sólo tenía la obligación de informar al rey. Las sátrapas eran nombrados directamente por el monarca, pero con el tiempo el cargo tendió a hacerse vitalicio e incluso a transmitirse por herencia, lo que mermó el poder del rey. La principal función del sátrapa, además de la militar, era la recaudación de las contribuciones, calculadas en plata. Se generalizó el uso de la moneda, creándose el darico, que fue copiado de los lidios, primeros en utilizar estas piezas, y se acuñó en oro y en plata. El empleo de las moneda obedeció más a razones administrativas que comerciales.

La sociedad persa
La sociedad persa estuvo fuertemente jerarquizada, dividiéndose en dos estaments diferenciados. El estrato superior estaba formado por una minoría irania, y el inferior, por todas las poblaciones conquistadas. El primero controlaba el aparato administrativo centralizado, se dedicaba a actividades no productivas y vivía del excedente acumulado por la clase productiva, que no participaba en las decisiones de gobierno, al igual que sucedió en todos los imperios anteriores de Oriente. Sin embargo, en otros aspectos la sociedad persa fue un tanto más fluida, al incorporar a la administración las aristocracias de los pueblos conquistados, así como haber favorecido el mestizaje entre el elemento iranio y el de las otras regiones del Imperio. Desde el punto de vista jurídico, la sociedad persa se dividía en libres y esclavos, existiendo entre los primeros diversas categorías en función de su profesión, riquza, etcétera.

Las lenguas del Imperio
El Imperio persa careció de lengua oficial. Las inscripciones se redactaron en babilonio, elamita y persa, estas últimas a partir de Darío I. El arameo terminó imponiéndose como lengua de la cancillería. En algunas satrapías la lengua era la del propio país, como el egipcio en Egipto y el babilonio en Babilonia. Los monarcas persas continuaron con la tradición de hacer inscripciones rupestres conmemorativas de las victorias bélicas en los pasos de las montañas, como en Behistun.

El ejército persa
La base del control efectivo del poder fue el ejército. En origen estaba compuesto de guerreros persas, pero pronto se amplió y admitió contigentes de las diversas procedencias, como se observa en la descripción, proporcionada por Herodoto, del ejército que a las órdenes de Jerjes invadió Grecia. Cada satrapía contaba con su propia formación militar, que en teoría era suficiente para cubrir sus necesidades. Los efectivos del ejército persas se han calculado en 360.000 hombres. Los que invadieron Grecia en tiempos de Jerjes eran 170.000, rebajando la cifra, evidentemente exagerada, de 1.700.000 que proporcionaba Herodoto.
El ejército persa contaba con cuerpos especiales, más profesionalizados, como las tropas mercenarias griegas, que lucharon contra Alejandro Magno. También existió un cuerpo de élite, integrado por medos y persas, que defendía los puntos neurálgicos del Imperio. La guardia personal del rey, ascendió a diez mil hombres, y recibía el nombre de Los Inmortales.

Economía del Imperio persa
Las bases de la economía fueron la agricultura y la ganadería, actividades a las que siguió en importancia el comercio. En teoría, la tierra era propiedad del monarca, y se subdividía en tres grupos:
el de las tierras reales, en el que también hay que considerar las minas y los bosques, cuya explotación era monopolio de la corona;
el de los señoríos de las satrapías o de las tribus;
y, por último, el de las fincas privadas.
El rey concedía tierras a cambio de participar en el ejército, y así como fundaba colonias militares con asignaciones de lotes de tierras.
En el mundo persa, se generalizó la cría de caballos, de camellos y de dromedarios, tan importantes para la guerra. Igualmente los ganados bovino y ovino fueron de capital importancia en la vida económica, lográndose razas de gran calidad. También son de destacar las explotaciones pesqueras, en el golfo Pérsico y en Egipto, y las factorías de salazones.
Alrededor de la costa trabajó un artesanado que produjo objetos de prestigio, como tejidos, armas y joyas. Durante el período persa se desarrolló mucho la industria textil, la de objetos e lujo y la metalistería de alta calidad. La familia real, la aristocracia y los altos funcionarios fueron los principales usufructuarios. Muchos artesanos eran esclavos. Los particulares podían obtener créditos de los templos o de la tesorería real para montar talleres.
El sistema de tributación arrancó de la reforma de Darío I. Previamente se calculaba la cantidad de cada satrapía, pero el monarca podía variar el montante de los impuestos, según las necesidades. Babilonia, Asiria y Egipto fueron las satrapías que más cotizaban. Otros ingresos de la administración central procedían de las tasas sobre la herencia, sobre la propiedad y sobre los productos importados. En un principio estos pagos se efectuaban en especie.
El comercio alcanzó un gran desarrollo. Al principio, la infraestructura viaria era la existente en épocas anteriores, pero con la reforma de Darío I aparecieron las vías reales. Se establecieron puestos de cambio de caballo y de tránsito de los ríos; además el piso de las calzadas mejoró notablemente. El historiador griego Herodoto alabó la rapidez del correo persa. La vía principal unía Sardes con Susa, pero había otras también de gran importancia, como la que atravesaba Siria y Transjordania y empalmaba con la de Yemen y Arabia; la de Ecbatana a Bactriana; la de Babilonia a las Puertas Caspias, etcétera.
Los persas favorecieron el transporte marítimo en los mares Mediterráneo y Rojo y en el golfo Pérsico. Obras de Darío I fueron la construcción de un canal que unía el Nilo con el mar Rojo, así como una circunnavegación de África. También se navegaba corrientemente desde la desembocadura del Tigris a la del Indo, y desembocadura del Tigris y del Éufrates a la del Indo, y desde allí, a Egipto, rodeando la península de Arabia.
Sin embargo, el Imperio persa padeció siempre una crisis latente, como lo indican las continuas rebeliones que estallaron desde fechas muy tempranas. La situación económica y administrativa no debió de ser óptima, a lo que unió una fuerte presión fiscal (alcazaba hasta un 20 por 100 de los bienes), necesaria para mantener el ejército, la administración y la vida fastuosa de la corte. Todo ello se agravó con las luchas intestinas por la disputa del trono y por la tendencia de las satrapías a la autonomía, que también era indicio del malestar y de poco o ninguna vinculación con el poder central.

Religión
La religión oficial del Imperio persa fue el mazdeísmo, que proporcionó un fundamento religioso a la ideología política. La religión estaba supeditada a los intereses de la monarquía. La política religiosa se caracterizó por una gran liberalidad hacia todas las religiones del Imperio. Tras la conquista de Babilonia, Ciro se proclamó devoto de Marduk, y el templo de Jerusalén fue reconstruido con dinero del Estado persa.
El mazdeísmo está unido a la figura de Zoroastro, que tradicionalmente se ha considerado que vivió en torno a 600 a.C., y a las partes más antiguas del Avesta, su libro sagrado. La sociedad descrita en este libro es muy sencilla, y no es la propia de un Estado, ni de grandes centros urbanos. La lengua utilizada en el libro parece ser la hablada en Irán oriental. Se ha supuesto que el primitivo centro de aparición y difusión del mazdeísmo fue Bactriana o Sist´na. Hacia 550 a.C., el mazdeísmo se convirtió en la religión oficial del Imperio persa. En la actualidad se tiende a situar la vida de Zoroastro en torno a los 1100-1000 a.C., y se cree que tuvo lugar una transmisión oral de sus doctrinas a lo largo de unos 500 años, período quizá excesivamente largo. De todas formas, parece que la importancia de la religión mazdeísta y de su dios, Ahura Mazda, no se remonta al período anterior a la monarquía de los Aqueménidas.
Ahura Mazda es el dios supremo, y los otros dioses se sitúan en un nivel inferior, que era el reino del mal. Darío I fue un mazdeísta más riguroso de lo que lo había sido Ciro, ya que colocó en primero lugar a Ahura Mazda, como dios del Estado persa. Junto a él, destacaron los dioses Mitra y Anahita. Característica de la religión mazdeísta fue la oposición entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, concepción que después pasó al Imperio romano a través del maniqueísmo. Esta religión coincidió plenamente con la ideología política del Imperio de los Aqueménidas, basada en la expansión territorial y en la represión de las revueltas, consideradas como expresión del mundo del caos y del desorden. En la evolución de la religión irania se han señalado tres fases: una primera politeísta, que sería la misma de los primitivos indoeuropeos; la segunda identificada con Zoroastro, que era un monoteísmo dualista, y, por último, la tercera fase sería ya sincretística y se debería a la actuación de los magos.

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